Maksym Ryabukha: «Lo primero que bombardean los rusos son las escuelas»
El obispo grecocatólico auxiliar de Donetsk atiende a civiles y militares en la frontera con Rusia. En la Inspectoría Salesiana de Madrid revela cómo fue la liberación de los padres redentoristas encerrados 20 meses por el régimen de Putin
Tras dos años de guerra, ¿cómo acompaña la Iglesia al pueblo ucraniano?
Hay muchos jóvenes en terreno de guerra y nuestros sacerdotes quieren reunirlos y llevarles el sentido de la vida. Por ejemplo, ayudan a los niños a terminar la escuela. Actualmente casi todos tienen problemas de logopedia porque el shock de las explosiones te cambia por completo. Conozco a una familia en la que, tras las explosiones de Mariúpol, un hijo olvidó por completo cómo leer. Cada vez que escuchan un avión se bloquean, pero la presencia de los adultos les va a ayudar a encontrar una vía de salida.
¿De qué otras maneras ha afectado la guerra a la educación de los jóvenes?
Hay unos 200.000 chavales que se han quedado sin acceso a la instrucción pública. La primera cosa que los rusos bombardean son las escuelas, porque acaban con la vida en la zona. Eso habla con claridad sobre sus intenciones en esta guerra. Muchos niños no tienen ni siquiera acceso a internet para estudiar online porque también se bombardean las redes telefónicas. Cuando hay posibilidad de refugiarse en un sótano, muchas parroquias dan clases presenciales e intentan hacer talleres para que los niños no pierdan la relación entre sí.
Este verano conocimos la liberación de los sacerdotes redentoristas Ivan y Bohdan. ¿Sabe en qué situación han estado y si han sufrido torturas?
Han vivido 20 meses en las prisiones rusas y tratados como cualquier militar ucraniano; las torturas son la experiencia de cada día. Por ejemplo, uno de ellos tiene una diabetes muy fuerte y nos preguntábamos si seguiría vivo. Sobrevivió porque los rusos no dan de comer a los prisioneros y no le subió la insulina, un reflejo de cómo tratan a sus prisioneros.
¿Ha estado el Vaticano implicado en su liberación?
Lo ha estado desde el mismo momento en que se supo que habían sido capturados y ha seguido el caso con gestos muy concretos. Por ejemplo, el Santo Padre fue en persona dos veces a la Embajada de Rusia ante la Santa Sede para pedir la liberación de los dos sacerdotes, solicitar información y expresar su rechazo.
Desde el 16 de noviembre de 2022, los padres ucranianos Ivan y Bohdan, de la congregación del Santísimo Redentor, permanecían encarcelados acusados de posesión de armas, algo que nunca se pudo demostrar de modo concluyente. Habían decidido permanecer en los territorios ocupados para atender a las comunidades grecocatólica y romana. Su liberación el pasado mes de julio, junto a la de otros prisioneros, forma parte del programa de intercambio de prisioneros impulsado por el cardenal Matteo Zuppi. Voces como la del arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk denuncian torturas.
¿Usted los ha visto personalmente? ¿Cómo están?
No sabíamos si estaban vivos hasta que se produjo el intercambio de prisioneros. Los pude ver durante una peregrinación a un santuario mariano de Ucrania el pasado 13 de julio. Estaban en una situación de salud y psicológica muy complicada y necesitarán tiempo para recuperarse.
El mes pasado también se aprobó en Ucrania una ley que limita la actividad de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú. Shevchuk la ha apoyado. ¿Usted cómo la valora?
Es importante entender que las Iglesias ortodoxas tienen una jurisdicción nacional, igual que en el mundo católico existen las conferencias episcopales. En Ucrania hay dos realidades: la Iglesia ortodoxa ucraniana, reconocida por Constantinopla; y por otro lado la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú. Está muy claro que el centro de esa Iglesia no está en Kiev, sino en Moscú.
La ley de la que se ha oído hablar últimamente no prohíbe la Iglesia ortodoxa ucraniana, sino que defiende a esa Iglesia de la polarización y militarización que viene de fuera. Ahora tiene nueve meses para decidir si permanece bajo el paraguas de Moscú y deja de existir a nivel legal o se une a la Iglesia autorizada en Ucrania por Constantinopla.