«¿No tendrá este país remedio alguno?», se preguntaba Gil Robles en su No fue posible la paz. Esta pregunta se me quedó grabada para siempre desde la primera vez que leí las memorias de quien fue líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas. El cainismo parece reverdecer periódicamente en España. Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que españoles de credos políticos distintos se empeñaron en desterrar este viejo demonio familiar. García Escudero los llamaba conciliadores, hombres y mujeres que creían en la Tercera España. Una España que prefiere integrar a destruir.
A los defensores de la batalla cultural, en la nueva derecha o en la nueva izquierda, los conciliadores les parecen tibios y trasnochados. La reforma es denostada, la conciliación es concebida como una renuncia y la moderación como sospechosa. Las creencias y los valores se han convertido en un guante que arrojar al otro en un mundo sobrado de neoinquisidores. Por si no anduviéramos en España sobrados de enconamientos cainitas, la nueva Ley de Memoria Democrática ha acabado de rematarnos. Quizás nos esté bien empleado, por no haber sabido defender con mayor coraje y menos espíritu acomodaticio la obra política de la Transición. No fue una historia perfecta. Nada humano lo es. Pero fue un contrato moral que permitió desterrar la lógica de los vencedores sobre la que se había edificado y perpetuado la dictadura franquista. Bajo la Constitución de 1978 podíamos vivir todos: derechas e izquierdas, creyentes y no creyentes, civiles y militares. La memoria de las dos Españas debería ser suficiente para escapar de un pasado marcado por la confrontación. Y de no serlo, hagamos memoria de quienes nos precedieron en la defensa de la conciliación. Un buen número fueron católicos que forjaron cauces para el diálogo como camino para la paz. Esta fue posible y por un tiempo nos pareció que habíamos conjurado aquellos versos machadianos de «españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón», con aquellos que nos dicen «busca a tu complementario que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario».