Masacrados por sus vecinos, pastores musulmanes - Alfa y Omega

Masacrados por sus vecinos, pastores musulmanes

Se estima que los asesinados en los ataques de Navidad en Nigeria pueden superar los 300. Lo que empezó hace más de 20 años como un conflicto entre agricultores es ya una ofensiva anticristiana

María Martínez López
Entierro en una fosa común de los asesinados en la aldea de Maiyanga el 27 de diciembre
Entierro en una fosa común de los asesinados en la aldea de Maiyanga el 27 de diciembre. Foto: AFP / AFPTV / Kim Masara.

Después de la oleada de ataques contra 26 localidades de la diócesis de Pankshin (centro de Nigeria) en torno a Navidad, «hay gente que sigue desaparecida y todavía se están descubriendo cadáveres», asegura a Alfa y Omega Andrew Dewan, portavoz de la Iglesia local y sacerdote en Bokkos, uno de los lugares afectados. Todo comenzó el 23 de diciembre en Mushu y se prolongó hasta el día 26. Las primeras 18 víctimas tuvieron que ser enterradas apresuradamente y en una fosa común en Nochebuena por miedo a más ataques. En efecto, esa noche se repitieron en más comunidades: Tudun Mazat, Maiyanga… Como es habitual, las Misas de gallo habían sido sobre las cinco de la tarde, por precaución. Dewan empezó a recibir avisos al llegar a casa, a 25 kilómetros de su parroquia. Acababa de pasar por algunos de los sitios desde los que le escribían.

Al día siguiente, Navidad, fue testigo de primera mano del resultado: muertos, heridos y casas y campos quemados. «Fue tremendo, horrible». Uno de sus feligreses, con discapacidad física, le contó cómo «se hizo el muerto» mientras los terroristas «lo hacían rodar por el suelo con el cañón de sus armas». Nueve pastores protestantes fueron asesinados con sus familias. Estima que los fallecidos ya superan los 300, pero no se atreve a estimar la cifra final porque «siguen muriendo heridos, quedan muchos rehenes» y «todavía no es seguro explorar algunas aldeas, que controlan los grupos armados».

Dewan inspecciona uno de los edificios quemados
Dewan inspecciona uno de los edificios quemados. Foto cedida por Andrew Dewan.

A pesar de estar lejos del norte del país, donde actúan grupos islamistas como Boko Haram, esta zona del cinturón central de Nigeria sufre ataques de este tipo desde hace más de 20 años. «Comenzó como un conflicto de pastores contra agricultores»: la desertificación del Sahel «fuerza un movimiento hacia el sur de fulanis», etnia de pastores musulmanes, «con su ganado. Se están asentando aquí en grandes cantidades», explica el portavoz. Pero, en vez de conseguir tierras para pasto legalmente, lo hacen desplazando a la población local. Con el tiempo, el enfrentamiento ha derivado en «ataques descarados contra los cristianos», aunque no tengan campos. En esta última oleada, solo mataron a personas de esta religión. Los supervivientes han testificado que el grueso de los violentos eran «sus propios vecinos fulanis», apoyados por combatientes de otros lugares.

Reparto de mantas, comida, kits de higiene y ropa durante la visita del obispo
Reparto de mantas, comida, kits de higiene y ropa durante la visita del obispo. Foto cedida por Andrew Dewan.

«Fue algo muy bien coordinado», subraya el portavoz. Y ocurrió en medio de la inacción de las Fuerzas de Seguridad del país. Ahora están arrestando a gente, pero «la experiencia nos ha enseñado que a los detenidos luego no se los juzga ni castiga». Tampoco se está haciendo nada para recuperar las aldeas ocupadas ni «para garantizar la seguridad» y que los desplazados vuelvan. «La gente está decepcionada con el Gobierno. Es muy frustrante». Estos sentimientos se transformaron en ira hace unos días, cuando «apareció en Bokkos el cadáver de un joven fulani y el Ejército empezó a detener a jóvenes cristianos de forma indiscriminada». Fueron puestos en libertad después de que un grupo de mujeres se manifestara delante del cuartel. Luego «comenzaron a circular rumores de que un líder local presuntamente era cómplice de los atacantes y las mujeres prendieron fuego a su oficina».

Más de 100 kilómetros a pie

Pero, sobre todo, entre los cristianos impera el miedo. De la parroquia de Dewan, más de 600 feligreses han huido. En total, los desplazados son unos 15.000. Bastantes han llegado hasta Jos, la capital del estado de Plateau, al que pertenece Pankshin. Más de 100 kilómetros que recorrieron a pie, «también niños y embarazadas». El sacerdote los visitó el 4 de enero, así como a una veintena de heridos de bala y machete que los centros médicos locales derivaron a hospitales de la ciudad porque no podían tratarlos adecuadamente. Ese mismo día el obispo de Pankshin, Michael Gobal Gokum, se desplazó a Bokkos a llevar consuelo y ayuda de emergencia a 183 familias. Poco, confiesa a este semanario, pero «mejor que nada». La perspectiva para las próximas semanas no es halagüeña. Estos meses hace frío, en marzo llegarán las lluvias y muchas personas «no tienen nada porque todas sus propiedades se quemaron». Y, por el incendio de las cosechas «va a haber hambre».

El obispo Gokum consuela a unos ancianos desplazados el 29 de diciembre
El obispo Gokum consuela a unos ancianos desplazados el 29 de diciembre. Foto cedida por Andrew Dewan.

De momento, llega ayuda de los propios fieles de la diócesis a través de dos colectas extraordinarias en las que la gente «ha respondido de forma tremenda», asegura el portavoz. Además «algunas diócesis, la Conferencia Episcopal Nigeriana y Cáritas nos han dado algo de dinero», apunta el obispo. Pero «no es fácil porque la economía del país es un desastre». No descarta pedir auxilio a entidades como Ayuda a la Iglesia Necesitada, que les ha asistido en el pasado y cuya aportación puede ser muy necesaria para la reconstrucción. Tras lo ocurrido, la actual campaña de la fundación pontificia a favor de Nigeria ha cobrado trágica actualidad.

Otra prioridad es la atención psicológica a las víctimas. Algunas «han perdido a toda tu familia o los ahorros de una vida en un abrir y cerrar de ojos», relata Dewan. A 600 kilómetros Joseph Fidelis, director del Centro de Atención al Trauma de la diócesis de Maiduguri, sabe bien a lo que se enfrentan. Además del dolor y la impotencia, un ataque de esta magnitud «podría suponer un trauma generacional» que provoque «odio racial y religioso, desorden social y posiblemente patologías profundas en los niños» que «necesitan ser tratadas». Al ser parte de la misma provincia eclesiástica, ve posible ofrecerles apoyo más adelante, ya que en el centro «queremos ampliar nuestro alcance». Con los recursos suficientes, incluso «podríamos llegar a otros lugares con un equipo de respuesta rápida y ayudar» en casos similares a este.