Es reconfortante ver que la Unión Europea se ocupa de cosas importantes.
La semana pasada, Margaritis Schinas, vicepresidente de la Unión Europea, aseguró que se alzarán las restricciones de viaje para que los Reyes Magos puedan repartir sus regalos. Es lógico que los niños de nuestro continente estuviesen preocupados y que esta inquietud se transmitiese a sus padres.
Así que resulta tranquilizador que las autoridades europeas hayan garantizado la normalidad de las felices visitas de los Reyes Magos, así como de otros portadores de regalos como el Niño Dios, que pasa por tantos hogares españoles, Santa Claus y San Nicolás, que llega hasta los Países Bajos procedente de España.
Ahora bien, habría que saber muy poco de los Reyes Magos para pensar que unas fronteras iban a detenerlos en su camino. Desde que se pusieron en marcha por primera vez siguiendo la estrella, han superado innumerables obstáculos. Atravesaron desiertos, cruzaron llanuras, marcharon de día bajo el sol abrasador y de noche en medio de la oscuridad. Despistaron a Herodes. Reconocieron al Salvador del Mundo en ese niño recostado en un pesebre porque ni para Él ni para sus padres había sitio en la posada. Estos sabios de Oriente, expertos en escrutar el cielo nocturno, se las saben todas.
Hay gente equivocada que cree que los Reyes Magos no existen. No hay que discutir con ellos. Ni siquiera hay que tratar de convencerlos. Si no lo hace la ilusión de los niños, no habrá argumento que valga. Por otra parte, no hace falta creer en ellos para que existan; antes bien, existen para que nosotros -los mayores- no olvidemos que una vez fuimos niños y que hay que hacerse así para entrar en el Reino de los Cielos.