Mujer y misión - Alfa y Omega

Las misioneras combonianas estamos de cumpleaños. 150 años no se cumplen todos los días. Por eso, es un momento importante en la vida de una congregación para mirar agradecidas al pasado, tomar conciencia de dónde nos encontramos, y encaminarnos con esperanza hacia el futuro.

Nosotras nos definimos como una congregación femenina ad gentes y ad vitam, con un marcado carácter intercultural. Hoy en la Iglesia se habla más de misión ad gentesinter gentes. Ciertamente todo es misión, porque todo nos invita a anunciar al Señor, a cada uno en el ámbito personal en el que se encuentre. La misión ad gentes hace más referencia a la salida. Y la misión inter gentes evoca el proceso de encuentro en diferentes ámbitos de la vida. Ambas no son excluyentes, sino que se complementan. Las misioneras combonianas vivimos estos aspectos en nuestra misión, pero ciertamente la misión ad gentes, ese salir de tu zona de confort, es un aspecto esencial en nuestra cotidianidad. Y en esta salida nos atrae de un modo particular llegar allí donde nadie desea llegar. Eso se ve muy bien en las zonas de misión más apartadas.

En nuestro lenguaje actual hablamos del empoderamiento femenino como un modo de ser y de entender la vida. Nosotras vivimos esta realidad desde el servicio al otro. Nuestro empoderamiento, nuestro vivir en profundidad nuestro ser mujeres, se realiza en el servicio desinteresado, en crear cauces por los que la vida fluya para todos. Somos mujeres realizadas, felices con lo que somos y abiertas a las realidades del mundo, viviendo en situaciones complicadas donde no toda la gente aguantaría. Solo la fe y la confianza en Dios nos ayudan a vivir estas realidades.

Hoy estamos inmersos en la urgencia del presente, en la sensación de que nada es duradero, de que todo fluye y cambia constantemente. Y ahí nosotras optamos por un compromiso de por vida, misioneras ad vitam. Parece una opción que va a contracorriente, pero es una decisión que hunde sus raíces en un compromiso personal con el Señor que nos llama a anunciar su Evangelio. La misión, en muchos casos, vive la urgencia, la caducidad de las cosas, los imprevistos… y así lo experimentamos en el día a día, pero somos conscientes de que nuestro estilo de misión tiene que ver con el estar, con el hacer causa común, con la inculturación, con el caminar juntos… Y todos esos ámbitos no son pasajeros. Se necesita tiempo para entender la misión, para poder entrar en ella e iniciar procesos. De otro modo seríamos simples observadoras o consumidoras de la misma.

La interculturalidad vivida como un regalo que Dios nos ofrece nos ayuda a relativizar lo cultural de cada una de nosotras para ir con una mayor libertad al encuentro del otro. Y eso, no por necesidad, sino porque el propio carisma así lo pide. Ya desde los primeros años, en vida de Comboni, nuestro fundador, hubo entre nosotras religiosas africanas. Actualmente venimos de 31 nacionalidades diferentes, de cuatro continentes. Eso, sin duda, marca nuestra historia, nuestro ser, nuestro hacer y nuestra vida de comunidad.

Ser mujer y religiosa sigue siendo un desafío en el interior de la Iglesia. En ocasiones se nos ridiculiza y se habla de nosotras en diminutivo: las monjitas. Pocos saben que fuimos pioneras en llegar a la misión de África central, junto con las hermanas de San José de la Aparición, fundadas por Emilie de Vialar. Comboni lo quiso así… él soñaba y miraba con un futuro lejano. Tampoco saben que vivimos las guerras del Madhi con sufrimientos y torturas indecibles e incomprensibles; y que no abandonamos la misión cuando la situación se tuerce. Nos mueve la pasión por el Evangelio, por ello vivimos una inaudita debilidad que nos hace estar en situaciones de conflicto y hacer causa común con quienes las viven y sufren.

El clericalismo es un problema muy arraigado en las parroquias, tanto aquí como en misiones. Nosotras, religiosas misioneras, reivindicamos nuestro rol específico dentro de la Iglesia. No queremos ser sacerdotes, pero queremos que se nos tenga en cuenta, que se nos dé más capacidad de decisión, que se escuche nuestra voz y nuestra experiencia. Llevamos adelante la formación de líderes de comunidades, oímos confesiones de todo tipo, profundas, sinceras, celebramos liturgias con la comunidad… pero nada de eso parece ser reconocido. En el momento de las decisiones, nos excluyen.

La misión siempre está evolucionando y, ciertamente, así lo vivimos también. Los estilos y modos de un tiempo están dejando paso a la misión como colaboración, como trabajo en conjunto, como escucha y servicio. La misión con tintes paterno-maternalistas que algunos quieren seguir manteniendo, no es viable. Queremos colaborar aportando nuestra profesionalidad, nuestro saber hacer, nuestro saber estar… pero, sobre todo, queremos colaborar creando puentes entre culturas, entre personas, manifestando el sacramento de la ternura de Dios, de la amistad, de la solidaridad.