«En Colombia los niños todavía juegan a ser guerrilleros»
En el Día de la Internacional de la Convivencia en Paz, Manos Unidas y el Servicio Jesuita a Refugiados de Colombia fortalecen su trabajo para educar en la paz en medio del conflicto
Mientras se desarrolla, con más o menos éxito, el enésimo intento por llevar la paz a Colombia con la política de paz total del presidente Gustavo Petro, el país se bate por curar las heridas de décadas de violencia y guerra que se han transmitido de generación en generación. Para intentar que esta herencia no se siga perpetuando, sobre el terreno operan organizaciones como el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés) de Colombia o Manos Unidas, cuyo objetivo es construir espacios de convivencia pacífica en un escenario de violencia, empezando por el trabajo con los más pequeños. Manos Unidas y el JRS lo hacen junto a los profesores y las familias, comprometidos todos con la educación de la niñez y la juventud en riesgo. En 2022, Manos Unidas apoyó seis proyectos en Colombia en los que participaron más de 8.700 beneficiarios directos, entre ellos, migrantes venezolanos y comunidades vulnerables de la región del Magdalena Medio.
Por su parte, el Servicio Jesuita a Refugiados opera en Colombia desde 1994 para asistir la emergencia humanitaria provocada por la violencia armada en el país, que hoy en día cuenta con más de cinco millones de desplazados internos. «Los niños escuchan, ven y son testigos de estas historias de violencia. Y las reproducen jugando a ser paramilitares o de la guerrilla. Con un palo de escoba se inventan que tienen un fusil en las manos. O se encapuchan con su suéter. Son sus juegos, porque juegan a lo que ven. Pero, desafortunadamente, esos juegos se pueden convertir en realidad», relata Juan Casas, director nacional del Servicio Jesuita a Refugiados Colombia. Para este jesuita es fundamental la educación, lo que supone hacer que estos pequeños no reproduzcan la violencia que ha destrozado a millones de familias. Por ello, intentan que la escuela sea un lugar protegido y lo han conseguido, porque incluso «la guerrilla ha respetado ese espacio y nunca ha pasado nada allí dentro».
«La escuela, con sus instalaciones, su cancha de futbol y de básquet, se vuelve un espacio protector y así se trabaja con la población civil, para asegurarles que la escuela es un espacio seguro que no se puede tocar», apostilla el jesuita.
Un pequeño pero importante triunfo en un contexto complejo y olvidado, puesto que son regiones remotas, como relata Casas: «En una zona montañosa que se llama Serranía de San Lucas, de muy difícil acceso, pude ver cómo el conflicto amenaza todo el tiempo. La presencia del Ejército también hace temblar a la población civil, no porque sea en sí una amenaza, sino porque los momentos de encuentro entre la guerrilla y los militares generan violencia y estos, a su vez, desplazamientos».
De ahí el esfuerzo de ambas organizaciones para «contar al mundo que en estos rincones de Colombia la esperanza existe en medio de la desesperación y el conflicto», explica el director del JRS para el país en este 16 de mayo, Día Internacional de la Convivencia en Paz.
La intervención de Manos Unidas se centra en las comunidades más vulnerables. «Fortalecemos a las organizaciones civiles para que puedan defender su territorio ante los diferentes grupos armados y ante aquellos actores con intereses de mercantilización del territorio con graves efectos de expulsión de los pueblos originarios: indígenas, afros y campesinos», indica Carmen Santolaya, responsable de Proyectos de Manos Unidas en Colombia. Ayudan además a que estos grupos y comunidades puedan ser económicamente independientes y así puedan permanecer en sus comunidades y ejercer los derechos económicos, sociales y culturales «que ahora se encuentran en constante amenaza».