El Concilio definió a la vida consagrada como «un don que el Señor hace a su Iglesia», (LG 43) «pertenece íntimamente a su vida, santidad y misión». La Iglesia particular se ve agraciada con este don del Espíritu. Aunque no pertenece a su estructura jerárquica, es presencia del aspecto carismático de la Iglesia (cf LG 44), y de la dimensión escatológica y de consagración en cuanto «siguen más de cerca y hacen presente continuamente en la Iglesia el modo de vivir de Jesús» (cf LG 44). Subrayar esto es muy necesario para no reducir su papel a una especie de complementariedad o suplencia en la pastoral de la diócesis.
La Iglesia local es una convergencia de carismas, ministerios y funciones bajo la presidencia del obispo. Y la vida consagrada, formando parte constitutiva de ella, le aporta su peculiar fisonomía y autonomía, propia de su índole carismática y profética. La vida consagrada pertenece desde sus carismas a la Iglesia diocesana.
Su actividad pastoral en la diócesis de Madrid abarca desde las tareas parroquiales hasta las universidades: el área social y sanitaria, la escuela, casas de espiritualidad, la enseñanza de la teología y la pastoral, publicaciones, medios de comunicación, centros de fe y cultura etc. No hay ámbito pastoral en el que no haya una presencia significativa de consagrados y consagradas. En sus instituciones realizan, además, un papel evangelizador importante numerosos laicos y laicas que viven la fe desde la espiritualidad de sus carismas: es la vocación evangelizadora en misión compartida.
Desde esta realidad los consagrados y consagradas nos sentimos disponibles para participar en el Plan de Evangelización de la diócesis que nuestro arzobispo nos ha presentado, y al que ha dado un objetivo tan fundamental como «avanzar y mejorar en la comunión y en la pertenencia eclesial para fortalecer la misión». Una tarea en la que trabajaremos con ilusión en los próximos años, sintiéndonos muy dentro de la Iglesia local.