Mártires en Argelia, beatas en Madrid
La beatificación de las religiosas españolas Caridad Álvarez y Esther Paniagua comenzó en una mezquita de la ciudad de Orán. Posteriormente, católicos y musulmanes se trasladaron juntos a la basílica de Nuestra Señora de la Cruz para proclamarlas beatas. Esta forma de subir a los altares es un fiel reflejo del tipo de vida que Álvarez y Paniagua desplegaron en Argelia, donde no se dedicaron a teorizar sobre el diálogo islamocristiano sino a ponerlo en práctica. Desde este sábado las dos agustinas misioneras serán inhumadas y veneradas en Madrid en la casa madre de su congregación
Madrid será la nueva casa de las dos últimas beatas de la Iglesia católica. Las religiosas españolas Caridad Álvarez y Esther Paniagua serán inhumadas y veneradas desde este sábado en la casa madre de las Agustinas Misioneras, congregación a la que pertenecían y con la que se fueron de misión a Argelia. Allí fueron martirizadas el 23 de octubre de 1994 y también beatificadas el 8 de diciembre de 2018.
Las dos españolas fueron proclamadas beatas en una singular celebración que comenzó en una mezquita de la ciudad argelina de Orán. «Allí tuvimos un pequeño acto en el que varios musulmanes recitaron unas oraciones en árabe. Al terminar, fuimos todos juntos a la basílica de Nuestra Señora de la Cruz para la beatificación» de Caridad, Esther y los otros 17 mártires asesinados durante la guerra civil argelina, rememora el arzobispo emérito de Argel, monseñor Henri Teissier.
De esta forma, «católicos y musulmanes —subraya el prelado— se unieron en esta beatificación para dar un mensaje de fraternidad», algo que percibieron los periódicos argelinos: «No hubo ninguna publicación que protestara por que la beatificación se desarrollara en un país musulmán». Al contrario, «la valoraron de forma muy positiva», asegura el arzobispo emérito, que recientemente visitó España para participar en León en una primera Misa de acción de gracias por la beatificación de las religiosas.
Tras la beatificación de Caridad Álvarez y Esther Paniagua, la Iglesia de la Concepción de Nuestra Señora, de Madrid, acogerá una segunda Misa de acción de gracias este sábado, 12 de enero, a las 18:00 horas. La celebración será presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, y en ella estarán presentes los restos mortales de las nuevas beatas. Posteriormente, las dos agustinas misioneras serán inhumadas en la capilla de la casa madre de la congregación, situada en la madrileña calle del General Pardiñas, donde hace 128 años nació la orden. «Aquí vinieron tres religiosas beatas de San Agustín que habían estado en Filipinas de misión», explica Mari Luz Pacho, superiora de la casa madre de las Agustinas Misioneras. En el país asiático «se dieron cuenta de que necesitaba gente para enviarla allá y recalaron en este piso que les dejaron, donde fundaron la primera comunidad el 6 de mayo de 1890. Se encargaron de dirigir el orfanato anejo y montaron un noviciado para formar monjas y mandarlas a Filipinas». Así, y aquí, empezó la expansión de la congregación, que actualmente cuenta con 450 religiosas repartidas por 15 países de cuatro continentes.
España, referente del diálogo islamocristiano
Esta forma de subir a los altares es un fiel reflejo del tipo de vida que Álvarez y Paniagua desplegaron en Argelia. Esther, por ejemplo, estuvo dos años en Roma estudiando árabe y el islam. «Quería conocer a fondo al pueblo no cristiano al que había decidido servir», explica Mari Luz Pacho, superiora de la casa madre de las Agustinas Misioneras. Y una vez ya en el país africano, se dedicó a trabajar en un hospital público, rodeada de musulmanes, atendiendo a niños con discapacidad.
Pero el influjo español en el diálogo islamocristiano en Argelia no solo encontró dos buenos referentes en las agustinas misioneras, también halló un poderoso valedor en el propio monseñor Henri Teissier. El arzobispo emérito de Argel visitó en repetidas ocasiones nuestro país para participar «en Córdoba en diversos encuentros que profundizaban en la relación islam-catolicismo y que posteriormente ponía de ejemplo en Argelia», asegura.
Espaldarazo del Papa
Todo este trabajo, así como el del resto de compañeros mártires –Pierre Claverie, los monjes de Tibhirine, cuatro padres blancos, dos hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles, un marista, una hermanita de la Asunción y una hermanita del Sagrado Corazón– recibió un espaldarazo del Papa. Así lo percibió monseñor Teissier cuando se reconoció el martirio y se anunció la beatificación de todos ellos. «Sentí que Francisco reconocía una Iglesia que busca ser fiel a un pueblo musulmán y a unos cristianos que han dado su vida por ser fieles a esta relación», considera el obispo originario de Francia.
