Mujeres afganas escapan de la violencia talibán
Una periodista italiana, con ayuda de las iglesias católica y evangélica, ha creado una red humanitaria para sacar de Afganistán a mujeres activistas que estaban en la lista negra de los talibanes para ser ejecutadas
Afganistán es una tierra herida. Un país anclado en la guerra durante tantos años que pocos saben cómo o por qué comenzó todo. Los ancianos recuerdan con nostalgia los años 70 —antes de la invasión de la URSS—, cuando Kabul se asemejaba a una capital europea, con niños y niñas sentados en pupitres contiguos hasta que cursaban Bachillerato y salas de baile con música alta abiertas hasta entrada la noche.
Los talibanes llegaron al poder por primera vez en 1996. Ya entonces de forma salvaje. Sin mediar palabra, fusilaron al que fue el presidente del país entre 1987 y 1992, Mohammad Najibulá, y luego arrastraron su cadáver por las calles de Kabul atado a la parte trasera de un camión para después colgarlo de una farola.
Esta vez han vuelto a implantar un código penal con castigos físicos, pero cometen los asesinatos de forma discreta. Han prohibido a las mujeres trabajar, estudiar si son mayores de 12 años, o viajar solas. Una muerte a cámara lenta. «Los talibanes han condenado a las mujeres de Afganistán a la violencia, la explotación y la pobreza porque están excluidas de todos los derechos», denuncia Nesa Mohammadi, que trabajaba de matrona en el hospital Indira Gandhi en Kabul.
El testimonio de la psicóloga y escritora Batool Heidari, que denunció en un estudio los casos de pederastia entre los talibanes, es también implacable. «Son tan duros con las mujeres que, si descubren que han ocupado puestos de poder, buscan sus rostros en los archivos para perseguirlas. Son misóginos», asegura, con la certeza de haber humillado con su informe sobre la violencia sexual contra menores a estos pastunes atrabiliarios que basan su ideología en el fundamentalismo islámico.
A su lado asiente con rabia en los ojos Razia Ehsani Sadat, una de las principales periodistas de la televisión afgana, que conducía un famoso programa crítico: «Los talibanes son asesinos, criminales responsables de la muerte de niños, jóvenes y mujeres en Afganistán». Estas tres activistas por los derechos humanos estaban en la lista negra de los talibanes, con los nombres de personas que debían ser ejecutadas: «Yo, por periodista», revela Sadat. «Mi marido, por haber trabajado como funcionario en el anterior Gobierno».
No hay palabras que valgan para describir el infierno. Basta ponerse en la piel de estas mujeres. Formaban parte de la Red de Participación Política de las Mujeres Afganas en Kabul y, por tanto, estaban destinadas a la sádica venganza talibán. Su única salida fue venderlo todo y escapar.
Meses escondidas
Para ello pidieron ayuda a la periodista italiana Maria Grazia Mazzola, que había estado varias veces en el país como reportera: «Los talibanes estaban degollando a los hijos de los que consideraban traidores; algunas niñas habían sido violadas hasta el punto de haber perdido la forma humana. Con solo 10 años las convierten en sus novias y los milicianos les practican abortos cuando descubren que están embarazadas».
Sus gritos desesperados no cayeron en saco roto. Mazzola empezó a mover contactos en el Ministerio de Exteriores de Italia y creó una red humanitaria que —con la ayuda de las iglesias católica y evangélica— ha conseguido poner a salvo a más de 60 refugiados. «Estuvimos durante meses escondidos en los subterráneos de los edificios de Kabul. Sin comida ni agua», recuerda Sadat, que pasó un calvario para poder conseguir los pasaportes. Solo salían para hacer cola en las oficinas de expedición de pasaportes con temperaturas de -10 ºC: «Fue horrible. Nos pegaban, nos robaban el dinero que llevábamos encima. Había bebés, mujeres embarazadas y ancianos…». Tras cuatro meses de incertidumbre, consiguieron sobornar a un funcionario, que finalmente les dio los documentos. Atravesaron con sus familias la frontera con Pakistán y tomaron un vuelo pagado de su bolsillo de Islamabad a Roma.
En el aeropuerto de Fiumicino los esperaba el sacerdote Francesco Preite, de la familia salesiana, que recuerda con cariño el abrazo infinito de uno de los hijos de Ehsani Sadat. «Solo hemos hecho lo que nos pide el Papa, activar una red de acogida y garantizar una integración acorde con la dignidad de las personas», dice, restándose importancia. En total, han acogido a 33 personas que han logrado huir de los talibanes en seis estructuras repartidas por Italia. En esta red de solidaridad, sin contar con dinero público, también han participado otras organizaciones civiles italianas.