María, Madre de la Iglesia
El pontificado del Papa Francisco será consagrado, este 13 de mayo, a la Virgen de Fátima. Los obispos de Portugal responden así a una petición del Pontífice al Patriarca de Lisboa. Pero no es un simple acto de devoción personal de Jorge Bergoglio. Desde las apariciones, Fátima ha sido para todos los Papas una guía segura para proteger la fe de los sencillos, especialmente tras las desorientaciones postconciliares
El 13 de mayo de 1967, Pablo VI celebra la Eucaristía en el santuario de Fátima. Es el primer Papa que visita el lugar de las apariciones de la Virgen a los tres pastorcillos de Cova de Iria. El contexto histórico de esta peregrinación es ciertamente especial: tiene lugar apenas año y medio después de la clausura del Concilio Vaticano II, y a escasos días de que Pablo VI convoque un Año de la fe, en el que regalará a la Iglesia el Credo del pueblo de Dios; mientras que Mayo del 68, la revolución desde Francia de las costumbres, está a la vuelta de la esquina…
En su homilía, el Papa Montini habla de algunas intenciones especiales que guían su peregrinación. Y cita explícitamente: «Mi primera intención es la Iglesia. El Concilio ha desplegado muchas energías en el seno de la Iglesia», pero «a Nos preocupa que tanto beneficio y renovación se conserven y acrecienten. ¡Qué daño haría una interpretación arbitraria y no autorizada del magisterio de la Iglesia», que sustituyese la fe de la Iglesia «por ideologías nuevas, diseñadas para arrancar la norma de fe del pensamiento moderno», o por una «mentalidad profana y de costumbres mundanas». El Papa Pablo VI se lamenta del riesgo de que los esfuerzos del Concilio «no ofrezcan a todos los cristianos y a la Humanidad la pura autenticidad y la original belleza de nuestra fe». Cinco décadas después, a la vista de la desorientación postconciliar, se ha podido comprobar que los nubarrones que presentía el Papa sobre el horizonte eran ciertos: atentados contra la fe, derrumbe vocacional, desafección hacia el Magisterio…
Sin embargo, frente al desorden postconciliar, Fátima siempre se ha mantenido en pie como un faro seguro para el pueblo de Dios. La fe de los sencillos se ha visto protegida, durante décadas, desde esta diminuta aldea de Portugal. Y los Papas así lo han reconocido; ya en 1931, cuando todavía era Secretario de Estado, el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, hablaba de Fátima como de «un aviso del Cielo contra el suicidio que significa alterar la fe, en su liturgia, en su teología y en su alma», y una especial «persistencia de María sobre los peligros que amenazan a la Iglesia»; los mismos peligros que advertía el cardenal Ratzinger, en entevista a Vittorio Messori, en 1984: «Los peligros que amenazan a la fe y a la vida del cristiano». Con la convocatoria de un nuevo Año de la fe, Benedicto XVI quiso cerrar definitivamente el paso a las interpretaciones arbitrarias del Concilio, dado el nefasto balance que han causado a la Iglesia y al mundo. La persecución contra la fe de los sencillos, durante los años postconciliares, embarcó al mundo en una crisis de fe, de la que la crisis económica es una manifestación. Y de nuevo vuelve a aparecer Fátima para señalar el puerto seguro: el Papa Francisco ha pedido la consagración de su pontificado a la Virgen de Fátima, el próximo 13 de mayo.
El riesgo de la mundanidad
La respuesta de la Iglesia a la debilitación de la fe es una nueva evangelización que pasa, ineludiblemente, por la conversión de los de dentro, algo que subraya el mensaje de Fátima: conversión, oración y penitencia. Es necesario devolver la fe a los sencillos, y volver a lo esencial: la Virgen, el amor al Papa y a la Eucaristía, la oración y la penitencia, la Adoración y el Rosario, el Catecismo y la Escritura, el ángelus y la piedad popular…; todo aquello que las ideologías nuevas contra las que alertaba Pablo VI han pretendido quitar de la Iglesia en estas últimas décadas.
Precisamente, hace pocos días, el Papa Francisco advertía de que el mayor riesgo que sufre la Iglesia es la mundanidad: «El príncipe de este mundo quiere hacer a la Iglesia cada vez más y más mundana. ¡Éste es el mayor peligro! Cuando la Iglesia se vuelve mundana, cuando tiene dentro de sí el espíritu del mundo, entonces es una Iglesia débil, una Iglesia incapaz de llevar el Evangelio, el mensaje de la Cruz. No puede llevarlo adelante si es mundana».
El acto de consagración del pontificado del Papa Francisco no es sólo una muestra de devoción personal, sino la constatación de que alimentar la fe de Pedro significa proteger la fe de la Iglesia: Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos.