Mataron a los capuchinos por dar sopa a los pobres - Alfa y Omega

Mataron a los capuchinos por dar sopa a los pobres

Manresa acoge este sábado la beatificación de tres capuchinos martirizados en el verano de 1936

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
De izquierda a derecha: Fray Benito de Santa Coloma, fray Domingo de San Pedro y fray José Oriol de Barcelona. Fotos: Capuchinos

«Has estado muchos años en América y te has desgastado mucho, así que vas a volver a Cataluña a un lugar tranquilo, el convento de Manresa». Cuando fray Domingo de San Pedro escuchó estas palabras de su superior, en 1930, no sabía que en aquel «lugar tranquilo» encontraría el martirio, la corona de sus esfuerzos de años como misionero en América.

Junto a sus compañeros Benito de Santa Coloma y Josep Oriol de Barcelona, fray Domingo será beatificado este sábado, 6 de noviembre –fiesta litúrgica de los mártires del siglo XX en España–, en la basílica de santa María de Manresa, en una ceremonia que tuvo que aplazarse el año pasado por la pandemia.

Los capuchinos de Manresa eran conocidos en la localidad porque el convento estaba situado en una barriada popular y repartían la sopa a los pobres. «Eran muy apreciados y hasta prácticamente el último día estuvieron atendiendo a los necesitados», asegura fray Pere Cardona, vicepostulador de su causa de canonización.

El 19 de julio de 1936, fray Benito de Santa Coloma dio a todos los frailes la orden de abandonar el convento y dirigirse a casas de familiares que les pudieran acoger. «Estaban preparados –afirma el vicepostulador–, sabían que podía pasar cualquier cosa. De hecho, cuando se proclamó la República se pidió a los hermanos que no manifestaran en público ninguna opinión política, y que tuvieran disponible un traje civil por si fuera necesario».

«Quisimos cerrar la herida»

Fray Benito de Santa Coloma fue el último en abandonar la casa, después de asegurarse de que todos sus compañeros estaban a salvo. «Él tuvo la oportunidad de salvarse, porque su padre conocía a gente de izquierdas con cierta influencia. Pudo haber vuelto a su pueblo, pero decidió quedarse cerca de los suyos», señala Cardona.

Fray Benito logró refugiarse en una masía cerca de Rocafort, pero su presencia no pasó desapercibida y fue delatado. A los milicianos les confesó inmediatamente que era capuchino y les pidió encarecidamente que no hicieran nada a sus benefactores, porque eran «buenas personas». Empezó así un vía crucis particular en el que la comitiva fue parando a beber vino por todos los pueblos de la zona, hasta que de noche, en un cruce de caminos, decidieron acabar con la vida del fraile de un tiro en la nuca.

Antes de abandonar el convento, José Oriol se cortó la barba y se vistió de seglar, y con otros dos hermanos se llevó el Santísimo y algunas imágenes religiosas a su refugio en casa de una familia vecina. Desde allí salió en los días siguientes a confesar y a dar la Comunión a sus compañeros y a varios amigos de los frailes, incluidas algunas comunidades de monjas, también escondidas. En una de esas salidas fue reconocido por una mujer que lo delató a unos milicianos. Atado de manos, fue recorriendo las calles de Manresa mientras la gente le insultaba y le pinchaba con navajas conminándolo a gritar: «¡Viva la CNT!», a lo que se negó. Uno de los milicianos le golpeó tan fuerte en la espalda con su fusil que este se rompió. Luego fue desnudado y azotado con ramas de olivo, mientras de los labios del fraile salían las alabanzas del tedeum. Horas más tarde fue fusilado en la oscuridad de la noche.

La apariencia de fray Domingo era la más incómoda de todas, porque era muy fácil de reconocer. Muy alto de estatura, tenía además una visible cojera por haberse caído del caballo en varias ocasiones durante su vida como misionero en América. Le buscaron una casa propiedad de unos parientes y no salió de allí en ningún momento, hasta que un día se presentó una patrulla para detenerlo; entre los que se lo llevaron estaba el sobrino de la señora que cuidaba la casa. El 27 de julio lo fusilaron, y por la posición del cuerpo se supo que recibió la bala a bocajarro, de rodillas y con las manos en el corazón.

«Todos murieron perdonando, explícita o implícitamente. No hay ninguna duda sobre esto», asevera el vicepostulador de su causa, la última que faltaba por aprobar en la provincia capuchina de Cataluña, una de las más castigadas durante la persecución. Casi todos sus conventos fueron incendiados, y 36 de sus religiosos fueron mártires.

Estos tres nuevos testigos, «si murieron, lo hicieron por Jesucristo», afirma con rotundidad Pere Cardona, «y después no hubo ni venganza ni revancha», porque cuando todo terminó, los capuchinos «quisimos cerrar la herida y empezar de cero».

Más de 2.000 mártires ya

Desde que bajo el pontificado de san Juan Pablo II se relanzaran las causas de los mártires de la persecución religiosa en España durante el siglo XX, ha habido ya 37 beatificaciones, contando con la de Manresa. Tras esta última, tendremos ya 2.053 mártires beatificados, de los cuales doce están canonizados, a la espera de tres nuevas celebraciones aprobadas para los próximos meses, con 55 nuevos mártires en total. A ello hay que añadir 17 nuevas causas en estudio esperando en Roma, con un total de 1.176 posibles mártires, y otras 14 que están en curso en diferentes diócesis españolas, con otros 1.056 candidatos a ser beatificados. Todos ellos son «hombres y mujeres como nosotros que, llegado el momento de la prueba, dejaron que les fuera arrebatada la vida por dar testimonio de su fe, y lo hicieron como Cristo: perdonando», afirma Lourdes Grosso, directora de la Oficina para las Causas de los Santos, de la Conferencia Episcopal Española. Para Grosso, los mártires españoles «nos muestran que la redención de Cristo es una realidad que alcanza al corazón de cada hombre», y que «frente al egoísmo, los intereses y la fugacidad de las cosas, testimonian que el amor es posible, por encima de cualquier circunstancia».