Los que no salen en la foto
Los que han planchado sus camisas, las que compraron esos trajes, aquellos que sacaron brillo a sus zapatos: la política debería ser el arte de hacer lo posible para mejorar la vida de aquellos que no salen en las fotos
El que coloca las banderas, las atusa, las ahueca y las orienta al objetivo. El que limpia la alfombra. ¿A quién se le ocurre poner una alfombra blanca? Con lo mal que salen las manchas. A lo mejor es que solo se usa para la foto. Mi mujer me hace quitar la alfombra del salón de casa cuando tenemos visitas. El que limpia los sofás. También blancos, blanco roto, o color crema, no sé. Son sofás que pudieran ser vestidos de novia. La que sube y baja las cortinas. El que barre y friega el suelo. Y habrá alguien que vigile que los cuadros estén alineados. El que compró esos divanes de psicoanalista que han visto sentarse a Merkel, o a Macron o a Mariano o el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría. No parecen muebles de Ikea, pero vaya usted a saber. El que coloca la lámpara sobre la mesilla. Que supongo que será el mismo que esconde el cable negro, siempre tan indiscreto. Alguien habrá sacado brillo también a ese cenicero negro que parece una versión mini del casco de Darth Vader y que le aporta algo de contraste a esta escena tan inmaculada e institucional. El que hace la foto, por cierto, ¿en qué pensará? «Estos tipos tienen en su mano subirme o bajarme los impuestos, que a mi hija le enseñen filosofía o emprendimiento inclusivo para la transición ecoafectiva, que a mi madre no tarden 100 días en operarle la cadera». Etcétera.
Los que han preparado los papeles de Feijóo. Él los ha colocado sobre la mesa que alguien habrá limpiado. Y esto tiene su importancia, según parece. Las crónicas que narran el primer encuentro entre el nuevo líder del PP y el presidente del Gobierno hacen hincapié en una anécdota que debió de ocurrir unos pocos minutos antes de nuestra foto, en la escalinata de Moncloa. Alberto Núñez Feijóo tardó en ofrecer su mano a Pedro Sánchez porque no acertaba a abrocharse la chaqueta al tener una mano ocupada en sostener los citados apuntes. Esos que alguien le habría preparado. Vivir delante de las cámaras hace que se nos olvide que las cosas importantes de la vida tienen casi siempre más que ver con el qué que con el cómo. Eso es lo que preocupa al que limpia la alfombra, al que sube la cortina, al que alinea los cuadros y a la que saca brillo al cenicero de Darth Vader.
Es el qué, la sustancia, el hecho lo que determina la vida de los ciudadanos. Es absurdo que hayamos asumido con tanta naturalidad que la política es cosa de gestos. Políticos y periodistas se afanan en ese baile de símbolos y tuits que nada dicen, que nada arreglan, que todo lo emborronan. Los que han planchado sus camisas, las que compraron esos trajes, aquellos que sacaron brillo a sus zapatos, los que barrieron y fregaron el suelo: la política debería ser el arte de hacer lo posible para mejorar la vida de aquellos que no salen en las fotos.