Los nacimientos que no vemos
Intentemos no desmontar este año el belén. Aunque sea a destiempo, no hay villancico que suene mejor que unas palabras llenas de afecto
De tanto mirar, colocarlas y moverlas, las figuritas de tu nacimiento ya son casi como de la familia. Te sonríen la lavandera, el pastor y el molinero, y has hecho del portal un cuarto de estar donde se escuchan historias de aquella Navidad de tu infancia, cuando montar el belén era uno de los acontecimientos más importantes del año. Ahora, en pocos días, volverás a guardarlas con cuidado en su caja de cartón, ignorando que el auténtico nacimiento no puede arrinconarse en el fondo de un armario o en el trastero. Lo verás a diario durante los próximos doce meses entre el musgo de un campamento de refugiados en Siria, en el papel de plata del río que cubre el frío de los que atraviesan el Mediterráneo y en el suelo de serrín de las chabolas de Calcuta; también en la miseria del hambre de Etiopía o a la vuelta de la esquina de tu casa, puede incluso que entre los vecinos del quinto piso de tu mismo edificio.
Lo vemos en esta joven madre que sujeta en brazos con fuerza a su hijo recién nacido. El pequeño vino al mundo en el campamento de refugiados de Moria. Allí, hasta el pasado septiembre se hacinaban cerca de 13.000 personas, más de cuatro veces su capacidad oficial. Era la cruel bienvenida que daba Europa a quienes huyen de la guerra y del hambre. La foto fue tomada tras el incendio devastador del pasado septiembre, que destruyó el campamento al completo y acabó con las pocas posesiones que aún conservaba esta mujer. Camina preocupada, pensando si en la noche podrán dormir a cubierto. La misma preocupación que tendría María cuando notó que Jesús iba a nacer. Estremece la angustia de su mirada perdida. La desolación de no esperar nada de nadie.
Hay muchos nacimientos que no vemos. Unos, como el de la foto, en una carretera perdida en Lesbos; otros se montan en las salas de urgencia de un hospital o entre el vaho que sale de un hogar sin calefacción; al pie de la cama de una anciana sola o a la intemperie y entre los cartones de una persona sin hogar. Convivimos con ellos a diario, pero nos cuesta reconocerlos.
Intentemos no desmontar este año el belén. Aunque sea a destiempo, no hay villancico que suene mejor que unas palabras llenas de afecto, ni mejor espumillón que una llamada oportuna o un paquete de comida inesperado para terminar el mes sin hambre.
Lo mejor que le podría ocurrir a esta madre refugiada es cruzarse en su camino con ese ejército de figuras reales que forman parte de los auténticos nacimientos: gente anónima que dedica horas a inventar mil estrategias para conseguir comida, ropa y ayudas económicas para quienes lo necesitan. Los sanitarios, limpiadores, camioneros, agricultores, funcionarios, profesores, comerciantes, sacerdotes y religiosos… Un ejército de pastorcillos, lavanderas y molineros que durante todo el año levantan entre las ruinas la única esperanza que nos sostiene.
La joven madre de esta foto sueña un futuro para el bebé que lleva en brazos. Sueños compartidos por tantos que necesitan siempre de esta Navidad fuera de horario. Es la única forma de demostrar que, después de más de 20 siglos, mereció la pena nacer en un frío establo.