Massimo Fusarelli: «Se suele preferir la prudencia a la osadía» - Alfa y Omega

Massimo Fusarelli: «Se suele preferir la prudencia a la osadía»

El italiano es, desde julio, el 121 sucesor de san Francisco de Asís. «Tenemos que estar en medio de las personas, aunque tengan una fe distinta o no sean creyentes», afirma el ministro general de los franciscanos

Victoria Isabel Cardiel C.
El franciscano durante la entrevista para ‘Alfa y Omega’, el pasado 29 de enero. Foto: Victoria I. Cardiel.

¿Qué experiencias lleva consigo en la maleta?
Me han marcado mucho los años de trabajo con los jóvenes. Hay que escucharlos a menudo, porque nos muestran hacia dónde nos dirigimos y que permanezcamos abiertos a la novedad que representan, a sus preguntas e inquietudes. He convivido con víctimas de los terremotos del centro de Italia en 2016 y los últimos tres años con inmigrantes musulmanes. Son experiencias que me han enseñado a no avanzar con abstracciones o prejuicios, sino a estar pegado a la realidad y a escuchar mucho. He pasado de pensar en qué tengo que hacer para ayudar a los pobres a caminar con ellos. Se puede aprender mucho de las personas vulnerables.

¿Le ha ayudado esto a ser un mejor líder?
No es que lo haya hecho como preparación laboral para ponerlo en el currículo, pero me ha servido porque me ha dado la oportunidad de tener un contacto directo con la humanidad, sin barreras. Uno de los riesgos que corre un líder es el de acabar aislándose o poniéndose una máscara. Yo trato de permanecer auténtico. Para ello pongo siempre por delante a las personas. El encuentro con la fragilidad, con la vulnerabilidad, te aleja del perfil político… Tengo muy claro que los pobres son nuestros maestros. Y esta no es una afirmación sociológica, sino profundamente evangélica.

¿Cómo se encarna hoy el carisma de san Francisco de Asís?
Hay que tener la osadía de buscar un encuentro. Los pobres no son agradables. Muchas veces son violentos, están enfadados con el mundo, huelen mal… Pero hay que tratarlos de tú a tú, mirarlos a los ojos y estar preparados para todo lo que viene después. Los invisibilizamos porque tenemos miedo de que su presencia cuestione nuestro mundo artificial, nuestras estructuras, que solo prestan atención al rendimiento económico y crean bolsas de pobreza y una marginación cruel. Hay que acercarse a ellos, pero no como un benefactor sino con la pregunta: ¿qué me puede enseñar esta persona?

Esta es una elección radical.
No, lo radical aquí es la fe. Uno no se hace franciscano, con todo lo que eso conlleva (obediencia, castidad, pobreza, aceptar una jerarquía con reglas estrictas, conviviendo con completos desconocidos, renunciando a tener hijos…), si no hay una sólida fe detrás. No me hago franciscano para servir a los pobres. Hay muchos laicos que lo hacen mejor que nosotros.

¿Cuál es entonces la vocación de los franciscanos?
Hay que sentirse atraído por Jesucristo. Luego son los pobres los que nos abren la puerta, pero sobre todo hay que vivir tras las huellas de Jesús. Esto implica una apertura total a todos los hombres y a todas las criaturas, al perdón sin condiciones, a vivir en una comunidad de discípulos, a tener el coraje de defender a los más pequeños y a anunciar la Buena Noticia que conlleva siempre alegría.

Las vocaciones han caído también entre los franciscanos.
Claro, la fe está apagada en Occidente. A mí no me sorprende el descenso de las vocaciones, sino que existan a pesar de todo. Hoy en día, el desafío más grande de la fe es la relación que mantiene con la ciencia. Si la ciencia nos puede curar, puede devolver la vista a los ciegos y el oído a los sordos, o mejorar nuestra calidad de vida… entonces ¿para qué sirve Dios?, ¿Dios es solo el que nos resuelve los problemas? No, el Dios de la vida es otra cosa. Por eso necesitamos un nuevo anuncio sobre la relación personal que cada uno debe tener con Dios Padre. Además, es importante empezar a vivir en la Iglesia como si fuera una comunidad fraterna y no como una rígida estructura. Eso sí, tenemos que resignarnos a que la fe como realidad social de masas, que todos comprenden, no regresará. La cristiandad ha llegado a su fin. Los cristianos seremos una minoría, pero tenemos que ser una minoría que está viva, que está en medio de la gente.

