Nada ha cambiado en Nigeria tras las elecciones presidenciales
El candidato oficialista Bola Tinibu se impuso en los comicios del pasado 25 de febrero, marcados por la opacidad y las irregularidades. El resultado frena las esperanzas de los jóvenes de acabar con un Estado cleptocrático
A las 4:20 horas de la madrugada del 1 de marzo, a la gran mayoría de nigerianos todavía les quedaban unas horas de sueño antes de inaugurar su mes de marzo, pero a esas horas se decidía el futuro del país. El presidente de la comisión electoral había prometido declarar el ganador de las elecciones en torno a la una, pero todas las promesas en Nigeria requieren de paciencia y resignación. Tres horas y 20 minutos después, Mahmood Yakubu anunció que nada cambiaría para los próximos cuatro años.
Bola Tinubu ganó las elecciones presidenciales y el partido Congreso de los Progresistas (APC) seguirá en el poder, siendo el único en cumplir el 25 % de los votos en dos tercios de las 36 regiones del país. A esas horas, el septuagenario Tinubu se puso a bailar a modo de celebración en la sede de su partido mientras muchos lamentaban la oportunidad perdida de romper con el bipartidismo. Detrás de él quedaba el eterno perdedor, Atiku Abubakar, del tradicional Partido Democrático de los Pueblos (PDP) y, a pocos votos, en tercera posición, la ilusión frustrada de millones que depositaron sus esperanzas en un hombre: Peter Obi.
El proceso hasta llegar hasta ahí fue opaco, irregular y lleno de problemas. No había joven en Lagos, la mayor ciudad del país, que por la calle no dijera que el recuento estaba amañado. Ya antes del resultado final, tanto el PDP como el Partido Laborista (LP), partido de Obi, que nada tiene que ver con el del mismo nombre británico, pidieron parar el proceso y repetir las elecciones. La organización electoral prometía excelencia y consiguió todo lo contrario.
El día de la votación, el 25 de febrero, se vieron colegios electorales con retrasos porque o bien no funcionaba el sistema de reconocimiento facial, o bien fallaba la máquina que tomaba la huella dactilar. O simplemente los nombres de quienes votaban no estaban desplegados. Las más de tres horas de espera en algunas mesas hicieron retrasar el cierre hasta pasada la medianoche en algunos centros e incluso repetir algunas votaciones al día siguiente, a pesar de que tenían que haber acabado a las 14:30 horas.
El recuento no fue mejor. La promesa de la comisión electoral de subir directamente los resultados a su web e ir actualizándolos no se materializó: millones de nigerianos tuvieron que estar pegados tres días a la televisión y esperar a que llegaran las papeletas a la sede en Abuya. Los observadores de la Unión Europea denunciaron los fallos en la «planificación y transparencia», mientras que los de la Unión Africana criticaron «problemas logísticos». Unos problemas que hablan de un Estado negligente.
«Estoy cansado», repetía hasta tres veces Tony. A sus 38 años, con una carrera de analista de negocios y dos hijos, no tiene trabajo. «Si te soy sincero, todo el mundo se quiere ir de este país», admitía el día electoral. De su cuello colgaba la acreditación como apoderado del Partido Laborista. Muchos jóvenes sentían que estas elecciones eran las primeras en las que podían acabar con un Estado cleptocrático. Semanas antes de la votación, el Banco Central decidió cambiar los billetes en circulación e imprimir pocos de los nuevos para generar escasez de efectivo y así frenar la compra de votos, una táctica que habla de la situación de un país que está el 150 de 180 países en el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional.
Brecha educativa
Nigeria se divide entre aquellos que tienen una oportunidad de educarse y quienes no. Tan solo el 54 % llega a la educación secundaria y la clase política utiliza a los que no tienen educación para mantener un sistema patrimonialista en el que millones de ciudadanos dependen del Estado para comer, pero este no se preocupa por su futuro a largo plazo. La economía más grande de África pierde millones de euros por la incapacidad del Estado de controlar todo el país, con bandidos robando petróleo en el sureste, grupos yihadistas campando a sus anchas en el norte y los secuestros aumentando por todo el territorio, que hacen que la inseguridad sea el principal problema, con tres de cada cuatro nigerianos diciendo que su país es inseguro para vivir, según cifras de Afrobarometer.
Estas elecciones dejan una Nigeria con los mismos problemas endémicos y un nuevo líder con rumores de problemas de salud al que solo ha apoyado el 9 % de la población con derecho a voto. Obi no fue capaz de frenar la desafección electoral y hubo solo un 27 % de participación, pero a pesar de no romper con el bipartidismo, su llegada ha puesto en aviso el sistema. «Aunque no haya ganado es un éxito, ha escrito la historia y ha cambiado el statu quo», asegura Tope Shola Akinyetun, politólogo de la Universidad del Estado de Lagos. «Antes, los jóvenes habían perdido la esperanza», añade.
El día después al resultado nadie celebraba en las calles de Lagos. Tan solo unas pocas decenas se concentraban en una rotonda, pero conforme avanzaba el día y azotaba el sol se resguardaban a la sombra. Mientras, la mayoría de los nigerianos seguía con su vida como si nada hubiese pasado porque, en el fondo, nada ha cambiado en Nigeria.