Mirar hacia dentro
La Cuaresma irrumpe en el calendario como el remedio de emergencia para ralentizar las necesidades que nos hemos creado casi sin darnos cuenta. Es la ocasión de oro para que todas nuestras urgencias, las agendas repletas, nos parezcan una rémora que impide que volemos con más libertad
Nos hemos acostumbrado a vivir demasiado deprisa. Nos cuesta frenar. Viajamos sin cesar de una actividad a otra, nos dejamos atrapar por la velocidad que nos impide desbrozar lo secundario de lo que realmente es importante en nuestra vida. Y de repente nos llega el Miércoles de Ceniza, que irrumpe en nuestro día a día casi sin avisar, como una marca del calendario que nos invita súbitamente a detenernos, a mirar hacia dentro, a ponernos a la escucha como la joven de la fotografía. Quizá ella nos enseñe a cerrar los ojos, a pararnos y a reflexionar sobre las metas que guían la propia vida. Y ahí, en el silencio, oír.
La Cuaresma nos ofrece esa posibilidad. Nos permite desdibujar las prioridades que consideramos necesarias, tal y como se difuminan los rostros que rodean a la protagonista de la imagen, que acaba de recibir la ceniza. La fuerza de los símbolos. La ceniza se convierte en el sello externo de la conversión deseada y compartida por tantos cristianos que nos han precedido a lo largo de los tiempos mientras escuchamos unas palabras a las que no podemos acostumbrarnos: «Conviértete y cree en el Evangelio».
La frente tiznada con ceniza es como una lámpara que llega para poner luz en las estancias más oscuras de nuestra vida, que nos ayuda a descubrir todo lo que conviene reordenar y ventilar con un poco de aire fresco para que se transforme en vendaval. Esa es la conversión a la que nos llama la Cuaresma, un tiempo de mirar más a Dios para dejar que la Buena Noticia de Jesús de Nazaret ilumine los rincones de nuestra casa. Pensándolo bien, la Cuaresma irrumpe en el calendario como el remedio de emergencia para ralentizar las necesidades que nos hemos creado casi sin darnos cuenta. Es la ocasión de oro para que todas nuestras urgencias, el «no tengo tiempo para nada», las agendas repletas, nos parezcan una rémora que impide que volemos con más libertad. Eso también es la Cuaresma, no conformarse con quedar anclado a un suelo de la pasividad, la inercia y la indiferencia. Hagamos que esta Cuaresma sea una auténtica contrarrevolución.
La joven de la fotografía es consciente de que para sacar la mejor versión de sí misma necesita la fuerza de la oración, el ayuno de lo superfluo y la limosna de la atención a quienes demandan el pan y la palabra. Quizás por eso, tras recibir la ceniza se ha puesto en actitud de escucha para atender las coordenadas que le permitirán emprender un camino que dura 40 días y que concluirá con la alegría del Domingo de Resurrección.
Hace justo un año, en la homilía del Miércoles de Ceniza, el Papa lanzó una propuesta que podría ser cruz de guía para las próximas semanas: «Este es el tiempo favorable para convertirnos, para cambiar la mirada antes que nada sobre nosotros mismos, para vernos por dentro. Cuántas distracciones y superficialidades nos apartan de lo que es importante. Cuántas veces nos centramos en nuestros deseos o en lo que nos falta, alejándonos del centro del corazón, olvidándonos de abrazar el sentido de nuestro ser en el mundo».
Es tiempo de mirar hacia dentro dejando que la fe ilumine la vida, que ponga serenidad en el desasosiego y horizonte en el camino. Tenemos una ocasión única de cambiar el corazón y descubrir tu rostro, Jesús, en cada esquina.