Los dominicos de Kiev, entre el Santísimo y las bombas - Alfa y Omega

Los dominicos de Kiev, entre el Santísimo y las bombas

El monasterio de la Madre de Dios de la capital ucraniana acoge entre doce y 15 refugiados cada día

Redacción
Los frailes y los refugiados, durante una celebración. Foto: Tomasz Samulnik.

Así es como vive estos días la comunidad de frailes dominicos de Kiev. Entre el Santísimo Sacramento y las bombas. De hecho, la torre de televisión que fue bombardeada por el Ejército ruso está a pocos metros del convento. El fraile Tomasz Samulnik, polaco, es uno de los moradores del monasterio de la Madre de Dios. En una entrevista con Cath.ch, asegura que cada noche se pregunta «si estaremos vivos al día siguiente».

El hermano Tomasz vive en con otros cinco frailes, tres compatriotas polacos y dos ucranianos. Desde que empezó la invasión rusa de Ucrania, han acogido entre doce y 15 personas en el monasterio. «La cantidad de refugiados que acogemos varía día a día, ya que algunos deciden irse de la ciudad, otros quieren quedarse y otros vienen a pedir refugio», asegura en la conversación. En especial, aquellos que viven en zonas de la ciudad que se han vuelto peligrosas y que no disponen de sótano.

A pesar de la tensión, los dominicos intentan continuar sus actividades con la mayor normalidad posible. Por ejemplo, la semana pasada el hermano Tomasz fue a celebrar Misa a las seis hermanas Misioneras de la Caridad y una treintena de personas en la casa de las religiosas, ubicada a 13 kilómetros del monasterio. Un peligroso viaje en coche, marcado por tres meticulosos controles por parte del Ejército ucraniano, ya que temen la presencia de rusos infiltrados en la capital. «Luego tuve que ir al otro lado del río Dniéper, a unos 20 kilómetros al este para visitar a una persona, y tuve otros tres controles. Los combates tienen lugar todas las noches en esta zona», explica el fraile polaco. La ciudad está sitiada y se desaconseja viajar durante el día a menos que sea estrictamente necesario.

De momento algunas tiendas siguen abiertas, «gracias a Dios», por lo que, cada vez que pueden, los hermanos van de compras y acumulan reservas. A medida que pasan los días, las colas en las tiendas se hacen más largas y cada vez es más difícil encontrar una farmacia abierta. Los medicamentos ya escasean. «Vivimos al día y horneamos nuestro pan», explica Tomasz, que fue a donar sangre con otro hermano el pasado fin de semana y acompaña a los refugiados del monasterio en las actividades de voluntariado que han comenzado a realizar para ayudar a la población.

A pesar del miedo y de la guerra, la liturgia de las horas, la Eucaristía, el rosario y la adoración del Santísimo marcan la jornada de los hermanos. «Mantenemos un ritmo regular de oración y los presentes se unen a nosotros». Además, pasan el resto del tiempo viendo películas para tratar de olvidar la guerra. El hermano Tomasz asegura que no dejará Kiev: «Veo la situación desde el punto de vista de la fe, quiero quedarme trabajando aquí. Es la voluntad de Dios para mí». «Vivo con gran tensión, pero cada día rezo mucho, trato de confiar en Dios» asegura. «También pido a Dios que nos libere de nuestro miedo. Y Él nos libera».

El monasterio de Don Orione, en Leópolis, punto de acogida

El monasterio de Don Orione, en la ciudad ucraniana de Leópolis y cerca de la frontera con Polonia, se ha convertido en un punto de acogida y de paso en la huida de muchas personas que huyen de las bombas. La revista Popoli e missione de Obras Misionales Pontificias en Italia recoge las palabras del padre Moreno Cattelan. En la ciudad se han habilitado campos de refugiados en grandes espacios, desde el estadio hasta los gimnasios, pasando por los cuarteles o la estación de tren.

«Hay personas que han estado dentro de los refugios durante una semana, donde no hay nada más que colchones en el suelo; todo el metro de Kiev se ha convertido en un gran búnker… pero ¿cuánto tiempo podrán resistir sin un respiro?», se pregunta el padre Cattelan. Y cuenta cómo los sacerdotes celebran Misa y «algunos de los refugiados piden la Biblia o el catecismo». El mismo hecho de que los misioneros hayan decidido quedarse, no ser repatriados, y seguir desplazándose hasta la frontera para acompañar a los autobuses y coches, es un testimonio fuerte.

«Nunca dudé ni por un momento que quería quedarme; para mí, cada persona que huye es una reliquia», asegura el misionero de Don Orione. «Tenemos cinco o seis solicitudes cada media hora. Hay quienes se quedan y quienes se organizan para volver a irse. Pero, ¿cómo vamos a llevar a mamás con bebés de 7 u 8 meses al estadio o al gimnasio? Aquí por lo menos tenemos baños».

El monasterio es un punto de referencia y también un nudo logístico para la salida de autobuses con destino a la frontera con Polonia y Hungría. «Hay mucho movimiento, hay que organizarlo todo: no duermo por las noches, no por miedo a las bombas, sino porque pienso en todo lo que hay que hacer», confiesa el padre Cattelan. El cansancio se ve aliviado por la alegría de ver llegar a los refugiados a su destino, como en el caso de un grupo de invidentes que el pasado viernes fueron acompañados hasta la frontera europea y de allí a Italia.

«Esta es una ciudad simbólica para la Iglesia grecocatólica; hubo muchos mártires y persecuciones contra la fe en el período soviético» explica. «Una señora que en aquella época tenía 14 años nos dijo que había pasado doce años en Siberia porque habían encontrado a su familia asistiendo a Misa en el bosque. Sin embargo, tiene más miedo hoy que entonces».