Los tesoros del Rocío sustentan la devoción y el apoyo desde Roma
Aunque el archivo de la hermandad ardió en 1936, la labor de un devoto logró rehacer un fondo considerable, que incluye el origen del Rocío Chico
Con el inicio de la peregrinación de las hermandades de Ayamonte e Isla Cristina hacia la aldea de El Rocío (Huelva), el pasado lunes, se dio el pistoletazo de salida a una romería que en las últimas décadas ha experimentado un crecimiento notable, hasta convocar a un millón de personas en el día de Pentecostés. Si bien esta muestra de devoción popular data del siglo XVI, la Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío, en Almonte, no cuenta a día de hoy con tantos documentos históricos sobre tan secular tradición como cabría esperar. El motivo: su archivo «estaba unido al de la parroquia, que se quemó en julio de 1936», explica Santiago Padilla, su presidente.
Con todo, después pudieron rehacer un nuevo fondo «bastante amplio» gracias a la documentación que reunió a lo largo de su vida el académico Juan Infante Galán, devoto de la Blanca Paloma, y que sus herederos donaron. Además de documentos y material periodístico, incluye 10.000 fotografías. Curiosamente, «del Rocío solo hay 1.000»; el resto son de otros temas, aclara Padilla. Entre los escritos de más valor, destaca una copia manuscrita del acta del voto que dio lugar al Rocío Chico.
Durante la Guerra de Independencia hubo en Almonte una revuelta que acabó con varios soldados franceses. «El invasor tenía por norma que donde se derramaba sangre francesa se pasaba al pueblo a cuchillo», relata Padilla. Pero en Almonte «la gente se encomendó a María. Hubo una contraorden y se salvaron». Cuando los soldados se retiraron de la zona en 1813, «el Ayuntamiento, la hermandad y el pueblo se comprometieron por siempre jamás» a celebrar cada 19 de agosto una Misa de acción de gracias.
El Tesoro de la Virgen
Sin embargo, no todos los documentos importantes de la Hermandad Matriz se custodian en el archivo de su sede, en Almonte. Algunos están en el llamado Tesoro de la Virgen, en la ermita, junto con «piezas históricas y los elementos más importantes de su ajuar», explica el presidente. Además de todo un apartado de exvotos pictóricos, se encuentran allí textos que apuntan al cuidado hacia esta devoción desde Roma. Está por ejemplo el rescripto del cardenal Merry del Val, secretario de Estado del Vaticano, por el que en septiembre de 1918 se concedía la coronación canónica de la Virgen, celebrada al año siguiente. Este acontecimiento «se enmarca en una primera oleada de coronaciones entre finales del siglo XIX y principios del XX, como forma de la Iglesia de acercarse a las devociones populares». Poco después, en 1920, otro escrito vaticano otorgaba a la Hermandad Matriz el título de «pontificia», que «significa una adhesión especial al Papa y a todo lo que representa».
En la misma vitrina se encuentra el pergamino que firmó san Juan Pablo II al visitar El Rocío en 1993, un momento clave para la hermandad. «Nada menos que el Santo Padre daba carta de naturaleza a una devoción que ha tenido también sus detractores dentro de la Iglesia», recuerda Padilla. Esto desató «una explosión» de interés que hizo que desde entonces las hermandades rocieras hayan pasado de 100 a 127, casi una nueva por año. Ese 14 de junio, «hasta última hora no supimos que el Papa venía, porque era un día de mucho calor y tenía una agenda muy apretada». Mientras unas 300.000 personas esperaban, «vimos un helicóptero sobrevolar la aldea. Fue un delirio». El Pontífice llegó a la ermita a pie, «bendijo los simpecados, se postró ante la Virgen un momento largo y regaló a la hermandad un rosario que aún conservamos».
En su discurso, subrayó que «en las raíces profundas de este fenómeno religioso y cultural aparecen los auténticos valores espirituales de la fe en Dios» y en Cristo como su Hijo y Salvador, del «amor y devoción a la Virgen y de la fraternidad cristiana». Sin embargo, también advertía de que se les había pegado «polvo del camino, que es necesario purificar». Por ello exhortaba a dar a estas raíces de fe su plenitud evangélica».