No es una ópera de Verdi, tiene aires más bien de opereta, sin acento peyorativo alguno. Antena 3 ha dado en el clavo con un ejercicio televisivo carnavalesco que, con formato importado y de entretenimiento puro y duro, tiene al orbe televisivo patrio pendiente durante días de quién será el famoso desenmascarado.
En la hora de máxima audiencia de los miércoles, Mask Singer. Adivina quién canta nos propone un plan simple como un tubo y efectivo. Muy efectivo. Una docena de famosos se ocultan tras unas espléndidas máscaras: León, Pulpo, Girasol, Cuervo, Gamba, Caniche, Camaleón, Monstruo, Catrina, Unicornio, Cerdita y Pavo Real. Máscaras que bailan, cantan y hablan con la voz distorsionada para jugar con nosotros al circense más difícil todavía, bajo la alocada –y en este caso, bastante comedida–, dirección de Arturo Valls como maestro de ceremonias.
Apenas nadie en toda España sabe quién está detrás de los disfraces (bueno, apenas nadie lo sabía, hasta que a la representante de famosos Susana Uribarri le dio por hacerse fotos con algunos en Instagram). Junto a ellos, los famosos ocultos, que son verdaderamente el alma de la fiesta, un jurado variopinto, formado por los Javis, Malú y José Mota, va elaborando conjeturas a partir de las pistas que se van desgranando en el programa. Las pistas a veces despistan. Todo es juego banal y divertido. Los jueces son la guinda, pero el pastel está en casa al son de un qué apostamos familiar, en el que, por fortuna, no hace falta perder dinero en casa de apuesta alguna. Además, tiene una duración perfecta, no se eterniza en pausas publicitarias, más allá de lo que molesta al montaje la mención de los patrocinios, y acaba a una hora decente. Quién nos iba a decir que, en tiempos de mascarillas, iban a triunfar las máscaras.