Los reyes de la noche. La guerra de las ondas - Alfa y Omega

Los reyes de la noche. La guerra de las ondas

Isidro Catela
Paco el Cóndor (Javier Gutiérrez) uno de los periodistas deportivos más importantes de la radio española de los 80
Paco el Cóndor (Javier Gutiérrez) uno de los periodistas deportivos más importantes de la radio española de los 80. Foto: Movistar+.

El fútbol es así, no hay rival pequeño. Hubo un tiempo en que los españoles enriquecimos los tópicos balompédicos. Fue gracias a José María García. Éramos hombres (sobre todo hombres) a un transistor pegados hasta altas horas de la madrugada, repitiendo cosas como chupópteros, lametraserillos y abrazafarolas. Ahora Los reyes de la noche, el estreno rutilante de Movistar+ recrea aquellos años, finales de los 80 y principios de los 90, en los que nuestra particular guerra de los mundos se convirtió en un sucedáneo de los garrotazos goyescos, en este caso entre García y De la Morena, los reyes, entonces, de la radio deportiva en España.

Nos avisan constantemente, por si no fuéramos audiencia lo suficientemente adulta (y por si se puede evitar alguna denuncia) que lo que vamos a ver es ficción que poco tiene que ver con la realidad. Lo primero está claro, lo segundo no es cierto.

Hasta ahora han soltado dos capítulos. El primero no lo salva ni un Javier Gutiérrez, al que le ha tocado el papelón de imitar (a ratos, porque a ratos parece que se olvida) el peculiar acento del Butanito. De una parte el diosecillo Paco el Cóndor y del otro su aventajado y discípulo traidor, Jota Montes. De un lado, todos los tics que puedan asociarse desde el desconocimiento a la cadena de los curas: un periodismo facha y casposo ante el futuro que, por supuesto, llega de la mano del cambio y de las fuerzas de progreso.

Aunque el segundo capítulo (La convocatoria) mejora un poco el infumable arranque, estos reyezuelos de la noche (que tendrán en total seis entregas breves, de poco más de media hora cada una), carecen de interés para quien no viviera la época. Es harto difícil enganchar a la generación del pódcast y las narrativas transmedia con estas batallitas del abuelo, tan pobres de trama y guion. Y a los que la vivimos, es más que probable que, como me ha sucedido a mí, nos dé tanta vergüenza ajena que no aguantemos hasta el final de la serie y decidamos irnos con la radio a otra parte.