Los misioneros pregonáis con la vida la belleza del Evangelio - Alfa y Omega

Los misioneros pregonáis con la vida la belleza del Evangelio

Vuestra generosidad y valentía, pasión y entrega, nos suben la moral y espabilan la mirada de una Iglesia a veces demasiado centrada en ella misma y en sus problemas de sacristía

José Cobo Cano
Algunos de los jóvenes que vivirán este verano una experiencia misionera
Algunos de los jóvenes que vivirán este verano una experiencia misionera. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

Homilía de la Misa por el Jubileo de los misioneros diocesanos en la catedral de la Almudena. Domingo, 1 de junio

Un saludo muy especial, cariñoso y agradecido a la Delegación de Misiones, a la dirección de Obras Misionales Pontificias, a las misioneras y misioneros que vais a ganar el Jubileo y a los jóvenes que vais a tener una experiencia misionera este verano. Gracias por venir a esta vuestra casa. ¡Qué inmensa alegría poder celebrar esta mañana al mismo tiempo la fiesta de la Ascensión y el Jubileo de los misioneros diocesanos! Sí. La fiesta de la Ascensión del Señor representa el capítulo último de la vida de Jesús en la tierra. Al mismo tiempo, el envío a los discípulos «hasta los confines del orbe» es la puesta en escena del primer capítulo de la Iglesia naciente.

En efecto, Lucas —el autor del Evangelio y del libro de los Hechos de los apóstoles— nos presenta, como si tuviera dos cámaras de grabación, dos planos diferentes del mismo feliz acontecimiento. Así, este texto es una bisagra entre el final del Evangelio de Lucas y el inicio de los Hechos; entre «el tiempo de Jesús», que caminó entre nosotros, y «el tiempo de la Iglesia en misión», tiempo del Espíritu Santo.

Foto de familia de todos los misioneros que acudieron a ganar el Jubileo el domingo a la catedral de la Almudena
Foto de familia de todos los misioneros que acudieron a ganar el Jubileo el domingo a la catedral de la Almudena. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

La primera lectura nos cuenta que Jesús puso a sus discípulos a caminar por el camino de Betania —el camino de la amistad y el sosiego— y, después de bendecirlos con cariño, se separó de ellos y subió, y una nube cubrió su presencia. No tenemos más detalles; tampoco los necesitamos. Sabemos que este ascenso es para quedarse, es el descenso final a nuestro mundo donde Cristo se queda velado por una nube. Solo pide que los amigos lo desvelen y enseñen a los demás la manera en la que  ha querido permanecer.

Sabemos bien que el mal, el pecado y la muerte no han tenido la última palabra sobre Cristo. Él ha vencido y ahora está unido al Padre: es uno en la gloria con Él. Con la ascensión se clausura el tiempo de las apariciones y se muestra la hondura que tiene la Pascua. Jesús es ya la meta de la historia humana, el horizonte definitivo hacia el que caminamos y el regalo que colma nuestro anhelo de esperanza. «Los discípulos se volvieron a Jerusalén con gran alegría». Estaban felices porque había visto al Señor victorioso y encaminado hacia la derecha de Dios Padre. Ellos, que estaban atormentados por su cobardía ante su abandono, las torturas y la muerte injusta de Jesús, se llenan de gozo y empezarán a abandonar el miedo para lanzarse con valentía anunciar el Evangelio por todas partes, anunciando que Cristo se queda con nosotros.

Hermanos y hermanas misioneros. Vosotros y vuestras vidas nos recordáis intensamente que somos herederos de aquellos discípulos. Vuestra generosidad y valentía, vuestra pasión y entrega, nos suben la moral y espabilan la mirada de una Iglesia a veces demasiado centrada en ella misma y en sus problemas de sacristía. Portando un tesoro precioso en vasijas de barro y vuestra vida, vuestro testimonio es una joya preciosa para la Iglesia. Y un modelo para aprender a ser cristianos misioneros.

Los misioneros peregrinaron desde el Templo Nacional de Santa Teresa de Jesús, en plaza de España
Los misioneros peregrinaron desde el Templo Nacional de Santa Teresa de Jesús, en plaza de España. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

Así, desde luego, lo quiere reconocer hoy la Iglesia que peregrina en Madrid. No sabéis hasta qué punto nos sentimos orgullosos de vosotros. Vuestra vida expresa como nada la Iglesia en salida de la que hablaba el Papa Francisco. Los misioneros diocesanos de Madrid, sacerdotes, miembros de la vida consagrada y contemplativa, laicos y familias misioneras pregonáis con vuestra vida la bondad y la belleza del Evangelio. Hacéis presente, real y viva, la vida nueva en Cristo con obras y palabras, y mostráis con naturalidad y austeridad de vida hasta dónde somos para el Señor y servidores de su Iglesia.

