Máximo Martín: «La pastoral rural es compatible con la solidaridad»
El párroco de Monterrubio de la Serena y Peraleda del Zaucejo, en Badajoz, impulsa desde 2005 a sus vecinos para ceder una parte de su producción a iniciativas en Perú. Aunque tienen sus propias necesidades, cada año venden sus Aceitunas Solidarias. «Los cristianos deben trabajar por un mundo mejor».
¿Cuál es la realidad de los pueblos donde es párroco?
Monterrubio de la Serena tiene una población de 2.400 habitantes y Peraleda del Zaucejo no llega a los 500. La gran parte son muy mayores porque la gente joven estudia y se marcha a buscar otras oportunidades. Es un mundo rural eminentemente agrícola y ganadero y el problema que tiene es que los pueblos se están vaciando, se pierden servicios, se cierran bancos y se siente el abandono por parte de las administraciones.
¿Qué solución tiene esto?
Es un tema conjunto de todo el mundo. Hay que reclamar a las administraciones que en el mundo rural la gente pueda quedarse a vivir. Pero también nosotros tenemos que ponernos las pilas, echarnos adelante, arriesgar y ser creativos. Conozco a chicas que han montado empresas y les está yendo bien. No podemos esperar un Plan Marshall, hay oportunidades en el mundo rural y hay que currárselo.
A pesar de las dificultades propias, en su pueblo ayudan a Perú a través del proyecto Aceitunas Solidarias. ¿Cómo surgió?
Conocimos a un grupo misionero italiano, Operación Mato Grosso. Trabajan muy bien y estuve con ellos en Perú en 2005. Era como la película de La Misión. Esto empezó en la sierra, coronando Punta Olímpica, cerca del Huascarán [la montaña más alta del país]. Dejamos la civilización y tardamos cuatro horas en avanzar por unas carreteras a 4.000 metros. Cuando llegué, me encontré una cooperativa maravillosa que hace retablos, vidrieras y trabaja la madera de forma estupenda. Los niños son muy pobres y se hacen proyectos de formación profesional para que de mayores sean artesanos de la piedra y la madera. ¡No veas cómo lo hacen! De allí son los retablos de la catedral de Chimbote [una importante ciudad costera de medio millón de habitantes].
¿En qué consiste su aportación?
Cada pueblo aporta lo que tiene. En Italia recogen castañas y aquí aceitunas. Lo hacemos en enero y tenemos ayuda de todos. El Ayuntamiento de Monterrubio de la Serena compró un terreno para hacer un polígono industrial y nos cedió los olivos que había en él. También la Cooperativa La Unidad compró otro terreno y nos dio los suyos. Y algún particular tenía un olivar abandonado que hemos recuperado. Luego vendemos las olivas a través de nuestra cooperativa.
¿Y en qué se materializa su ayuda?
El dinero que sacamos lo dedicamos a tres grandes proyectos. En la zona de Chacas, en la sierra, apoyamos un proyecto de refuerzo educativo para niños y cuidado de ancianos a los que lavan y llevan alimentos. En Lima hay otro proyecto en un barrio marginal con una corona de espinas de pobreza y allí están formando a niños para que sean músicos. Y en Chimbote han hecho un colegio para 1.000 alumnos. Siempre se trabaja con los más pobres y necesitados.
¿A qué problemas se enfrenta la gente allí?
Están en barrios marginales y la gente puede caer en la droga y en la delincuencia. Por ejemplo, uno de los niños que está en la escuela de Chimbote para ser carpintero tiene a su padre en la cárcel y su madre trabaja desde primera hora de la mañana y no llega a casa hasta la noche. El niño es muy despierto y queremos que tenga esperanza y un futuro de verdad. Una vez que tenga una formación, estará capacitado para tener un trabajo.
Ustedes ya tienen sus propias emergencias, ¿por qué mirar las necesidades de fuera?
Es fácil de responder. Nosotros ya tenemos nuestra pastoral rural, pero todo es compatible con la solidaridad, hay tiempo para todo. Aquí un grupo de jóvenes empezó a empujar estas causas, organizó un festival benéfico en verano, alguna comida solidaria y buscamos nuestros ratos libres para coordinarnos. Es una tarea que tenemos todos los cristianos: anunciar el Evangelio y trabajar por un mundo mejor. En este caso, ofreciendo el tiempo para dar recursos a niños que lo necesitan.
¿Y cómo convenció a los feligreses para que se sumaran?
Hay que estar siempre echando la caña, esa es mi labor. No nos damos cuenta de que el mundo somos todos y tenemos que vivir como hermanos, como dice el Papa Francisco en Fratelli tutti.