En el mes de mayo la Iglesia recuerda a María, todos los cristianos nos acercamos a nuestra Madre. Y yo quiero hacer esta meditación en torno a Ella, en torno a esta mujer que ha sido habitada por Dios, que trajo la Vida a este mundo, que es Maestra en enseñarnos a dar vida. Precisamente en estos momentos en los que tenemos tentaciones de hacer legislaciones provocadoras de la muerte, María aparece como la Maestra que Dios puso en este mundo para mostrar y dar rostro humano a la Vida.
Grandes pintores y escultores nos mostraron el rostro de María, pero también muchos poetas y escritores recitaron versos y escribieron sobre Ella… Pero quien mejor la conocía era Dios mismo y por eso la saludó de una forma especial: «Dios te salve, María, llena eres de gracia» (Lc 2, 28). Estas palabras son definitivas, dan cuenta de la mujer ante la que estamos y de qué mujer elige Dios para dar rostro humano a su Hijo. ¡Qué saludo más rotundo, más profundo, más fuerte, más lleno de plenitud! Es un saludo que a ningún ser humano se le había dado jamás y menos por parte de Dios. Muchas veces he pensado que este saludo a la Virgen es una nueva descripción de lo que va a ser el itinerario de la humanidad. Dios quiere empezar algo nuevo y lo inicia y hace con esta mujer, María. Dios no quiere la muerte, quiere la Vida.
¿Sabéis lo que María siente con esas palabras? «Dios te salve María, llena eres de gracia». Nada más ni menos que percibe que Dios la ha llenado de su amor. El Evangelio nos habla de que María se asombró de aquello que estaba pasando en la Anunciación. A mí no me extraña este asombro, pues saber sorprenderse es algo fundamental en la vida de un ser humano y, sobre todo, hay que dejarse sorprender por Dios. ¿Te has visto sorprendido alguna vez en la vida por el Señor? ¡Cuántas sorpresas nos da Dios! No vivas eliminándole de tu vida, lo necesitas, no camines en la oscuridad. A veces lo hemos eliminado y, por una circunstancia de la vida cotidiana, un acontecimiento, un silencio, una imagen, un encuentro, un entrar dentro de nosotros mismos o una contemplación, experimentamos el asombro y la sorpresa del encuentro con Dios. Porque Dios siempre sorprende. En este mes de mayo, os invito a que os acerquéis a nuestra Madre, la Virgen María, y a que os dejéis sorprender como Ella. Dadle vuestra mano, poned vuestro corazón en sus manos, pues Ella está llena de la presencia de Dios. Ella no tiene pecado: sabéis que el pecado envejece, pero María es joven siempre y, en la medida en que nos acercamos a Ella, descubrimos la medicina para permanecer siempre jóvenes. Ella nos invita a estar y buscar siempre la gracia de Dios en nuestra vida.
¡Qué maravilla ver a María en el momento en el que Dios le pide que preste la vida para darle rostro! Siempre que me he puesto a contemplar ese momento de la Virgen, pienso en mí y en todos los hombres que habitan en este mundo, en cómo Dios nos llama siempre a cosas grandes. Es verdad que nos entran miedos, pero nunca nos encerremos en nosotros mismos. Cerrarse en uno mismo es la tentación de todos cuando se nos pide algo grande, cuando se nos dice: «Ábrete, crece, no te cierres, experimenta la seguridad que solamente da Dios». Recuerda las palabras de la Virgen María cuando preguntó al ángel: «¿Cómo será esto?», y la repuesta que este le dio: «No temas, María, el Señor está contigo», es decir, Dios te libera de todo, también del miedo. Siempre me han impresionado dos momentos de soledad radical de María; me refiero al de la Anunciación y al momento de la muerte de Jesús. En esos momentos María cree y vive sabiendo que Dios está con Ella.
Contemplemos a María delante de Dios. Los pocos datos que tenemos en el Evangelio nos hacen ver algo extraordinario y me atrevo a proponeros que sepamos situarnos en estos momentos de la historia de la humanidad como Ella. Cuando Dios la sorprende en la Anunciación, cuando Dios le pide que se fíe de Él y cuando Dios le manifiesta que Él será su fuerza siempre… María acepta vivir en la sorpresa, se fía de Dios y acomete todo acogiendo su fuerza.
Os invito a vernos en nuestras pobrezas, debilidades, flaquezas, miserias… No vivas en la soledad, Dios te sorprende. Y así, entremos en la humildad, seamos humildes. Dios se acerca a nosotros y nos regala su amor que nos salva, nos cura y nos hace mirar a los demás y no vivir para nosotros mismos. ¿No te sorprende que Dios se acerque a ti como eres y estás? Ya lo dice Jesucristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Fíate de Dios; te llama y se acerca a ti porque, a través de ti, quiere hacerse presente en este mundo, te ha elegido. No comprenderás muchas cosas, pero déjate acoger por Él, prueba y dile como María: «Hágase en mí según tu palabra». Prueba y no te encierres en esas seguridades que en realidad no son tales, pues vives una vida dependiente de ideologías o de cosas materiales que no dan sentido. Deja entrar a Dios en tu vida como María.
¿Qué es lo que te pide Dios? Que acometas todo tu existir con su fuerza. Mira a María después de la Anunciación, saliendo al camino para hacer un gesto de caridad con su prima Isabel. La acogida de Dios en tu vida te hará vivir con su fuerza, te llevará siempre a amar, a regalar amor, a regalar la vida. Te aseguro que acoger a Dios te llevará a hacer verdad el mismo canto de María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».