Los Contagiosos de Cotelo: «Sentí un amor inmenso»
Pedro se convirtió en la primera Misa a la que asistió, de casualidad, tras 20 años sin pisar una iglesia. Susana lo hizo en un retiro de Emaús
La conversión de Pedro San José fue fulminante. De pronto, «sentí en el pecho como si algo entrara. Empecé a notar calor, calor y cada vez más calor». Venía «acompañado de un amor inmenso, una dulzura extraordinaria, una paz… todo lo maravilloso junto elevado a la máxima potencia». «No hay palabras para explicar lo que sentí», asegura. En ese mismo instante «supe a ciencia cierta que Dios existía. Sin ninguna duda. El Señor me manifestó su amor», pero «de una manera tan intensa», que «si aquella experiencia llega a durar un poco más, me caigo allí mismo de cabeza».
Dos semanas antes Pedro se había casado. «El día de mi boda fue la primera vez que entraba en una iglesia desde hacía 20 años», reconoce en conversación con Alfa y Omega. También pensaba que sería la última, pues a pesar de haber recibido una educación católica, «no era practicante» y aprovechaba los fines de semana para dormir. «No me levantaba nunca antes de las 11:00 horas. Sin embargo, el día de su conversión «a las siete de la mañana ya estaba en pie, con la sensación de haber descansado lo suficiente». No estaba acostumbrado a estar despierto a esas horas y su mujer aún dormía, así que decidió salir a dar una vuelta con la moto por las calles de Barcelona.
Se detuvo en un parque y, al bajarse del vehículo, divisó una iglesia escondida dentro del parque. Nunca había estado allí antes. En aquel momento alguien le tocó en la espalda. Era el sacerdote que le había dado el curso prematrimonial. Había ido a parar a su parroquia sin saberlo. «“¡Qué casualidad!”, exclamé yo. “No, hijo, se llama providencia”, me contestó. “¿Y eso qué significa?”, le pregunté. Él ya no contestó y solo me invitó a pasar y a quedarme en Misa».
San José reconoce que se quedó en aquella Eucaristía «por no hacerle un feo», y estaba dispuesto a salir «zumbando» tras el «podéis ir en paz». Pero resulta que el cura me pidió que hiciera las lecturas. «Me resistí porque no sabía cómo hacerlo», pero ante su insistencia, Pedro se dirigió hacia al ambón. «De pronto, me quedé sin voz. No podía hablar». Entonces, «me vino un flash de cuando era pequeño y rezaba. Sobre todo pedía ayuda ante mis problemas. “Dios mío esto, Dios mío aquello”. Luego me aparté de Él». Ahora «le necesitaba de nuevo y volví a clamar a Dios como cuando era un niño, con el mismo lenguaje». Ahí fue cuando el Señor derramó el fuego de su amor sobre el pecho de Pedro.
El cambio fue del «100 %»: «Empecé a leer el Evangelio para conocer mejor a Dios y se me quedó grabada la caridad de san Pablo». A partir de ahí, «vivo en un servicio continuo a los demás, empezando por los miembros de mi familia y también por los ancianos de una residencia a la que acudo». El cambio afectó incluso a su trabajo. Dejó la construcción para conducir un taxi para minusválidos: «Cada vez que entra uno, es como si Jesús entrara en mi coche. Le veo igual en el sagrario que en la silla de ruedas, y canto con ellos, les doy estampas, rezamos juntos…». Una vez que se baja del taxi, su servicio continúa de la mano de los pobres, para los que ha montado incluso un hogar.
Primero Misa y luego reiki
En el caso de Susana Serra, su encuentro con el Señor se produjo en un retiro de Emaús, al que llegó con «un gran vacío interior» después de coquetear con el mundo del esoterismo. Con 18 años, «empecé a interesarme por las piedras, los cristales y, más adelante, a hacer reiki». Serra creía en Dios, pero también en las energías y en Buda. De hecho, «viajaba por trabajo y, al llegar el domingo, podía ir a Misa y luego a hacer reiki en mi habitación». Esto «me fue destrozando por dentro».
La casualidad quiso que uno de los testimonios que se escuchó en aquel retiro fuera el de una chica que había logrado zafarse del mundo en el que Susana estaba metida. Se le abrieron los ojos, se confesó, y Dios la invadió por completo. «Ahora soy feliz y lo daría todo porque el mundo entero conociera el amor de Dios», asegura.
El de Pedro y Susana son dos de los testimonios incluidos en el último trabajo de Juan Manuel Cotelo, la serie Contagiosos, que presenta la historia de personas que se encontraron con Cristo y se han convertido en contagiadores del amor de Dios. «El secreto es salir de uno mismo. Si lo haces, comprobarás que Dios existe y actúa en el mundo», asegura el director. Se podrá ver gratuitamente en el canal de YouTube de Infinito+1.