Uno de los grandes inventos en la historia de la pintura ha sido, sin duda, la perspectiva. El maestro italiano Piero della Francesca con su tratado escrito hacia 1474 (De prospectiva pingendi) y Los cuatro libros de la medida, de Alberto Durero en 1525, nos han acostumbrado, sin saberlo, a preferir un modo de mirar la realidad que se funda en que todo ha de ser contemplado desde nuestra posición, como si nuestro ojo determinara la composición de ese lienzo que es el mundo.
El efecto que esta actitud genera en los individuos es que, poco a poco, se olvidan de que su punto de vista no es más que eso, un simple punto de vista. Cuando cada uno de nosotros se cree el centro del cosmos, lo que suele suceder es que el sentido común sale disparado por el punto de fuga, como si lo único relevante en cada momento fuera nuestra posición.
Hay quien ha decidido vivir atrincherado en su posición y la defiende con uñas y dientes. Hay quien prefiere las trincheras. Desde luego, excavar un agujero en el suelo protege de los envites del adversario, de los ataques del enemigo.
Pero de lo que no se da cuenta quien así vive es de que paga un precio demasiado alto. No me refiero a que la tierra termina siempre por ensuciarnos, aunque no queramos. No me refiero a que en un socavón subterráneo el agua acaba por filtrarse y genera una humedad insana. El mayor peligro de acostumbrarnos a esa forma de vida es que perdemos de vista el horizonte.
Cuando nos atrevemos a salir de nosotros mismos y de aquello que nos rodea, que nos asedia, que nos asfixia, quizá podamos advertir que nuestra posición, eso que habíamos custodiado como si fuera un verdadero tesoro, en el fondo no es más que una ciénaga en la que nos habíamos habituado a estar, porque nunca nos atrevimos a mirar más allá, nunca estuvimos dispuestos a dejar entrar en nuestra vida de cada día una luz que no fuera la nuestra. Y eso es vivir prácticamente a oscuras.
Sin embargo, al levantar la mirada no solo se captan nuevos destellos, sino que hasta seremos capaces de redimensionar nuestra realidad y podremos caer en la cuenta de que al otro lado, allí arriba, fuera de la trinchera, con el corazón en el horizonte, la vida es mucho mejor, porque tiene unos brazos más grandes y acogedores que los nuestros. ¿Te atreves a salir? ¿Nos atrevemos juntos? Quizá así sabremos desterrar de nuestro mundo a esos cíclopes monoculares porque, al menos, tendremos siempre la compañía de una mirada que no es la nuestra.