Queridos hermanos:
Espero que hayáis pasado un buen verano; que los que habéis tenido vacaciones hayáis podido descansar y pasar tiempo con vuestras familias y amigos, y que, quienes habéis tenido que trabajar o quedaros aquí, también hayáis tenido buenos momentos.
Ha comenzado el mes de septiembre y, con él, se retoman muchas actividades y rutinas. Las oficinas se llenan de nuevo. Los niños y jóvenes comienzan sus clases. Vuelven los atascos, las prisas y los agobios… Espero que en medio de esta vorágine sepamos sacar ratos para detenernos, para hacer silencio y encontrarnos con el Señor. Él nos dará sentido y nos animará también a ir al encuentro de otros, especialmente de los que encaran este nuevo curso con miedo e incertidumbre.
Quienes formamos la Iglesia que peregrina en Madrid y en otros lugares de España, las parroquias, cada uno de los fieles, tenemos que hacer presente la Buena Noticia. Aunque esta siempre es necesaria, ahora que el mundo padece problemas graves y duros enfrentamientos, todavía lo es más.
Como recordó el Papa Francisco en la pasada fiesta de la Asunción, «no son el poder, el éxito y el dinero los que prevalecen, sino el servicio, la humildad y el amor». Mirando a la Virgen, añadió, «comprendemos que el verdadero poder es el servicio y que reinar significa amar» y «que este es el camino al Cielo».
En esta línea, el pasado domingo, en la beatificación de Juan Pablo I, el Sucesor de Pedro insistió en que este vivió «con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo». Tal y como subrayó, Luciani «encarnó la pobreza del discípulo», que no pasa por «desprenderse de los bienes materiales», sino sobre todo por «vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria». Con su amplia y recordada sonrisa, aseveró, «logró transmitir la bondad del Señor». Que nosotros sepamos también acercar ese rostro de Dios a nuestros contemporáneos en este curso que ahora comienza.