¿Sabéis? Lo que más nos interpela dentro de la Iglesia y fuera de ella, es que no os dais importancia y esa naturalidad tan evangélica y tan normal que lleváis como sello de la marca Misionero, misionera de Cristo y su Iglesia. No os amilanan las dificultades ni las persecuciones, ni la precariedad, ni los resultados a veces escasos de la misión. Hoy, como ayer, sois capaces de volver a la Jerusalén que toque en cada momento con gran alegría.

Y siempre sois capaces de remitir a la Iglesia, no a los pequeños grupos. Apuntáis siempre a la Iglesia, a vuestra diócesis sin apellidos y como comunidad. Esa forma de señalar y esa alegría la necesitamos hoy aquí y es la que nos dejáis al pasar por esa puerta santa, signo de Cristo, peregrinado juntos. Gracias por enseñarnos a ser Iglesia diocesana y a aprender de vuestro estilo de anunciar a Cristo. Ahora con alegría os recibe la Iglesia diocesana, con vuestro obispo, este día jubilar en vuestra casa, que aunque estéis lejos siempre tiene vuestra luz encendida y vuestro sitio preparado. Los misioneros madrileños, extendidos por casi 90 países de todos los continentes, os habéis quedado con la mejor parte del Reinado de Dios. Por eso, sin duda, como dice la carta a los Efesios, participáis del «Espíritu de sabiduría»; tenéis el corazón luminoso porque os habéis fiado de Dios y, sintiendo a Cristo como la cabeza, tenéis a la Iglesia, que hoy reza y agradece con vosotros y por vosotros, como cuerpo. No dejéis de interpelar con vuestra coherencia nuestra tentación a la modorra, la comodidad y la desesperanza.

La cruz misionera que encabezó la peregrinación

La cruz misionera que encabezó la peregrinación. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

No dejéis, hermanos, de aprender de los misioneros. En vuestras oraciones, en las reflexiones y en los planes de evangelización. No dejéis de dejaros interpelar por ellos y de incorporar su sabiduría a la misión que debemos desarrollar en Madrid. Tenemos necesidad de aprender de vosotros a anunciar hoy en Madrid. Todos estamos llamados a ser discípulos y misioneros, y necesitamos del ejemplo de vuestro celo apostólico, de vuestra pasión evangelizadora y de vuestro estilo eclesial. Sabemos que no surgen del voluntarismo ni de vuestras cualidades personales sino, sobre todo, de la gracia del Espíritu que obra en vosotros. Por vosotros se nos pone delante de esta Iglesia diocesana.

«Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndose durante cuarenta días, les habló del reino de Dios». Vosotros, amigos misioneros, sois esos testigos y prolongadores de esta hermosa historia que relata Lucas a doble imagen con tanta ilusión.

Los enviados a la misión recibieron cada uno una cruz de madera.
Los enviados a la misión recibieron cada uno una cruz de madera. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

En esta mañana habéis venido también quienes vais a recibir el envío de la diócesis y de su obispo a la misión: los jóvenes que este verano vais a vivir una experiencia misionera en diferentes partes del mundo. Jesús se despidió de sus amigos bendiciéndoles. Vosotros también vais a ser bendecidos y enviados. Bendecir es haceros instrumentos de la bendición de Dios. Dejaos interpelar por lo que veáis en vuestra experiencia misionera. Allí os espera el Resucitado, detrás de cada nube, de cada situación… No os lo quedéis para vosotros. Lo que aprendáis, devolvédnoslo a toda la Iglesia de Madrid, que es la que os envía. No son unos días de experiencias sino de siembra para vuestro corazón, vuestras comunidades y para nuestra Iglesia diocesana.

Ojalá vuestro testimonio sea un semillero de futuras vocaciones para la misión ad gentes. No olvidemos que una Iglesia que no misiona es una Iglesia autorreferencial y sin alma; una Iglesia que no vive con pasión el anuncio del Evangelio no resulta creíble: aún peor, no es la Iglesia de Jesús, sino de sí misma. El día de la Ascensión, con la experiencia a flor de piel del Señor resucitado, sus amigos saldrán por todo el mundo predicando, perdonando en su nombre, haciendo a todos participes de su salvación y de un modo nuevo de vivir, que es un auténtico regalo para la humanidad entera. Él ha descendido a lo más profundo de la humanidad y allí nos espera. Solo necesita amigos que lo descubran detrás de cada nube y lo muestren a sus hermanos. Así se construye la única Iglesia en una misión única y compartida. Jesús y su victoria dan sentido a nuestra vida y a nuestra muerte. Él nos conduce con mano firme por caminos de solidaridad con los más pobres y, al mismo tiempo, nos regala una impagable cercanía íntima y gozosa con nuestro Dios.

Somos peregrinos de esperanza. Hace un año, un día como hoy, se proclamaba la bula convocando el Jubileo de la Esperanza. Feliz jubileo de esperanza. Feliz misión.