Los retos de la salud mental en África en plena pandemia
AECID ha ayudado a la Fundación Benito Menni a contratar más tiempo a psicólogos y psiquiatras y así atender a los pacientes con seguridad
Cuando la COVID-19 llegó a Mozambique, «la necesidad de recibir atención psicológica y psiquiátrica aumentó» por la ansiedad y la depresión a causa de los confinamientos iniciales y por el cierre inicial de todos los (escasísimos) centros que ofrecen estos servicios en el país. Al volver a abrir, «nuestra capacidad de ofrecer esa atención había disminuido», comparte Sabrina Haboba, coordinadora técnica de la Fundación Benito Menni, de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. En su Centro de Rehabilitación Psicosocial de Mahotas era difícil continuar con seguridad las consultas de psicología y psiquiatría, la terapia ocupacional y del habla y la fisioterapia con sus cerca de 120 pacientes con enfermedad mental o discapacidad. No había equipos de seguridad, y la escasez de profesionales impedía reducir los grupos.
Además de la incansable labor al pie del cañón de las enfermeras, capacitadas para una atención básica, con ayuda de la AECID se contrató más horas a los psicólogos y psiquiatras. Su próximo objetivo es reforzar la atención a domicilio y ampliarla a zonas más extensas. Otra de sus prioridades, en la que llevan trabajando tiempo, es el «enfoque comunitario», que busca sensibilizar y formar a la familia del paciente para combatir el estigma y que este se reintegre en su entorno. Esta fue su principal aportación, cuando el Ministerio de Sanidad del país las invitó a participar en la redacción de un incipiente plan de salud mental. Es una de las metas del ODS, relativo a la vida sana y el bienestar.
Menos de un psiquiatra por millón de habitantes