Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Viernes de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 52‐59
Evangelio: Juan 6, 52‐59
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Comentario
«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida». ¿Puede la eucaristía llegar a alimentarnos? Es decir, ¿puede ser la eucaristía el motor de nuestro crecimiento vital, el sustento de nuestra vida y la delicia de nuestro paladar?
Solo si la vida consiste realmente en el amor. Es cierto que necesitamos el alimento material. Sin otros alimentos que no sean la eucaristía moriríamos. Pero cuando Jesús dice que «no solo de pan vive el hombre» quiere decir que el alimento material es insuficiente para la vida. Que la mera supervivencia no es vida. Que no se vive por vivir. Que la vida no se explica a sí misma. La vida no consiste sencillamente en vivir. La razón por la que conseguir el pan para seguir viviendo no es sobrevivir. La razón por la que levantarse cada mañana para trabajar, no es seguir viviendo sin más. La vida se tiene para algo. La vida se recibe por amor, y se tiene para amar. El sentido de la vida es ser amados y amar. Con sumo gusto se entrega la vida por aquellos a quien se ama. La vida consiste en gastar la vida por amor. A la esposa, al marido, a los hijos, a los amigos…
Por eso la eucaristía puede ser verdadero alimento: sostiene la vida porque en ella recibimos el amor de Dios que nos hizo y nos salvó; hace crecer, porque ese amor nos potencia a amar más de día en día; y es disfruta el paladar, porque todo lo embriaga de ese amor en la vida. De ese modo, se tiene la certeza de la vida eterna, de que la vida no se gasta en el vivir entregado: «el que me come vivirá por mí… el que come este pan vivirá para siempre».