El pasado mes de octubre se dio a conocer la prórroga durante otros cuatros años del acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular China que permitía a todos los obispos católicos chinos estar en plena comunión con el Sucesor de Pedro. Se trataba de la tercera renovación tras la firma entre ambas partes en septiembre de 2018.
Sin embargo, las relaciones históricas entre la Iglesia católica y China están consolidadas desde hace siglos. Uno de los artífices de este encuentro de cosmovisiones fue el jesuita Mateo Ricci (Macerata, 1552 − Beijing, 1610). Su obra en China será el objeto de una sesión de estudio este viernes en la Pontificia Universidad Gregoriana bajo el título Un legado de amistad, de dialogo y de paz.
A mi juicio, el encuentro se enmarca dentro de toda una serie de gestos recíprocos de amistad entre el pueblo chino y la Iglesia. Solo en este año han tenido lugar en Roma otra sesión de estudio sobre el centenario del Concilio Sinense de Shanghái o la presentación en la Curia General de la Compañía de Jesús de un documental en chino sobre el jesuita Diego de Pantoja. Ambas actividades académicas contaron con la presencia del Santo Padre: la primera con un videomensaje y la segunda con una carta. Francisco señaló que «los padres conciliares [del Concilio de Shanghái de 1924] siguieron las huellas de grandes misioneros como el padre Matteo Ricci, Li Madou». Y sería imposible comprender al gran Pantoja sin entender la formación que recibió de Ricci.
La importancia del encuentro en la Gregoriana se demuestra con la participación del cardenal secretario de Estado, del cardenal de Hong Kong, del prepósito general de la Compañía y del presidente de la Fundación Ratzinger. Intervendrán asimismo algunos de los grandes referentes occidentales en los estudios sinológicos.
Creo que estos gestos estarán acompañados de otro en China que no quiero que pase desapercibido. Mientras todo Occidente estará pendiente de la reapertura de la catedral de Notre Dame, en París, horas antes, ese mismo día de la Inmaculada Concepción será bendecida en Beijing la remodelación de la todavía conocida como «catedral» de la Inmaculada Concepción (la histórica Nantang o «iglesia del sur», que fue catedral hasta el siglo XIX). Este templo situado en la capital está edificado sobre un terreno regalado por el emperador chino Wanli a Ricci y a Pantoja, con la finalidad de que los primeros jesuitas en la ciudad imperial pudieran realizar su tarea científica y misionera. Esto sería impensable sin el acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular China y manifiesta la situación real del catolicismo chino en la actualidad.
Mateo Ricci ya fue el objeto de la catequesis del 31 de mayo de 2023 por parte del Papa, quien explicó cómo el italiano «siguió siempre el camino del diálogo y de la amistad con todas las personas que se encontraba, y esto le abrió muchas puertas para el anuncio de la fe cristiana». Por ello, el espíritu misionero de Ricci «constituye un modelo vivo actual. Su amor por el pueblo chino es un modelo». «Él llevó el cristianismo a China», afirmó el Obispo de Roma.
Francisco tenía como trasfondo el Tratado sobre la amistad (Nanchang, 1595) escrito por Ricci. Con esta obra el italiano quiso hacer su aportación sobre la amistad, un tema esencial en la tradición bíblica, la grecolatina y la medieval, fundamental igualmente para la cultura confuciana china en la que el jesuita se encontraba. En ese texto escribe: «Mi amigo no es otro, sino una mitad de mí mismo y, así, un segundo yo. Por tanto, debo mirar a mi amigo como a mí mismo». Se resume así la forma en la que estos primeros jesuitas se situaron en todos los encuentros con aquellos chinos con los que entablaban relación. Tal vez este Tratado influyó en el ánimo del Papa a la hora de redactar la encíclica Fratelli tutti, en la que expone la necesidad del «diálogo y la amistad social».
Un caso paradigmático de esta amistad será la de Xu Guangqi, el «doctor Pablo», con Ricci y sus compañeros. Este científico chino se convertirá al cristianismo y será decisivo para que los jesuitas conozcan la idiosincrasia de su tierra y para la conexión entre las ciencias europeas y chinas. Sin él, no se entendería la obra de Ricci. Se halla en proceso de beatificación junto a este último.
En colaboración con el jesuita Ruggieri, Ricci también escribió la Verdadera doctrina del Señor del Cielo (Zhaoquing, 1584). Se trata de un catecismo que pondrá las bases del prototipo de inculturación de la fe. Este modelo fue el propugnado por el Concilio Vaticano II siglos después. Fe y moral cristiana solo podían (y pueden) ser comprendidas si se despojaban de los históricos ropajes teológicos y culturales occidentales y se vertían en las categorías culturales del «otro». Tal vez esta idea ha sido la aportación más importante de la vida de Ricci.