Mateo - Alfa y Omega

Mateo

Miércoles de la 25ª semana del tiempo ordinario / Mateo 9, 9-13

Carlos Pérez Laporta
Vocación de san Mateo. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

«Sígueme».

Él se levantó y lo siguió.

Y estando en la casa, sentado en la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.

Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:

«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».

Jesús lo oyó y dijo:

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio»: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores».

Comentario

¿Qué vio Jesús en Mateo para que llamara su atención? Seguramente lo mismo que hizo que se levantara tan rápidamente. En ese gesto desvelaba un desapego incoherente con su profesión. Un cobrador de impuestos como Mateo vivía su apego al dinero por encima de su vinculación a la patria, por encima de su sentido religioso, por encima de sus relaciones familiares: por encima de todo estaba el dinero.

Esa inmediatez de su respuesta muestra, está claro, el atractivo de Jesucristo. Su voz, su rostro, su vida debían llamar poderosamente la atención. Su divinidad se manifestaba por todos los poros de su humanidad atrayendo a muchos hombres. Pero no a todos. El poder de su llamada no era violento, sino sugestivo. Eso significa que para que pudiera ejercerse aquel que le ha escuchaba debía dejarse seducir, y por tanto debía tener razones para ello. Quizá fue eso lo que vio Jesús, ese hartazgo de uno mismo que todos sentimos cuando vivimos instalados en un pecado.

Quizá le vio con la mirada perdida, sin prestar la atención a lo que hacía, tomando conciencia del aburrimiento de su acomodada vida. En ese vacío provocado por el pecado la voz de Cristo, la dulzura de su proposición, caía como agua de mayo. Si nosotros viviéramos con esa conciencia, si asumiéramos lo que en realidad nos cansa y aburre vivir para nosotros mismos, entonces quizá escucharíamos permanentemente su voz que nos llama.