El escritor Stefan Zweig escribió en El mundo de ayer: «Antes el hombre solo tenía cuerpo y alma; ahora, además, necesita un pasaporte: de lo contrario, no se le trata como a un hombre». La abundante bibliografía sobre las migraciones está compuesta mayoritariamente por estudios, entre especializados y divulgativos, de cuestiones puntuales acerca de este fenómeno que ha adquirido una dimensiones globales. Sin embargo, no es frecuente que nos encontremos con un volumen que combine de forma magistral una visión de conjunto con la necesaria profundidad sectorial, incluso en la información de datos. Obra, por cierto, de quien es magistrado de carrera y doctor en Derecho, especializado en derecho administrativo. Con un lenguaje asequible, y con una más que erudita compresión histórica del fenómeno, el autor va abordando aspectos claves de una realidad que está en primer plano de la preocupación de nuestra conciencia humana y cristiana. Hay que destacar el equilibrio y el rigor en el análisis de los datos y en los juicios a la hora de afrontar cuestiones como los movimientos humanos en la historia, las nuevas fronteras, la relación entre guerras y refugiados, el ser extranjero en Europa, la hospitalidad olvidada, la necesaria convivencia o el ejercicio de integrar para sobrevivir. Aspectos que conforman los capítulos principales de este volumen.
Partamos de los datos, recogidos del libro, que siempre son muy elocuentes. Como señala el autor, el número de migrantes en el mudo aumentó un 41 % en los últimos 15 años. Alcanza por tanto la cifra de 244 millones de personas. Europa es el mayor destino de migrantes de planeta, con unos 76 millones, seguido por Asia, que acoge a 75 millones. Norteamérica recibe 54 millones; África, 21; Latinoamérica y el Caribe, nueve; y Oceanía, ocho. Europa y Asia son los continentes donde el número de inmigrantes ha crecido más en los últimos 15 años. En el libro nos encontramos con descripciones dramáticas. Un ejemplo: «Los tres campos de Dadaab –Dagahaley, Hagadera, Ifo e Ifo-2–, conocidos en su conjunto como el mayor campo de refugiados de mundo, se crearon para albergar hasta 90.000 personas que huyeron de la violencia y de la guerra civil en Somalia. Sin que se vea el final del conflicto en un futuro cercano, ahora acogen a más de 470.000 personas».
Sirva este párrafo final como síntesis de un libro que presta un gran servicio: «En este mundo globalizado también hay que globalizar los derechos de las personas, los derechos de todo ser humano, con independencia de su lugar de nacimiento y de procedencia. Es necesario elaborar un estatus global de la persona, refugiados e inmigrantes, que no dependa del reconocimiento por cada Estado de su derecho como persona, reformando y adaptando la Convención de Ginebra de 1951 a los nuevos tiempos. Hay que facilitar el tránsito de los refugiados una vez obtenido el asilo, recuperando, de este modo, el pasaporte Nansen, que salvó muchas vidas en la I Guerra Mundial. El ser humano tiene derecho a ser tratado como persona con independencia de su procedencia, como afirmaba Hannah Arendt: “Derecho a tener derechos, derecho a vivir dignamente”».
Francisco Pleite Guadamillas
Sal Terrae