Nuncio en el Congo: «Me quito el sombrero ante los misioneros que no han huido»
Mitja Leskovar relata cómo en medio de la violencia de la guerra en el este del país también hay gestos de humanidad
Cuando hace unas semanas las milicias del M23, financiadas por Ruanda, tomaron la ciudad de Goma (Kivu del Norte, al este de República Democrática del Congo) dejaron a su paso entre 3.000 y 5.000 muertos y al menos 275.000 desplazados. Las milicias expulsaron al Ejército congolés la semana pasada de otra ciudad, Bukavu (Kivu del Sur), donde la población temía una masacre parecida. Las noticias que llegan desde la zona son confusas, pero la gente refiere ejecuciones sumarias, continuos tiroteos, violaciones y reclutamiento forzado de niños soldado.
Las consecuencias de la guerra se hacen notar también para los católicos en la capital, Kinshasa. El domingo 16 de febrero, la Policía tuvo que proteger las parroquias pues los militantes del partido que gobierna el país amenazaron con asaltarlas durante la Misa como protesta por la visita que una delegación de obispos y pastores protestantes hizo en Goma a Corneille Nangaa, líder del M23, quien había amenazado con derrocar al presidente, Félix Tshisekedi. En medio de estas tensiones, Mitja Leskovar, de 55 años, como nuncio apostólico, es el encargado de llevar a esta sociedad la cercanía del Papa.
¿Qué noticias le llegan desde Kivu?
Kivu del Norte y Kivu del Sur llevan décadas siendo escenario de combates entre facciones y ejércitos diversos. Lamentablemente, desde principios de este año ha habido un recrudecimiento de las hostilidades, con numerosos muertos y heridos. Los hospitales de la zona están llenos y no pueden atender las necesidades. La Cruz Roja ha estado muy activa y ha aumentado la capacidad quirúrgica para tratar a heridos por armas, entre los cuales los civiles representan más del 60 %.
¿Cómo está la gente?
En las zonas afectadas por los combates, la situación es muy difícil y obliga a muchos a escapar, aunque no saben dónde ir. La inseguridad es grande y pesa también psicológicamente. En Goma, el obispo dice que la situación se ha calmado un poco, pero las necesidades humanitarias son enormes. Hay un obstáculo adicional, que es que el aeropuerto está cerrado. En las zonas rurales las condiciones varían, mientras que en Bukavu, gracias a Dios, se han evitado los combates y la situación es menos grave.
Sorprende la extrema brutalidad de las milicias: saqueos, ejecuciones, violencia contra las mujeres. ¿Qué está sucediendo?
No todas las milicias son iguales en esto. El grupo más cruel parece ser el ADF, de origen islamista. La brutalidad en esta parte del mundo a veces alcanza una intensidad extrema y difícilmente comprensible. Pero también hay historias de solidaridad y humanidad, a pesar del estado de guerra. He escuchado que en el terreno de conflicto se dan mutuamente la posibilidad de llevar a los heridos al hospital, pasando por territorio enemigo.
¿Hay estructuras de la Iglesia afectadas por la violencia, por ejemplo en Goma?
Sí, y no pocas; incluidos algunos lugares de culto, hospitales y escuelas. Hoy vi fotos de un aula informática de la escuela técnica de los salesianos dañada por una explosión. Qué tristeza…
Entiendo que los misioneros no se han ido. ¿Qué nos puede contar sobre ellos?
Ante ellos solo puedo quitarme el sombrero.
¿Cómo están usted y sus colaboradores?
Gracias a Dios estamos bien. De vez en cuando la situación de seguridad, incluso en la capital, Kinshasa, empeora, como el domingo pasado. Pero hasta ahora no ha habido problemas relevantes para la Nunciatura.
¿Consiguen llevar ayuda a la población?
La Iglesia en el Congo hace lo que puede y cuenta con el apoyo de la Iglesia universal. Sin embargo, la falta de carreteras, el cierre de aeropuertos y la presencia de varias milicias en ciertas zonas dificultan la acción humanitaria, a veces incluso la hacen imposible. En otras zonas, incluso controladas por rebeldes, los trabajadores humanitarios son respetados y su labor facilitada.
¿Cómo está haciendo usted presente la cercanía del Papa?
Manteniéndome en estrecho contacto con los obispos y, a través de ellos, con todo el pueblo de Dios. Trato de escucharlos, de que se sepan acompañados, también con la oración. Luego se trata de encontrar también ayuda material, en la medida de lo posible, demostrando la solidaridad concreta del Santo Padre y de toda la Iglesia.
¿Tiene alguna esperanza de una pronta solución a este conflicto?
Alguna esperanza hay. Hay varios intentos de diálogo y esperamos que lleven a la paz. De lo contrario, se corre el riesgo no solo de que el conflicto continúe, prolongando los enormes sufrimientos de más de seis millones de desplazados, sino también de que se desborde y se convierta en una guerra regional. Esperamos y rezamos para que no suceda y para que los responsables de la República Democrática del Congo, de los países vecinos y también la comunidad internacional adopten las medidas necesarias para poner fin a estas matanzas inútiles.
¿Qué se puede hacer desde Europa?
Ora et labora, como enseñó san Benito, patrón de Europa: es necesario rezar y apoyar todo lo que pueda detener la guerra y aliviar los sufrimientos de la gente.
Usted fue nuncio en Irak. Aunque hay diferencias entre los dos lugares, al ver tanta violencia a su alrededor, ¿cómo reacciona?
Invocando la misericordia de Dios y pidiendo la gracia de la conversión.