Proyecto Hospitales abiertos: «Nadie les pregunta en la puerta la religión que profesan»
Avalado por el Vaticano, permite a los más vulnerables de Siria recibir atención médica gratuita. En el país, el 60 % de los hospitales han sido destruidos por la guerra
La crueldad se instaló definitivamente en Siria cuando los hospitales se convirtieron en blanco del fuego cruzado. Las tremendas sacudidas de los bombardeos dejaban cada vez menos espacio para la exactitud milimétrica del bisturí. Los médicos y enfermeros se pusieron en masa rumbo al destierro. Desaparecieron la mayor parte de los tratamientos paliativos. Se esfumaron las plantas de oncología.
Los once años de conflicto han diezmado la capacidad de atención médica del país. Aunque ahora los combates se circunscriben solo a determinadas zonas, faltan medicinas básicas y personal sanitario; escasea la sangre para las transfusiones y muchos centros sanitarios han echado el cierre. Ante esta perspectiva desoladora, el nuncio apostólico en Siria, el cardenal italiano Mario Zenari, tomó cartas en el asunto y con el apoyo del entonces Pontificio Consejo «Cor Unum» y de la Fundación AVSI consiguió mantener abiertas las puertas de tres hospitales —el italiano y el francés en Damasco, y el Saint Louis en Alepo—. «El Vaticano puede cerrar una pizzería o una heladería, pero no un hospital, y menos en una situación tan desesperada como la de Siria», asegura. Desde el 2016, en estas estructuras gestionadas por la Iglesia, quien no puede costearse un tratamiento —la mayoría de la población en un país en el que seis de cada diez no logra hacer una comida al día decente— puede ser atendido aquí. «En cinco años, 80.000 personas se han curado. La mayoría musulmanes. Nadie les pregunta en la puerta la religión que profesan, lo que también ha contribuido a suturar la herida del odio en una sociedad muy dividida después de la guerra civil», asegura Giampaolo Silvestri, secretario general de AVSI.
El proyecto, que hoy tiene el patrocinio del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y numerosos benefactores, entre ellos, la Conferencia Episcopal Italiana o Cáritas Española, ha añadido en los últimos años cuatro dispensarios médicos repartidos también por algunas zonas rurales. Su objetivo es atender a otras 60.000 personas en los próximos dos años. El perfil de los pacientes ha ido cambiando con los años. Al principio atendían sobre todo a heridos de guerra, pero ahora la mayor parte son personas sin recursos.
El franciscano Fadi Azar es el director de uno de estos ambulatorios con almacén farmacéutico en Latakia, en el norte del país, casi en la frontera con Turquía. «Siria está ahogada por las deudas. El 80 % de la población malvive mendigando por las calles, rodeados por edificios en ruinas. La gente sobrevive gracias a la ayuda humanitaria», describe. Casi nadie tiene ahorros o un seguro médico, por lo que un diagnóstico de hipertensión o de diabetes es letal. «Una operación médica mínima cuesta más de un millón de liras sirias, es decir 200 o 300 euros. Pero para un sirio que gana de media al mes 30 o 40 euros es imposible de abordar», incide el padre Fadi, que lleva en Siria desde 2015. «Espero que puedan ampliar el proyecto para cubrir toda Siria. Estos pobres no tiene más recursos. Los países árabes no ayudan, al revés. Arabia Saudita y Catar han financiado las armas que usaba el ISIS para destruirnos», manifiesta este sacerdote jordano que vivió los primeros cuatro años en Damasco, cuando la ciudad estaba cercada por el grupo yihadista y los bombardeos eran diarios. «En 2018 cayeron tres proyectiles de mortero en nuestro convento. Uno impactó en la entrada, pero los otros dos fueron a parar cerca de los dos generadores de gasóleo. Logramos apagar el fuego rápidamente. Si no, hubiéramos saltado por los aires con la explosión», recuerda.
El dispensario abre tres días a la semana: los martes, los viernes y los sábados. Pero viven como en la Edad Media, conectados a la electricidad solo una hora y media al día. «Una ONG alemana nos donó unos paneles solares con los que conseguimos alimentar un frigorífico que nos permite mantener a la temperatura correcta la medicación y las jeringuillas», explica. A los cortes de energía se suma la falta de agua que impide, por ejemplo, que el personal sanitario puede lavarse las manos con asiduidad. En Latakia viven unas 500.000 personas y este es el único dispensario en 30 kilómetros a la redonda. Allí trabajan un médico internista, un farmacéutico y una secretaria. Otro de los problemas que afrontan a diario es la falta de personal especializado. «Hay cerca de 20.000 médicos sirios trabajando en Alemania. Se van a cursar la especialidad allí y ya no regresan», asegura el padre Fadi. Entre otras cosas, la Fundación AVSI ha subido el sueldo al personal sanitario para frenar la hemorragia de huida y que decidan quedarse a pesar de las dificultades.