Malalai Joya, activista afgana en España: «No me podía quedar en el país ni bajo el burka»
Sus familiares y amigos la convencieron hace un año de que dejara el país para ser la voz de su pueblo desde el exterior. Lo hace desde España
Malalai Joya hace honor a su nombre. Lo comparte con Malalai de Maiwand, heroína nacional de Afganistán que forjó su leyenda en la guerra contra los ingleses en el ocaso del siglo XIX. Sus padres no podían haber elegido mejor. Ella también es una luchadora, firme defensora de los derechos humanos, de los derechos de la mujer y de la democracia real para Afganistán. Sueña con un país libre tras una vida que ha transcurrido entra la ocupación rusa, los talibanes, la intervención de Estados Unidos y el regreso de los talibanes, esta última hace justo hace un año. No ha conocido más que esta realidad y la de ser refugiada. Lo fue cuando era niña y lo es ahora en España, desde donde quiere «ser la voz» de sus compatriotas y de las mujeres que sufren a los talibanes. Esta misión fue la que la convención para abandonar el Afganistán que dijo no querer dejar nunca.
No fue una huida porque nunca ha huido. Llevaba años protegiéndose con el burka —que también había utilizado en el pasado para burlar a los talibanes y dar clase a niñas en escuelas clandestinas— y con guardaespaldas de los señores de la guerra que dominaban el país con la aquiescencia —como ella asegura— de Estados Unidos. Sin haber cumplido los 25 años, en 2003, se presentó en la Loya Jirga —una especie de asamblea nacional donde están representadas las distintas etnias y se tratan asuntos importantes del país— y consiguió tomar la palabra para denunciar la presencia de señores de la guerra en aquel foro. «Mi nombre es Malalai Joya y soy de la provincia de Farah», comenzó. Luego señaló que en aquella sala había «criminales» que eran los responsables de la situación del país, que «oprimen a la mujer» y «deberían ser perseguidos». La echaron, dijeron que había perdido la cabeza e intentaron matarla. Pero Malalai Joya volvió con el aval de sus votantes para convertirse en parlamentaria, la más joven. Y ante sus denuncias la volvieron a echar, esta vez, del Parlamento y de la vida pública. A la clandestinidad. Todos estos avatares están reunidos en su libro Una mujer contra los señores de la guerra y le valieron que prestigiosas publicaciones como la revista Time la reconociese en 2010 como una de las personas más influyentes del año.
Ahora, un año después de la partida de las fuerzas occidentales de Afganistán —se cumple este 30 de agosto—, rememora en una entrevista con Alfa y Omega cómo fueron sus familiares, colegas y seguidores los que la presionaron para que dejase el país y continuase, desde el exterior, siendo su voz. No podía serlo si la mataban o si la convertían en una criada. El burka y sus guardaespaldas ya no podía protegerla. «Tu voz es conocida y no queremos que sea silenciada. No es solo tu voz, es nuestra voz», me dijeron. «Y salí para cumplir la voluntad de mi gente. No puedes hacer lo que quieres, lo acepto y vengo aquí. Y cuento los días para volver», explica.
Se cumple un año del regreso al poder de los talibanes y de la salida de Estados Unidos. ¿Qué recuerda?
Debe ser recordado como uno de los días más negros de la historia de Afganistán. Como la invasión tras los atentados del 11S, cuando se sustituyó a los talibanes por los señores de la guerra. No hay diferencia entre ellos. Los que han estado al frente del país los últimos 20 años son señores de la guerra mafiosos. Y estos pudieron escapar justo hace un año, no como muchos que colaboraban con la Policía o el Ejército, periodistas, activistas y gente corriente. Estos últimos son las víctimas y muchos fueron asesinados. La situación es un desastre, mucho peor. Los talibanes no solo no han cambiado, sino que están actuando de forma más salvaje. La ocupación de Afganistán se hizo en aras de la lucha contra el terror, pero ha sido una política equivocada. ¿Cómo es posible que en poco tiempo uno de los jefes de Al Qaeda, Ayman Al-Zawahir, estuviese refugiado en Afganistán y fuese fácilmente atacado? ¿Qué pasa con el talibán terrorista Sirajuddin Haqqani, que también es un criminal buscado por EE. UU. y hoy está al frente del ministerio del Interior?
