«Mi hijo firmó su propia sentencia de muerte para salvarme la vida»
Tamara Chikunova creó la asociación Madres Contra la Pena de Muerte y la Tortura después de la ejecución de su hijo Dmitry, que cinco años después de ser fusilado fue declarado no culpable. «Al quitarle la vida a mi hijo, destruyeron la mía. No quería vivir»
Creo que tiene grabado a fuego el 17 de abril de 1999…
Sí, ese día se convirtió en el punto de partida del horror en el que caímos mi hijo y yo.
¿Qué pasó aquel día?
Mi hijo Dmitry fue arrestado bajo sospecha de asesinato. No lo volví a ver hasta seis meses después. Me dejaron verle en una prisión de Tashkent (Uzbekistán). Durante el encuentro, me contó la tortura a la que le estaban sometiendo para que se declarara culpable.
¿De qué le acusaban?
De un doble homicidio que no cometió. Por eso, se negó a firmar el documento. Pero luego lo llevaron al lugar del crimen. Le pusieron de rodillas, esposaron sus manos a la espalda y el investigador, con una pistola en la nuca, dijo: «O firmas ahora una confesión de asesinato o te dispararé y redactaré un acta en el que diga que te matamos mientras intentabas escapar». Pero Dmitry no firmaba, y entonces le pusieron una grabación en la que se escuchaba cómo me golpeaban a mí. «Deja ir a mi madre, garantiza la seguridad de su vida y firmaré tus documentos». Y así lo hizo, firmó su propia sentencia de muerte para salvarme la vida.
¿Le ejecutaron allí mismo?
No. El 11 de noviembre de 1999 se anunció el veredicto en Tashkent: «Chikunov Dmitry, 28 años, ruso, cristiano, ciudadano de Rusia, no tiene valor para la sociedad. En los lugares de privación de libertad no está sujeto a corrección. Por lo tanto, por los delitos cometidos, es condenado a muerte por fusilamiento».
¿Pudo verle antes de la ejecución?
Una persona condenada a muerte tiene derecho a una breve reunión una vez al mes. La nuestra se fijó para el 10 de julio del año 2000, pero no se pudo llevar a cabo porque ese mismo día, a las 10:00 horas, mi hijo Chikunov Dmitry fue tiroteado en secreto en una prisión de Tashkent.
Tuvo que ser duro…
No solo mataron a mi hijo, mataron mi futuro. Al quitarle la vida a mi hijo, destruyeron mi vida. No quise vivir. Me atormentaba constantemente la pregunta: ¿Por qué tanta crueldad? ¿Por qué?
40 días después de la ejecución de mi hijo, me entregaron su última carta. Fue como un testamento: «Mi querida mami. Te pido perdón si no es el destino vernos. Recuerda que no soy culpable, no he matado a nadie. Prefiero morir, pero no dejaré que nadie te golpee. Te quiero mucho y eres la única persona querida para mí. Por favor, recuérdame. Te beso fuerte. Tu hijo, Dmitry». Su última voluntad fue que yo viviera para ayudar a los condenados a muerte.
¿Qué hizo entonces?
Después de la ejecución de Dmitry, en 2000, creé la organización Madres Contra la Pena de Muerte y la Tortura y comencé a trabajar contra la pena de muerte.
No perdono a los criminales por sus crímenes, pero hablo del hecho de que la ejecución de un criminal no cambia la situación, solo la agrava. La pena de muerte es una negación extrema del derecho a la vida de una persona. Este asesinato voluntario y a sangre fría de una persona por parte del Estado en nombre de la justicia es la venganza de la sociedad. Cualquier asesinato de una persona en nombre de la ley multiplica la crueldad, porque después de la ejecución de un criminal, ¡sus víctimas no volverán a la vida!
Antes ha dicho que su hijo Dmitry no cometió el crimen.
Sí. Dmitry fue declarado no culpable y rehabilitado póstumamente en marzo de 2005. Su juicio fue injusto. ¡Pero la pena de muerte es irreversible! La rehabilitación póstuma no revive al ejecutado.
La pena de muerte es un crimen terrible, pero es que la posibilidad de un error judicial, además, hace inaceptable la pena capital desde cualquier punto de vista. ¡Ese error tiene un coste horrible! Cualquier otra pena puede ser compensada, conmutada, pero no la pena de muerte.
En esta lucha no ha estado sola. ¿Qué papel ha jugado la comunidad de Sant’Egidio?
Agradezco a Dios que mi camino me llevara a la comunidad de Sant’Egidio. Compartieron conmigo el calor de sus corazones y se convirtieron en mi familia. Además, me enseñaron a dialogar con el Gobierno para tratar de abolir la pena de muerte. Su contribución en este sentido ha sido enorme. Todos los días, durante siete años, luchamos juntos contra este horror. Rezamos para salvar la vida de los condenados, dialogamos con el Gobierno, apoyamos moralmente a las familias de los condenados y también protegieron mi vida de las autoridades.
¿Qué pasó después de esos siete años?
Durante ese tiempo, logramos salvar de la ejecución a 110 personas y, finalmente, el 1 de enero de 2008, la pena de muerte fue legalmente abolida de la legislación en Uzbekistán.
No ha sido el único país…
No. Hemos trabajado junto con Sant’Egidio para abolir la pena de muerte en otros países de Asia Central, como Tayikistán, Kirguistán o Mongolia. La abolición de la pena de muerte en los estados de Asia central es uno de los logros más importantes en el campo de la protección de los derechos humanos y las libertades. ¡Ahora vemos que no hay pena de muerte en Asia Central!
Kazajistán acaba de abolir definitivamente la pena de muerte. ¿Cómo han trabajado allí?
La cooperación para la abolición de la pena de muerte en Kazajstán comenzó en 2003. En diciembre de ese año organizamos una conferencia en Tashkent (Uzbekistán): La pena de muerte: tendencias y realidades.
Expertos de organizaciones de derechos humanos de varios países volaron a Tashkent para participar en la conferencia. Entre ellos estaba el padre de M. Vershinin, condenado a muerte en Kazajistán. Sin embargo, dos horas antes del inicio de la conferencia, el Gobierno prohibió su ponencia, lo que provocó un gran escándalo internacional.
Empezó entonces a crecer la presión para que Kazajistán aboliera la pena de muerte. Pero no dieron fruto y el 18 de diciembre de 2003 se decidió una fecha para la ejecución de Vershinin. Sin embargo, nunca llegó a producirse porque ese mismo día el presidente de Kazajistán estableció una moratoria sobre las ejecuciones. Fue el primer paso hasta septiembre del año pasado, cuando el representante permanente de Kazajistán ante la ONU, Kairat Umarov, firmó en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la pena de muerte. La decisión fue ratificado por el Parlamento kazajo el 29 de diciembre de 2020. Es un largo camino, pero ha triunfado la vida sobre la muerte.
¿En qué país trabaja ahora?
Ahora coopero con los activistas de derechos humanos bielorrusos para la abolición de la pena de muerte en Bielorrusia. ¡Es la única república en el espacio postsoviético que todavía ejecuta a sus ciudadanos! A pesar de todas las dificultades del mundo, cada vez más países están aboliendo este terrible castigo.