Frente al prefabricado Halloween, el Tenorio de Zorrilla es el triunfo limpio de la luz frente a las tinieblas. No por goleada ni penalti, sino emocionante gol por la escuadra en tiempo de descuento. Algo ejemplar dramáticamente, de emoción tan certera en platea como en las gradas. ¿Quiénes nos imponen, al contrario, la figura del maldito irredento, plana y lineal, como la más resultona frente a la del converso? Solo aquellos que apartan la delicatessen para apuntarse con poco paladar al nicho (nunca mejor dicho) de mercado fácil y grosero, es decir, quienes obedecen a servidumbres mercantiles y no a las leyes del impacto artístico. Está claro que el non serviam hace tantas serigrafías en serie como Warhol, como tampoco dudamos de que lo audaz hoy es defender lo patrio a capa y espada.
Despojar al Tenorio del dogma católico y su moraleja viene siendo el deporte nacional, también el demonizar al protagonista desde un presentismo inculto y censor, incapaz de contextualizar históricamente para enjuiciar. Frente a todo esto, sigue habiendo, y dicen que cada vez más, focos de resistencia que apuestan sin complejos por el montaje clásico. Este año es paradigmático el Teatro Prosperidad de Madrid, que se lanza con siete representaciones hasta el 4 de noviembre, bajo el lema que nos transmite su director, y también figura donjuanesca, Ángel Cercós, «vamos a interpretar historia, vamos a interpretar cultura». Sabemos por él que a toda la compañía le gustó el verso alegre de Zorrilla y que cada acto dispusiera de su propio decorado; que reivindican el Tenorio en términos de redención, lamentando que se haya perdido de vista lo más importante, el amor, simbolizado por «una niña de 17 años que sin haber conocido varón (no ha tratado más hombres que su padre y el cura) transforma la mentalidad de un calavera mediante la virtud por el sendero del bien y le salva al pie de la sepultura». Nos recuerda que a don Juan le pesa el pasado, pero es un personaje más positivo que negativo, argumento que apoya Curro Castillo, uno de nuestros más grandes y queridos veteranos del mundo de la radio que se estrena en el verso prosado con el personaje de don Luis. Invita a valorar el aspecto salvífico in extremis y la imagen poderosa del canalla que acepta el purgatorio y se redime por el amor puro de una novicia, «algo que solo se alcanza a comprender desde la cultura cristiana europea a la que pertenecemos».