Los fue enviando - Alfa y Omega

Los fue enviando

Jueves de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 6, 7-13

Carlos Pérez Laporta
'Los envió de dos en dos'. Detalle. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York
Los envió de dos en dos. Detalle. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Marcos 6, 7-13

En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto Y decía:

«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Comentario

¿Cómo debieron sentirse esos discípulos? Seguramente les dominaba la incertidumbre: Jesús les hacia viajar en total indigencia, sin más seguridad que las palabras aprendidas y la autoridad dada por Él. ¿De qué les serviría aquello? Ellos no eran Jesús, y la mitad de cosas que Él decía se les escapaban por completo. Por otro lado, lo de la autoridad era algo inconcebible: ¿de dónde iban a sacar ellos envergadura moral suficiente para hablar con autoridad o fuerzas para imponerse a los demonios o a la enfermedad? Lo más probable era el fracaso estrepitoso: que nadie les escuchase y que ante el fraude salieran apaleados de cada lugar que visitaron; Cristo ya lo vio venir cuando les dijo «si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies». Iban con las manos vacías.

Pero aquel vacío lo llenó el Señor haciendo prósperas las obras de sus manos: «Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». ¡Qué debieron sentir al sanar aquellos corazones y aquellos cuerpos! Si hay algo que angustia a los enviados de Dios en todos los tiempos es la impotencia ante el dolor de la gente. Tratamos de transmitir esperanza a quien sufre desesperado. Uno se pone ahí ante el sufrimiento, del alma o del cuerpo, y tiene que decir la palabra justa, sin poder cambiar nada. Nada que no sea la dirección del corazón, que decida sorprendentemente esperar contra toda esperanza. Pues la única esperanza que podemos transmitir es la del vacío que portamos: la confianza indigente en Dios. ¡Cómo debió mitigar la angustia y llenar de alegría los corazones de los discípulos aquella efectividad milagrosa!