¿Y la respuesta?
Que la historia se repite. Cambiaron unos terroristas por otros. Han traicionado a los afganos.
Me decía antes que la situación es muy mala en el país.
Es peor que nunca. Cuando llegaron al poder, los talibanes cerraron la puertas de las escuelas a las niñas. Hace un año que las niñas no van al colegio. Han prohibido a la mujer trabajar y han perseguido a muchas activistas. A algunas las mataron y otras están desaparecidas. También hay matrimonios forzosos e infantiles. Por la falta de empleo y la pobreza hay gente que está vendiendo a sus bebés o sus riñones para sobrevivir. La economía está completamente destruida tras los últimos 20 años. No querían que Afganistán se levantara económicamente. No se han construido fábricas para crear empleo para la gente, pues el único proyecto es el que justifica la ocupación: la guerra contra el terror. Ocuparon el país en nombre de la democracia y luego firmaron un acuerdo con los talibanes en nombre de la reconciliación. Como dijo el exdirector de la CIA, David Petraeus, la retirada ha sido el peor acuerdo político en la historia de Estados Unidos. De repente, trajeron de la montaña al poder a los talibanes misóginos y terroristas que empujan a Afganistán a la edad de piedra.
¿Qué puede decir de la situación de las mujeres?
Es más desastrosa que nunca. No pueden ir a la escuela ni trabajar ni tener vida social. Hay matrimonios forzosos, infantiles, violencia contra las activistas que se manifiestan en la calle. Hay mujeres que fueron violadas, torturadas y asesinadas por manifestarse. No hay libertad. Son más misóginos que nunca. Tienen miedo del poder y la educación de la mujer y por eso era difícil para algunas mujeres activistas como yo quedarse allí. Mientras tanto, las hijas de los talibanes juegan al fútbol y estudian medicina en el extranjero. Y el pueblo afgano no tiene ninguna oportunidad.
Fuiste refugiada en la infancia y lo eres ahora. ¿Cómo se siente?
El sentimiento es el mismo. Por la guerra y las disputas políticas tuvimos que salir a países vecinos y luego a occidentales. Allí nos hemos enfrentado a la discriminación y al trabajo duro recibiendo menos dinero, especialmente en Irán y Pakistán. También ahora salimos para estar a salvo. Y nos encontramos con una enorme discriminación con respecto a los ucranianos. Con respecto a mi caso, no era posible seguir en el país ni siquiera en la clandestinidad. La primera vez que los talibanes llegaron al país me escondí bajo el burka y era maestra. Ahora no me podía quedar en el país ni bajo el burka.
¿Se sienten olvidados?
Sí. Ya no es necesario hablar de ello y las noticias están centradas en Ucrania. Los refugiados de Afganistán, Siria o Irak no reciben el mismo trato ni las mismas ayudas. Se debería actuar en todos los casos de acuerdo con el derecho internacional, porque ser refugiado no es un crimen. Nos obligaron a abandonar Afganistán, no fue nuestra elección.
Una última pregunta. ¿Cómo sueña el futuro de Afganistán?
Mientras estos fundamentalistas estén en el poder y mientras otros países sigan interfiriendo en nuestros asuntos internos como lo hicieron en los últimos 20 años será una lucha prolongada. Creo que el camino es la unidad de todas las etnias del país, porque los talibanes las están intentando dividir. Me gustaría que nuestro pueblo dejara cuestiones secundarias y se unieran para luchar por nuestro país. Para ello necesitamos la solidaridad internacional. Sueño con un Afganistán independiente y laico. Quiero que las mujeres desempeñen su papel en la sociedad en igualdad de condiciones que los hombres. Sueño con un país en el que no haya guerra, porque la raíz de todos los problemas es la guerra. Pero esto lleva tiempo.