Los pliegues de una sonrisa
Cuando era patriarca de Venecia le dolían los ataques contra Pablo VI que llegaban desde dentro y fuera, y siempre respondía en positivo
Por más que hayas visto mil veces esta fotografía, seguro que te invita a sonreír por dentro. El Papa de los 34 días (su pontificado duró 34 días y no 33, como habitualmente se afirma, porque se debe contar el día de su elección) tenía una de esas sonrisas que dan luz e irradian paz. Sor Margherita Marinti también sonreirá el próximo 4 de septiembre, cuando el Papa Francisco pronuncie la fórmula que hará beato a Juan Pablo I. A sus 79 años ella es la única persona viva que estuvo cerca de Albino Luciani en las últimas horas de su vida. Al amanecer del 29 de septiembre de 1978 entró en su dormitorio junto a sor Vincenza Taffarel, la anciana religiosa que durante más de 20 años había asistido a Luciani. Estaban preocupadas porque no se había tomado el habitual café de las 5:15 horas en la sacristía. Tras llamar reiteradamente a la puerta comprobaron que el Pontífice había fallecido. Sor Margherita recuerda nítidamente que la víspera estaba planchando con la puerta abierta y lo vio pasar varias veces mientras caminaba por el apartamento leyendo los folios que llevaba en la mano. Reparando en que ella planchaba le dijo: «Hermana, os hago trabajar tanto… pero no se preocupe en planchar bien la camisa, porque hace calor, sudo y tengo que cambiarla a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve…». Palabras sencillas al estilo Luciani que impregnó todo su pontificado.
Pero Juan Pablo I es mucho más que el Papa de esta eterna sonrisa curva capaz de enderezar todo. La periodista Stefania Falasca, vicepresidenta de la Fundación Vaticana Juan Pablo I y vicepostuladora de su causa, lleva años estudiando y verificando las anotaciones, escritos y mensajes privados que el último Papa italiano iba escribiendo diariamente en un simple bloc de notas y en la agenda que usó durante los 34 días de pontificado. Ahí se descubre la profundidad de un gran Pontífice, que entre los pliegues de su sonrisa dejó un rastro indeleble de cercanía, humildad y pobreza; de insistencia en la misericordia y la ternura de Jesús. Un magisterio en el que no hubo grietas entre la vida espiritual y el ejercicio del gobierno. En su homilía de inicio de pontificado (3 de septiembre de 1978) dejó escrita toda una declaración de intenciones: «Que la Iglesia, humilde mensajera del Evangelio a todos los pueblos de la tierra, contribuya a crear un clima de justicia, fraternidad, solidaridad y esperanza, sin el cual el mundo no podría vivir». Cuando era patriarca de Venecia le dolían los duros ataques contra el Papa Pablo VI que llegaban desde dentro y desde fuera (la historia confirma que es una práctica habitual), y siempre respondía en positivo, animando a la fidelidad al Evangelio, a vivir una fe más profunda consecuencia del abandono en Dios. En Juan Pablo I la coherencia era la ropa de andar por casa, su sonrisa acentuaba su libertad, y la piedad e inteligencia ponían todo lo demás. Bastaron 34 días para que dejara en la Iglesia el fogonazo deslumbrante de un buen pastor. En el prólogo del libro sobre los textos y documentos de su pontificado el Papa Francisco nos regala unas palabras que hubiera rubricado el mismo Luciani: «Con Juan Pablo I el Señor quiso mostrarnos que el único tesoro es la fe, que la predilección por los pobres es parte infalible de la fe apostólica y que la paz está en el corazón de la Iglesia, como la justicia, la fraternidad, la solidaridad y la esperanza».
Casi 44 años después de su muerte Albino Luciani será el sexto Papa del siglo XX en ser beatificado. Cuatro de ellos ya han sido canonizados: Pío X, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. La vista se nos va hacia su sonrisa hipnótica, el legado de un Papa santo, de cuyo magisterio nos beneficiamos todos.