Madrid estrena la Ruta de la Santidad
El cardenal Osoro ha inaugurado un recorrido para peregrinar a los sepulcros de los ocho santos enterrados en Madrid y recordar a los mártires del siglo XX
La historia de la Iglesia en Madrid es rica en frutos de santidad, y estos santos «no son cosa del pasado», sino «modelos e intercesores» para el hombre de hoy. Así se manifiesta el delegado episcopal para las Causas de los Santos, Alberto Fernández, con motivo de la reciente inauguración de la Ruta de la Santidad por el cardenal Carlos Osoro, su gran impulsor. Propuesta como una peregrinación a las tumbas de los ocho santos cuyos restos reposan en Madrid, ha sido diseñada de manera conjunta por la Delegación Episcopal para las Causas de los Santos y la Delegación Episcopal de Jóvenes; es un recorrido abierto a grupos, parroquias, movimientos, pero de manera especial a los jóvenes. Se trata, explica la delegada de Jóvenes, Laura Moreno, de que el peregrino se acerque a la santidad a través de aquellos que ya están en los altares y que han vivido en las mismas calles, y ver «con qué ojos miraban ellos» su realidad. Todo esto bajo el prisma de Gaudete et exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, en la que el Papa Francisco asegura que esta «es camino de misión». Por eso, a los santos de la ruta se los conocerá también en su dimensión testimonial.
Los santos que se veneran en este recorrido aportan una gran riqueza en diversidad de carismas y de vidas a la historia de la Iglesia en Madrid: hay mártires, esposos, educadores, y variadas congregaciones religiosas que los custodian. A san Isidro, patrón de Madrid, y santa María de la Cabeza, su esposa, la Iglesia los propone como ejemplo de matrimonio santo y de familia cristiana. En ese Mayrit musulmán del siglo XII, fueron fieles a su seguimiento de Jesucristo en la normalidad de su vida, dedicada al trabajo, la oración y la caridad. Una caridad que fue también una constante en el resto de los santos protagonistas de la ruta. En el caso de santa Soledad Torres Acosta, a través de la Congregación de las Siervas de María Ministras de los Enfermos, fundada por ella para atender a enfermos sin recursos en sus casas y, si era necesario, prepararlos para una buena muerte. Siempre, como decía, «con la sonrisa en los labios y la humildad en el corazón». Las siervas continúan a día de hoy su labor, reforzando servicio y atención en estos tiempos de pandemia.
Atención a las mujeres
La educación para prevenir la exclusión social y como forma de promocionar a hombres y mujeres en todas sus dimensiones estuvieron en el origen de las obras iniciadas por otros de los santos de la ruta. San Pedro Poveda, sacerdote, pedagogo y fundador de la Institución Teresiana, comenzó su ministerio en contacto con la vida precaria de los habitantes de las cuevas de Guadix (Granada). También propuso un plan nacional de renovación educativa centrado en la promoción del maestro y de la escuela primaria. Murió fusilado en Madrid a los diez días de comenzar la Guerra Civil. Junto a este santo educador mártir se encuentra Carmen Sallés, quien, tras romper un compromiso de matrimonio, ingresó en las adoratrices, dedicadas a rescatar a mujeres del mundo de la delincuencia y la prostitución. Rápido vio su llamada a la educación preventiva y la importancia de la cultura para las mujeres. Su orden continúa dedicada a la educación por el mundo entero. A las mujeres más desfavorecidas dedicó también su vida santa Vicenta María López Vicuña. En concreto, a mujeres jóvenes en situación de precariedad y abandono social que habían emigrado del campo a la ciudad. Soñaba con que amaran «su dignidad de hijas de Dios». Su obra cuenta hoy con residencias, centros educativos y centros sociales.
Dos sacerdotes se incluyen también en la Ruta de la Santidad. San José María Rubio, jesuita, conocido como el apóstol de Madrid, fue profesor varios años del seminario, pero también pastor para su pueblo. Dedicó su vida al acompañamiento espiritual, a la confesión, a la predicación y a la promoción de los jóvenes y los desfavorecidos. Acostumbraba a decir: «Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace». Junto a él, san Alonso de Orozco, agustino, asceta y teólogo, maestro de oración y atento a las necesidades de los pobres. «Tenemos un tesoro muy grande que estamos obligados a guardar y transmitir», anima el delegado para las Causas de los Santos en Madrid. Porque además, junto a los ocho santos que se visitan en la ruta, hay 490 beatos, casi todo ellos mártires (que se veneran a través de un icono en la iglesia de las Calatravas) y más de 90 procesos de beatificación y canonización abiertos en la diócesis.
El artista Antonio Peris Carbonell ha presentado las dos primeras esculturas de las 24 que identificarán visualmente la Ruta del Grial, en Valencia. Se trata de piezas de acero, de seis metros de ancho por cuatro y medio de alto, que representan diversos momentos de la historia del cáliz que Cristo utilizó en la Última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. La Ruta del Grial, especialmente relevante en este Año Jubilar del Santo Cáliz, une a lo largo de 550 kilómetros las localidades que recorrió esta copa a su paso por España.
El origen de su devoción se remonta al siglo I, cuando fue llevada Roma por san Pedro y conservada por los Papas sucesivos hasta Sixto II (siglo III). Este encargó al diácono español Lorenzo que la custodiara hasta Huesca para protegerla de la persecución del emperador Valeriano. Un documento fechado en 1071 sitúa al cáliz en el monasterio de San Juan de la Peña. Tras años de recorrido por diversos puntos de la geografía española, fue depositado en la catedral de Valencia en 1437. El santo grial es una copa de ágata pulida, con vetas de colores, de origen oriental y datado entre el año 100 y 50 a. C.