Aún no nos dividían entre analfabetos digitales, inmigrantes digitales y nativos digitales. Entonces todos éramos analógicos. Corría el año 1994 y los medios de comunicación social más importantes eran los periódicos impresos. No eran lo medios más importantes porque gozaran de una audiencia masiva, pero sí porque entre sus lectores estaban los principales actores de la opinión pública.
Para entonces la Iglesia había superado ya la absurda dicotomía entre periodistas católicos en los medios o medios de comunicación católicos, un dualismo que pretendía justificarse en otra dialéctica de mayor calado, pero a la postre también falaz: la Iglesia de fermento y la Iglesia de presencia. Y para entonces aún no había una radio de temática religiosa, y la radio generalista de la Iglesia era motivo de controversias. Empezaban a vislumbrarse los primeros intentos por desarrollar televisiones católicas. Pero la gran espina aún doliente de la Iglesia española con respecto a sus desvelos mediáticos consistía en haber perdido sus grandes periódicos, El Debate y el Ya.
Justo entonces el cardenal Ángel Suquía, con la estrecha colaboración de su obispo auxiliar Javier Martínez, inició una aventura periodística sin precedentes: poder insertar en un diario un encarte semanal que se presentaría como semanario católico de información, en lugar de como semanario de información católica, porque una cosa es un reductivo periodismo de información religiosa, y otra muy distinta un periodismo de mirada cristiana de la actualidad, siguiendo el secular axioma de que nada humano es ajeno a la mirada cristiana.
Fuimos pocos los afortunados por formar parte de los inicios de esta aventura, con una exigua redacción que trabajaba de noche en el despacho del obispo auxiliar. Entre ellos, el que más tiempo ha estado en este proyecto, y el más entusiasta, fue el entonces secretario personal de Javier Martínez, el sacerdote Alfonso Simón, que ahora celebra el 50 aniversario de su ordenación sacerdotal. Durante más de 20 de estos 50 años no solo trabajó día y noche para sacar adelante cada semana Alfa y Omega, sino que, por si eso fuera poco, hablaba del semanario a tiempo y a destiempo, convencido de que nadie en su sano juicio dejaría de leer todas las semanas el Alfa y el Omega de la prensa católica española.