«Me arrancaron la cruz y recé el padrenuestro en voz alta»
Seis meses después de las revueltas de julio en Cuba, dos seglares relatan la represión que padecieron por su compromiso cívico y espiritual y hacen un llamamiento a la Iglesia universal para que no se les olvide
Amable Casas Pacheco tiene 42 años, es ingeniero electricista y vive en Camagüey. Empezó a ir a la Iglesia cuando aún no había cumplido los 15 años y desde entonces no ha dejado de ir. «Es lo mejor que me ha pasado en la vida», dice este converso. Leonardo Fernández Otaño, de 29 años de edad, es habanero y prepara un doctorado en Historia. Se define como «hijo de la teología de la liberación moderada y de espiritualidad ignaciana». Ambos son católicos comprometidos en una Cuba que reconoce la libertad de culto, pero no la libertad religiosa. Y ambos han padecido la represión desatada por la dictadura a raíz de las revueltas del pasado julio. A Fernández le detuvieron el 11, cuando participaba en una protesta en La Habana. «Me hicieron un acto de repudio personalizado. Mi reacción fue rezar por los que me insultaban. Un sacerdote jesuita amigo me levanta, me saca de en medio de la turba; pero cuando vi a mis amigos sentados decidí irme con ellos y nos lanzaron al camión de la basura».
Ya en el calabozo sufrió la peor de las humillaciones para un católico: le pidieron que entregase su cruz y su anillo de tucum –que identifica a los seguidores de la teología de la liberación– junto al resto de pertenencias. «Me los quitan, me tiran contra una pared y me la sacan a la fuerza. Allí un amigo me defiende y dice que están violando mi libertad religiosa y mis derechos. Fue un momento oscuro, creí que me sacaban algo que me hacía fuerte en ese momento. Mi cruz es un signo que me mueve, que me da fuerza: cuando he ido a buscar amigos a las comisarías la he sacado por fuera, siempre la llevo bajo la ropa, nunca se separa de mí, es como una parte de mi cuerpo. Es sentir que Dios está a mi lado. Fue de las cosas más duras de mi vida. Me puse a rezar el padrenuestro en voz alta». El episodio aún le duele porque «era un ser humano quien estaba ejerciendo la violencia sobre mí, lleno de odio hacia algo tan radical y tan hermoso como puede ser la cruz. A día de hoy pido a Dios por ese policía para que el odio no habite su corazón».
Sobre Casas las garras del castrismo se desplegaron en diferido. También salió a manifestarse el 11 de julio, volviendo a su casa tranquilamente. Todo se complicó cuando se adhirió, junto a su mujer, a la plataforma opositora Archipiélago, surgida en Facebook y convocante de la marcha cívica del pasado 15 de noviembre. «Todas las personas que firmamos la carta de solicitud [para poder manifestarse] fuimos citados por la Seguridad del Estado, que nos amenazó con la cárcel si salíamos ese día, acusados de instigación a delinquir, sedición y desorden público». Nada menos. A continuación tuvieron experiencia de eso que Stéphane Courtois, autor de El libro negro del comunismo, llama represión constante de baja identidad, método del que Raúl Castro –siempre según Courtois– es un alumno aventajado: entre un poli bueno y un poli malo le conminaron a firmar un acta de advertencia. Se negó. Días antes del 15N, Casas y su mujer recibieron la visita de un oficial del Ministerio del Interior, de la jefa de zona de los Comités de Defensa de la Revolución (grupos represivos integrados por ciudadanos), y del primer secretario local del Partido Comunista para intentar disuadirlos. «A diferencia de los agentes de la Seguridad del Estado, en vez de intimidarnos, nos hablaron de lo buenos y decentes que éramos». Tampoco cedieron. El día de marras un agente de paisano bastante impertinente se posicionó ante su domicilio desde la madrugada hasta la noche: le hicieron una foto.
Fernández, nada más ser liberado, escribió al Papa, ante quien habló en nombre de los jóvenes cubanos durante el viaje apostólico de 2015, porque «sentía la necesidad de que el mundo nos viera». Le consta que Francisco la ha recibido aunque no haya obtenido respuesta. «Pero he podido decir al pastor de la Iglesia universal lo que vive la Iglesia cubana desde mi compromiso seglar y con esos más de 900 seres humanos que hoy permanecen detenidos. Hay juicios sumarios, menores de edad condenados a más de 20 años de prisión, familias divididas porque tienen a sus hijos en la cárcel. Es una situación de olvido en la que la Iglesia debe tener una palabra y acompañar. Es algo que no corresponde solo a los obispos cubanos, sino a toda la Iglesia universal».
Al ser ambos preguntados por el papel que ha de jugar la Iglesia en la Cuba del futuro, abogan por un papel de acompañamiento. «Ha de ser la reconciliadora y la mediadora de todos sus hijos, pensemos como pensemos», puntualiza Casas. Más claro, el agua.
Tensión interna y olvido internacional
De momento, seis meses después de las revueltas, es hora de hacer un primer balance. Lo hacen sin contemplaciones. Fernández: «Seis meses después del estallido social, porque fue el estallido social de un pueblo que no podía más con la situación económica, social, política, cultural que vive, la realidad atravesada por el totalitarismo. Fue un pueblo que quería vida, que pedía libertad y comida. La situación económica cada día es peor –Cuba tiene una de las tasas inflacionarias más altas del mundo–. La vida diaria de la ciudadanía se deteriora cada día más con largas colas para conseguir los alimentos, el éxodo de jóvenes, los juicios ejemplarizantes en los que se condena a jóvenes de entre 16 y 25 años en su mayoría y otros ciudadanos, condenas que implican más de lo vivido por estas personas». Eso en clave interna.
De cara al exterior, su mensaje también es claro: «Esta situación cuenta con el olvido de la comunidad internacional, especialmente de grupos de izquierda que durante tiempo simpatizaron con el régimen cubano y que niegan a reconocer que en Cuba hay un Estado totalitario y que a menudo vienen a Cuba a disfrutar de las playas y el sol en detrimento de la vulneración de derechos y de falta de libertades».
Casas, por su parte se, muestra igual de severo y señala el clima de terror que impera desde hace medio año –«el país estuvo militarizado hasta hace poco»–, una de cuyas expresiones son los actos de repudio, esa técnica represiva del castrismo consistente en incitar a turbas de ciudadanos a intimidar a opositores. «Las personas que son sometidas a tan denigrantes actos padecen agresiones verbales, gritos y ofensas y en algunos casos son amenazadas con agresiones físicas», siendo todo esto «permitido por la Policía que en muchos casos es la principal perpetradora de actos de violencia junto con los agentes del Ministerio del Interior disfrazados de civil». Casas también lamenta que el Vaticano no se pronunciara de forma algo más contundente en julio pasado. Fernández prefiere mantenerse en silencio. Seguro porque sabe que en Roma no los olvidan.
Mientras dirigía unos ejercicios espirituales lejos de su provincia de Camagüey, la casa del padre Rolando Montes de Oca, entrevistado por este semanario hace unos meses, fue objeto lanzamientos de huevos. «Probablemente buscan intimidar, o hacerme reaccionar de mala manera; en cualquier modo quitarme fuerzas», señala. No lo han conseguido. Por lo menos hay una buena noticia: la retirada de los cargos al padre Castor Álvarez Devesa, encarcelado durante unos días en julio por participar en las protestas.