Miedo - Alfa y Omega

Mi mente no para de darle vueltas a la experiencia sufrida en Sierra Leona en el 2014 con el ébola. En un intento de controlar la enfermedad, el presidente Bai Koroma impuso un toque de queda de tres días sobre la población, del 19 al 21 de septiembre. Durante este período se crearon equipos de vigilancia comunitarios del ébola, y voluntarios autorizados fueron de puerta en puerta ofreciendo información de cómo prevenir la enfermedad. Yo fui uno de ellos en la zona de Kamabai, y me tocó correr de aldea en aldea llevando arroz a las personas aisladas debajo de un mango. Según un informe de la OMS, el 21 de septiembre la capacidad del país para tratar casos de enfermedad por el virus se reducía a tan solo 532 camas. Era desesperante no tener un lugar donde llevar a los que sufrían los primeros síntomas. El 25 de septiembre, el presidente decretó en tres distritos –Port Loko, Bombali y Moyamba– un toque de queda, y se dejó que el virus hiciese su selección natural. Su mortalidad oscilaba entre el 75 % y el 87 %. Yo, por aquel entonces, vivía en el distrito de Bombali, y no hay palabras para describir lo vivido.

La tasa de mortalidad del coronavirus oscila entre el 1,4 % y el 3,4 %. Sin embargo, los medios de comunicación han sembrado el miedo en nuestro corazón. Me quedo con el escrito de Pascal Roland, obispo de Belley-Ars, de la provincia eclesiástica de Lyon: «Esta crisis mundial presenta, al menos, la ventaja de recordarnos que vivimos en una casa común, que somos vulnerables e interdependientes, y que ¡es más urgente cooperar que cerrar nuestras fronteras! Además, ¿por qué ocultar que cada año, en Francia, la gripe estacional afecta a entre dos y seis millones de enfermos y provoca alrededor de 8.000 muertes? También parece que hemos eliminado de nuestra memoria el hecho de que el alcohol es responsable de 41.000 muertes por año, mientras que se estima en 73.000 las provocadas por el tabaco».

Mientras tanto, las mujeres se manifiestan pidiendo justicia e igualdad, que está muy bien. Ya es hora que la sociedad se tome en serio tanto abuso y femicidio. Leí a mi llegada a México un eslogan en una pared que decía que la mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo. También que el respeto al derecho ajeno es la paz (Benito Juárez). Y que respeto significa que tu libertad termina donde comienza la mía. Por eso me quedo perplejo cuando se justifican la violencia, el destrozo, el odio, el aborto… como vía para conseguir la igualdad. En Hermosillo, México, se asaltó la catedral durante la celebración de la Eucaristía –en la que también había mujeres–, exigiendo justicia e igualdad. Supongo que todas, las de un lado y otro de la puerta, tienen derechos que merecen ser respetados.