¿Cómo aplicar esto a los seminarios franciscanos?
Los franciscanos siempre hemos estado al lado de la gente. San Francisco saltó los muros de Asís para estar en medio de los leprosos. Pero es cierto que nos hemos alejado un poco de esto, encerrándonos en nuestras seguridades. Tenemos que volver a estar en medio de las personas, aunque tengan una fe distinta o incluso aunque no sean creyentes. Hay formas diferentes de encarnar el carisma, pero hay que conservar siempre una actitud de escucha, sin ideas preconcebidas.

¿Cambiaría algo de la formación de los sacerdotes?
Puedo hablar del contexto italiano, que es el que mejor conozco. Hay que pensar en una nueva fórmula para los seminarios. Se ha demostrado que no funciona aislar a los jóvenes seminaristas durante los largos años de formación en un mundo cerrado y completamente separado de la realidad, para luego ponerlos de nuevo en contacto con la gente. No basta con ir el sábado y el domingo a la parroquia. Hay que estudiar Teología, sí, pero de una forma más cercana a la realidad de las personas. Encontramos ciertas resistencias en la Iglesia, porque se suele preferir siempre la prudencia antes que la osadía. Pero hay que probar nuevos caminos.

¿Cuál sería una posible solución?
Hay que saber hacerlo, pero creo que deberíamos probar a encontrar una manera en la que la comunidad cristiana sea más protagonista en la formación de los futuros sacerdotes.

Esto tiene mucho que ver con la sinodalidad que pide el Papa para la Iglesia, ¿no?
Los franciscanos tenemos un pasaporte especial para la sinodalidad. Sabemos que en todas las criaturas hay algo de bien, algo de bueno. San Francisco es el único que incluso consiguió llamar hermana a la muerte. Porque estaba convencido de que en la muerte también hay algo de bueno, porque viene de Dios. Somos un poco como los buscadores de oro. Por eso no tenemos miedo de estar con personas que piensan distinto, de vivir como hermanos con personas que tienen otra fe, o incluso con aquellas que niegan la existencia de Dios. Todo esto radica en una idea clara: nosotros no somos los protagonistas cuando anunciamos el Evangelio, sino que vamos a buscar a Dios en cada una de las criaturas con las que nos topamos. Por eso hay siempre esperanza.

¿Cómo ha influido san Francisco al pontificado?
Los franciscanos nos quedamos sin palabras cuando Bergoglio eligió el nombre de Francisco. Y todavía nos sorprende cada día. Nuestro fundador orienta al Papa de muchas maneras. La primera es con esa locura que caracteriza sus gestos impredecibles. Es la locura del Evangelio. San Francisco era el juglar de Dios, el heraldo del gran Rey, y el Papa Francisco también lo es en cierto modo. Habla más con los gestos que con las palabras. Indudablemente, las encíclicas Laudato si y Fratelli tutti, que constituyen dos paradigmas de pensamiento para nuestro mundo, beben directamente del santo de Asís. El pontificado de Francisco reivindica esa vocación de custodiar toda la creación.

¿Cuáles son sus objetivos como ministro general?
Es el capítulo general el que ha marcado nuestros objetivos. El primero es una invitación a agradecer todo lo bueno que hay que entre nosotros. En mi posición me llegan, sobre todo, problemas, pero quiero mantener esta mirada que da sentido a la presencia de Dios aquí y ahora. Estamos también afrontando el tema de la educación afectiva y de la sexualidad en la vida consagrada ante los casos de abusos. Necesitamos una gran conversión en este sentido. Y también tenemos que hacer un esfuerzo para anunciar el Evangelio a los jóvenes de hoy.

Bio

Fusarelli nació en Roma el 13 de marzo de 1963. 19 años después, en 1982, tomó el habito franciscano. Luego llegarían los votos temporales (1983) y los solemnes (1989). El 30 de septiembre de 1989 fue ordenado sacerdote. En la orden ha sido animador de la pastoral vocacional y de la formación permanente, visitador para la provincia de Nápoles y provincial de Lazio y Abruzzo. Lleva seis meses como ministro general.

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