Militares cuya fuerza es la paz y no las armas
Rusia aprovecha la conmemoración del final de la Segunda Guerra Mundial para exhibir músculo militar, mientras que 12.000 soldados de 50 países lo harán para escenificar la paz
La semana comenzaba el lunes 9 de mayo con la plaza Roja de Moscú abarrotada de militares rusos conmemorando la victoria sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial y exhibiendo músculo armamentístico. Putin hizo desfilar incluso el misil Rs-24 Yars, que tiene una velocidad tope de 24.500 kilómetros por hora, un peso de 50 toneladas y puede explotar en cualquier punto de Europa gracias a su alcance de hasta 12.000 kilómetros.
En la víspera del Día de la Victoria, como es conocida esta celebración, otra plaza —la de San Pedro— era testigo de un mensaje radicalmente contrario. El Papa, asomado a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, volvió a asegurar, ante los 20.000 fieles congregados para el rezo del Regina caeli, que «las armas nunca traen la paz». Francisco, además, encomendó a la Virgen, en este mes de María, «el ardiente deseo de paz de tantos pueblos que, en distintas partes del mundo, sufren la insensata tragedia de la guerra». «A la Virgen Santa presento los sufrimientos y las lágrimas del pueblo ucraniano», dijo.
Cuatro días después de la exhibición rusa, la semana se cerrará con el 62 Encuentro Internacional de Militares por la Paz, que se debería haber celebrado meses atrás, pero que la pandemia retrasó hasta, casualmente, hacerlo coincidir con la invasión rusa de Ucrania y la conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial. Un panorama que convierte al encuentro de este año —que va a tener lugar entre el 13 y el 16 de mayo en el santuario de Nuestra Señora de Lourdes con el lema Mi paz os doy—, en más necesario que nunca. «La guerra, por desgracia, no ha desaparecido, y ahora la tenemos más cerca. Por eso somos más conscientes del valor de la paz y del dolor y de la tragedia que surgen en este tipo de sucesos», asegura Juan Antonio Aznárez, designado recientemente como arzobispo castrense de España.
Precisamente el origen de esta reunión, que suele congregar anualmente a cerca de 12.000 militares de unos 50 países, se encuentra en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. «Cuando acabó el conflicto, un grupo de soldados que había participado en él», en distintos bandos, «se dirigió a Lourdes acompañado por sus capellanes para rezar, trabajar por la paz y reconciliarse», explica el páter Víctor Hernández, capellán castrense y miembro de la comisión internacional que se encarga de la organización del evento. A partir de entonces, se ha realizado todos los años —menos durante la pandemia, que «se hizo un acto virtual»—, y cada año participan más países. Empezaron Francia, Alemania o Suiza y, más tarde, se fueron sumando los del este, a medida que abrazaban la democracia. Participa hasta la Guardia Suiza vaticana.
En el caso de España, ha estado presente en el encuentro desde la edición número uno. En esta ocasión, nuestro país estará representado por más de 500 personas, de los cuales 328 son militares en activo y el resto personal de la reserva o jubilado. «Es coste cero para la Administración pública. Cada participante se paga sus gastos y, es curioso, porque desde que se organiza así —asegura Hernández— se apunta más gente», lo que deja entrever las convicciones profundas de quienes se unen al plan y lo especial de este encuentro. «Como arzobispo voy a participar por primera vez, pero me llegan referencias de otros años y me dicen que hace mucho bien. La gente vuelve removida, así que las expectativas son muy altas», confiesa Juan Antonio Aznárez, que también espera que el encuentro sea un revulsivo en la fe de los que acuden y que ayude calmar la situación internacional. «En la medida en que dejamos que Dios nos pacifique, en expresión de san Francisco de Asís, nos vamos convirtiendo en instrumentos de su paz», apunta el arzobispo.
La participación, sin embargo, está abierta a todos, creyentes y no creyentes. «Nunca se le ha preguntado por sus creencias a nadie. En absoluto. De hecho, recuerdo un cadete agnóstico del Ejército de Tierra que participó en una ocasión», rememora el capellán de la comisión internacional, que insiste en que «se trata de un encuentro y, como tal, todo el mundo puede recibir algo positivo».
En este sentido, el páter subraya «el diálogo y la confraternización que se establece con el resto de soldados», tanto de tu país como del resto, «y, por supuesto, con los enfermos. Se organizan varias actividades con ellos». Un realidad que «impacta a los participantes», pero que no le es extraña a los miembros del estamento militar. «El encuentro con los que sufren es un aspecto muy presente en las Fuerzas Armadas, donde hay una sensibilidad grande hacia el otro».
Hoy ese otro está más encarnado que nunca en los ucranianos, cuyo devenir estará presente en el 62 Encuentro Internacional de Militares por la Paz. «Desconozco si va a haber algún gesto concreto durante la apertura —España se encarga de la Misa internacional del domingo junto con Italia—, pero que va a estar en el corazón de todos nosotros te lo aseguro, porque lo hemos hablado en las reuniones», concluye el capellán castrense.
El comandante retirado Valentín Alonso ha ido tantas veces a Lourdes, dentro del Encuentro Internacional de Militares por la Paz, como ocasiones en las que se emociona durante la entrevista con Alfa y Omega hablando del mismo. «He ido en doce ocasiones. Es una experiencia única», dice el comandante, con lágrimas en los ojos, a la vez que destaca que «el santuario es un lugar de sanación». Alonso ha conocido gente que «tenía ciertas dolencias y que, al volver, si no han desaparecido, sí le habían disminuido». Él mismo tiene «problemas de movilidad en las rodillas y en la cintura pelviana», pero, más que la curación, él espera de este encuentro «un milagro de paz».