Además, el Pontífice mandó un mensaje para que fuera leído durante la Misa de beatificación. El texto, reproducido íntegramente por los periódicos del país, pedía «crear una dinámica nueva de encuentro y convivencia» y recordaba que «los católicos de Argelia y el mundo, [con esta celebración], quieren celebrar la fidelidad de estos mártires al proyecto de paz que Dios inspira a todos los hombres». Al mismo tiempo, «quieren tomar en su oración a todos los hijos e hijas de Argelia que fueron, como ellos, víctimas de la misma violencia».
Monseñor Henri Teissier (en la foto durante la entrevista con Alfa y Omega) nació en Lyon (Francia) en 1929. Con 16 años se trasladó a vivir a Argelia junto a su familia y en 1955 se ordenó sacerdote. En 1973 fue nombrado arzobispo de Orán por Pablo VI y entre 1988 y 2008 ejerció como arzobispo de Argel, donde vivió la guerra civil y donde coincidió con Caridad Álvarez y Esther Paniagua. Fue él quien ordenó a todos los religiosos extranjeros hacer un discernimiento para irse de Argelia durante el conflicto bélico o para quedarse, y estuvo presente en el que hicieron las agustinas misioneras tan solo tres semanas antes de ser martirizadas. Actualmente, monseñor Henri Teissier vive en Argel con el título de arzobispo emérito de la diócesis.
Guerra civil y martirio
Toda esta labor de diálogo —reconocida ahora por el Pontífice argentino— saltó por los aires con la victoria en las elecciones del Frente Islámico de Salvación en 1990, su posterior ilegalización en 1992 y la guerra civil en la que se sumió el país entre 1992 y 2002. Durante el conflicto bélico fueron asesinadas Caridad y Esther —al salir de su convento para dirigirse a Misa— y el resto de mártires.
«Fue un sinsentido. Lo reflejó muy bien un famoso periodista argelino que tras la muerte de las religiosa escribió un texto en el que aseguraba no comprender el asesinato en nombre del islam de dos personas que iban de camino a rezar por los argelinos», recuerda monseñor Henri Teissier para Alfa y Omega. «15 días después el periodista fue asesinado», al igual que otros 114 imanes —homenajeados durante la beatificación— que se negaron a justificar la matanza de cristianos durante la guerra civil.
Relativa normalidad por los derechos humanos
El panorama, en la actualidad, es totalmente distinto. De ello da fe el arzobispo emérito de Argel que, si bien denuncia algunos problemas en la relación con las administraciones locales y la presencia de extremistas imprevisibles, asegura una absoluta normalidad y armonía en la relación con el pueblo, «con el que tenemos una gran sintonía. Nos reciben en sus casas, trabajamos juntos… Muchos, por ejemplo, se acercaron a la celebración de la Navidad que tuvimos en la casa diocesana. Se sienten atraídos por lo diferente, pero, sobre todo, porque valoran nuestro trabajo por los derechos humanos, por el bien común, por la situación de la mujer, de los jóvenes o los minusválidos», concluye Teissier.
Dialogar con los diferentes, dialogar con los iguales, dialogar con todos, desde la fidelidad vocacional a las más hondas convicciones y valores.
Las hermanas Caridad Álvarez y Esther Paniagua, agustinas misioneras, mártires en Argelia el 23 de octubre de 1994, han sido recientemente beatificadas con un grupo total de 19 religiosos. Ambas vivieron en Argelia largos años.
A Esther, enfermera, desde su llegada al país, el contacto con el mundo árabe la cautiva y aumenta su creciente sensibilidad hacia su cultura y su religión, pero sobre todo hacia sus gentes. Para ahondar más en el conocimiento de ese pueblo, de 1981 a 1983 estudia el árabe en Roma. De regreso al país se dedica de lleno a servir desde la práctica de la enfermería al pueblo que amaban.
Volviendo del trabajo a casa, en tiempo de crisis, un niño le dijo en árabe: «¿Por qué no te vuelves a tu país?». Al no contestarle, el niño volvió a preguntarle: «¿Me has entendido?». Ella le contestó: «Sí. Argelia es mi país». A lo que el niño replicó con un «Ah».
Entre las razones que las hermanas expresan para continuar la misión a pesar de la crisis, señalan: «Fidelidad a este pueblo que me formó. He crecido a su lado en la fe, en la vivencia de la misión, en la disponibilidad y gratuidad. Hemos vivido fraternalmente hombres y mujeres de diferentes culturas y religiones». La fuerza de la fraternidad universal, el poder del diálogo y la opción por servir y amar a Dios en ese pueblo, las condujeron a la plenitud de una vida humana: vivir y morir por amor.