Exespía del CNI: «De mi fe me viene estar al servicio de España» - Alfa y Omega

Exespía del CNI: «De mi fe me viene estar al servicio de España»

Jaime Rocha colaboró con la CIA para localizar a Gadafi en Libia. El espía lo cuenta 30 años después

José Calderero de Aldecoa
2 Rocha en Casablanca en 1986. Dirigía las redes clandestinas en el Magreb. Foto cedida por Jaime Rocha

Jaime Rocha le debía una explicación a su familia. Su mujer y sus cinco hijos ya estaban acostumbrados a sus largas ausencias después de que, en 1965, se graduara como oficial de la Armada. «Estuve 14 años navegando. Me pasaba temporadas largas, de seis meses, por la zona de Estados Unidos o por el Atlántico Norte». Pero a partir de 1979, a los largos periodos de ausencia se sumó el silencio. O más bien, la discreción. «Unos compañeros del Ejército me citaron en el hotel Atlántico», el mismo curiosamente en el que Jaime y Carmen habían celebrado su boda unos años antes, «y me ofrecieron la posibilidad de entrar en el recién creado CESID –actual CNI–». Rocha aceptó y se convirtió en espía. A partir de entonces, se sucedieron las tapaderas, los viajes y las dobles identidades.

En 2014 «ya habían pasados los suficientes años de todo aquello como para poder contar determinadas cosas» y Jaime comenzó a pasar sus recuerdos a papel. «Quería dejar a mi familia un testimonio escrito de las cosas que hacía cuando yo me iba», porque «ellos no sabían ni dónde estaba ni cuándo iba a volver…», confiesa en conversación con Alfa y Omega. En este sentido, el exespía destaca principalmente la actitud de su mujer. «Hay que darle un mérito tremendo. Siempre ha tenido una fe ciega en mí. Cuando yo me iba sin decirle nada por cuestiones laborales, nunca me hizo preguntas ni me puso en una situación comprometida».

Involucrado en Madre Coraje

Ese amor por los demás también llevó a Rocha participar en la asociación Madre Coraje, de la que fue uno de sus primeros miembros y en la que también ejerció como presidente nacional y como delegado de Cádiz. «Ahora soy secretario en esta misma delegación», asegura.

«Una de nuestras mayores preocupaciones es la educación», y en Mozambique, por ejemplo, «hemos creado ya más de 3.000 puestos escolares». También «nos dedicamos a la ayuda humanitaria». Comenzamos mandando un contenedor al año a Perú con medicamentos, ropa o libros, entre otras cosas, y ahora mandamos tres al mes», concluye.

Pero Jaime tenía mujer y cinco hijos en la vida real, y no en las distintas identidades que se fabricaba. «La arquitectura de los personajes siempre era muy simple para no levantar sospechas, y porque no quería que nadie tuviera ningún dato del que pudieran tirar e identificar a mi familia». El objetivo era «proteger a Carmen y a los niños», así que Rocha se quitaba el anillo y «cualquier otro recuerdo familiar».

Junto a la familia, la fe es otra de la realidades presentes en la vida de este espía nacido en 1945. Y del mismo modo que se tenía que quitar el anillo por su seguridad y la de su familia, «también me quitaba la cruz que llevaba colgada al cuello», detalla. «Eran países y situaciones en las que no podías hacer nada que tuviera que ver con tu creencia». De todas formas, lo que nunca faltó fue ese diálogo interior con el Señor: «Yo siempre he hablado mucho con Dios».

El exespía es miembro de la Asociación Católica de Propagandistas. Foto cedida por Jaime Rocha

Rocha fue «educado en el catolicismo». «Estuve en colegios religiosos, maristas y marianistas, en Valencia y Cádiz respectivamente, y esta siempre ha influido en todas mis decisiones», reconoce. Incluida la de ingresar en el CESID, porque «de mi fe me viene ese amor por los demás, el estar a su servicio, que en este caso era la defensa de mis compatriotas», explica. «Siempre me acompañó la idea de tratar de evitar a los españoles los males que pudieran venir de una agresión exterior».

Objetivo: entrar en Trípoli

Un amor a los demás vivido a expensas de su propia seguridad, como ocurrió en uno de los episodios más destacados de su carrera. Tras el atentado del 5 de abril de 1986 en la discoteca La Belle, de Berlín, frecuentada por militares americanos, el presidente de Estados Unidos «ordenó bombardear numerosos objetivos en las ciudades libias de Trípoli y Bengasi», desde el aeropuerto hasta distintas bases aéreas y, por supuesto, campos de entrenamientos terroristas. Después de aquella operación, bautizada como esta biografía novelada, Operación El Dorado Canyon –de la que se han venido ya cerca de 3.500 ejemplares en tres ediciones–, «la CIA le pidió al CESID que mandaran a alguien a Trípoli a comprobar los efectos de los bombardeos, a fotografiar la artillería antiaérea y a tratar de localizar a Gadafi», rememora Rocha, que «en aquel momento dirigía las redes clandestinas que teníamos en el Magreb, desde Libia hasta Mauritania».

El general Manglano –entonces director del CESID–, sin embargo, no envió a Jaime, sino a un compañero infiltrado dentro de los periodistas que querían aterrizar en Libia para contar lo sucedido. «Me dijo que a mí me podrían reconocer porque había viajado mucho al país y que sería peligroso». Pero a la prensa no la dejaron desembarcar y tuvieron que emprender el viaje de vuelta. En la segunda reunión, Manglano no tuvo más remedio que mandar a Rocha, que era quien mejor conocía la zona. El espía logró entrar en el país «disfrazado de ingeniero de una empresa española». Entonces, pudo fotografiar los distintos objetivos y volver sano y salvo.

Operación El Dorado Canyon
Autor:

Jaime Rocha

Editorial:

Doble Identidad

Año de publicación:

2020

Páginas:

252

Precio:

15,90 €