Michele Marconi y Anthony Ligato: «Juan XXIII no sabía qué hacer con una bolera» - Alfa y Omega

Michele Marconi y Anthony Ligato: «Juan XXIII no sabía qué hacer con una bolera»

Rodrigo Moreno Quicios
Anthony Ligato (izquierda) y Michele Marconi (derecha) en la bolera del NAC. Foto: Rodrigo Moreno Quicios.

El Pontificio Colegio Norteamericano (NAC) es desde 1859 un centro de referencia en Roma para los seminaristas estadounidenses. Tras la Segunda Guerra Mundial se trasladó a la Colina Vaticana. Michele Marconi, el ecónomo, y Anthony Ligato, su jefe de comunicación, cuentan cómo su institución acabó teniendo una sala dedicada a los bolos que «a la gente le fascina».

¿Qué relación tiene esta bolera con Juan XXIII?
Michele Marconi: En los años 60 la marca Brunswick comenzó a exportar sus boleras a Europa. Vendieron la primera en 1961 en Múnich y le regalaron otra a Juan XXIII. Pero él no sabía qué hacer con ella. Justo entonces acababa de construirse este nuevo seminario americano en la Colina Vaticana y se la donó. El colegio diseñó una sala para la bolera. La instalación se finalizó en 1964. Algunos estudiantes alemanes ayudaron a montarla y fue finalmente funcional al inicio de 1965.

¿Tenía esa marca, Brunswick, alguna inspiración católica?
M. M.: Sí que en Estados Unidos organizan muchos torneos con las diócesis. Aunque donaron esta bolera directamente al Vaticano, al final han conseguido que la gente juegue y se una, lo que tiene un gran espíritu católico. Conocí a uno de los sobrinos del señor Brunswick. Vino aquí porque queríamos renovar la bolera desde hacía muchos años, pero no teníamos las conexiones ni el dinero. Lamentablemente falleció de un infarto hace cuatro años, pero tenía la intención de renovarla porque quería que la Iglesia tuviera su bolera.

¿Cuándo se completó esa renovación?
M. M.: La terminamos el año pasado con los representantes de Brunswick en Europa, puesto que ya no existe en Italia debido a un acuerdo comercial. Ahora son el grupo Valcke, que es holandés. Nos proporcionaron los materiales y tenían trabajadores aquí en Italia. Solo existían dos personas que sabían hacerlo, una en Sicilia y un peruano que trabajaba en Florencia y volvió a su país. Así que, al final, solo una persona sabía cómo trabajar este modelo, que es uno de los primeros automatizados de Brunswick.

¿De dónde sacaron el dinero para financiar la renovación?
M. M.: De un donante que entendía la importancia de tener un espacio recreativo donde la comunidad pudiera reunirse. La clave fue ser capaces de elaborar un presupuesto que encajara con la cifra que nos donó.

¿Quién utiliza la bolera?
Anthony Ligato: Los seminaristas que estudian aquí tienen acceso completo. También los miembros de la facultad y las hermanas que cuidan de las instalaciones. Los estudiantes tienen un comité de actividades que organiza eventos, se encarga de la bolera y coordina un calendario online para quienes quieran usarla durante el día. Han organizado varios torneos con los seminaristas de otras facultades.

¿Ayuda esta bolera a que los seminaristas no se sientan tan lejos de su casa?
A. L.: Sí, es un pedazo de América. Una de las razones por las que Brunswick quiso donar en los años 50 y 60 boleras para la Iglesia fue que muchas escuelas católicas tenían equipos de bolos. Y siguen siendo muy típicos. Suelen ser para niños de primaria, de menos de 12 años, que juegan en una liga de escuelas católicas de los Estados Unidos. Aunque los bolos son también un deporte muy popular entre los adultos.

¿Tienen planes para implantar en Roma estas competiciones?
A. L.: No sabemos si alguien más en Roma tiene una bolera. Estaríamos muy contentos de compartir la nuestra. Ya lo hacemos con otros deportes como el béisbol; tenemos una liga romana y en ocasiones hacemos torneos. También lo hacemos con el fútbol. Creo que podríamos hacerlo porque a la gente le fascina esta bolera, que no podrían ver de otro modo. Siempre que tenemos invitados la quieren ver.