Los colegios del SJR en el Líbano aprueban con nota la vuelta a la presencialidad
Durante el confinamiento, lograron que el 70 % de los alumnos, de origen sirio, no abandonara las clases online. Tras el regreso a las aulas, el reto era recuperar el nivel académico perdido
«Cuando regresamos a la escuela, estaba feliz. Es un lugar seguro, donde puedo ver y hablar con mis amigos». Habla M. E., un niño sirio refugiado con su familia en el Líbano, y alumno de uno de los seis colegios para niños refugiados que gestiona el Servicio Jesuita al Refugiado en el país. Con motivo del Día Mundial de los Refugiados, la ONG Entreculturas hizo la semana pasada balance de la vuelta a las clases presenciales este curso.
Debido a la pandemia, «las escuelas han estado cerradas dos años», narró Hibba Lakki, profesora en la de Telyani. Esto obligó a mantener las clases a distancia, en un contexto además de grave crisis política, económica y social que generó también una «crisis educativa».
Desde los colegios, se diseñó un sistema basado en la telefonía móvil. Se adaptaron los contenidos para compartirlos por WhatsApp, se repartieron tarjetas telefónicas a las familias, se adaptaron los horarios y se organizaron jornadas de sensibilización con los padres. También se ofreció un seguimiento específico a las familias más vulnerables. El fruto fue palpable: un 70 % de los alumnos perseveraron, frente al 47 % del total de niños refugiados del país.
«Fue un shock»
Pero, a pesar de todo, los responsables de los centros eran conscientes de que había que volver a la presencialidad lo antes posible. «Proporciona motivación, permite una interacción real entre el profesorado y el alumnado y es mucho más eficaz porque los estudiantes pueden comprender más y mejor», aseguró Jihan Assafe, otro profesor.
Pero convencer a las familias para que volvieran a enviar a sus hijos a las aulas no fue fácil. «Por la subida de precios» que sufre el país desde octubre de 2019, «la gente prefería mandar a sus hijos a trabajar que al colegio; otros no podían pagar el transporte» para llevarlos a la escuela, aseguró Lakki.
Además, para los educadores «fue un shock el nivel de los estudiantes: había una debilidad clara en todas las asignaturas». Tres de cada cuatro habían visto mermado su rendimiento académico durante el confinamiento. Además, «habían olvidado completamente las normas y eran descuidados».
Para intentar ayudarles a retomar el ritmo, «simplificamos las lecciones lo más posible, y les mandábamos ejercicios extra». También contaron con la ayuda de trabajadores sociales y psicólogos para hacer frente a cómo les afectaba el contexto de violencia social en el que han vivido.
Al llegar el momento de la evaluación final, Lakki ha comprobado que «la situación ha cambiado completamente. Después de un largo confinamiento», al principio los niños preferían estar solos. Pero con el tiempo «han vuelto a hacer amistades y se han adaptado».
Aulas Amigables en Rumanía
Desde Rumanía, el director nacional del SJR también compartió la experiencia de los primeros meses haciendo frente de forma improvisada a las necesidades de los niños ucranianos. De los 1,1 millones que llegaron al país, unos 80.000 se han quedado. Entre ellos, los niños pequeños superan lo 20.000. Más de 1.000 están atendidos por el SJR, subrayó Marius Talos.
La entidad, explicó, se ha esforzado para atender tanto «a las familias que quieren regresar en seguida como a los que quieren integrarse en la sociedad rumana». Los hijos de las primeras, las que esperan volver a su país en unas semanas o meses, han continuado su escolarización online dentro del sistema ucraniano. El SJR les ha ayudado comprando tablets para facilitar la conexión.
Pero, además, han intentado suplir lo que ninguna conexión digital puede ofrecer: el juego, el desarrollo de la psicomotricidad, el trabajo colectivo, el intercambio entre iguales, el apoyo psicosocial y el seguimiento sanitario. Para ello, han puesto en marcha, durante el resto de la jornada, Aulas Amigables en las que han participado 60 profesores ucranianos contratados.
Para los niños que está previsto que se queden en el país al menos al medio plazo, añadió Talus, se pusieron en marcha iniciativas para irlos integrando en los colegios rumanos. En concreto, en tres escuelas de los jesuitas en Buscarest y cinco del resto del país.
También en España
También en España necesitamos escuelas de paz, subrayó Nerea Aginako en la rueda de prensa de Entreculturas y Alboan sobre la campaña del mismo nombre. Aginako es técnico de Alboan dentro de la iniciativa de patrocinio comunitario impulsada por el Gobierno autonómico del País Vasco. En concreto, trabaja en la integración escolar de los hijos de las familias refugiadas sirias acogidas dentro de este proyecto público-privado.
«Antes de su llegada, trabajamos la sensibilización con la dirección, el profesorado y la comunidad educativa» de distintos centros, «para preparar el espacio escolar para la acogida». Buscan escuelas que puedan tener ya «una mirada de refugio» previa, en las que haya «diversidad cultural» y una buena integración. En este diálogo, se va construyendo «una confianza mutual» y «vemos cuál es su capacidad para acoger a estos niños y sus necesidades».
Cuando se acoge a una familia, buscan la escuela más adecuada y cercana de entre las que conocen. Así, ya se ha escolarizado en seis centros a los hijos de otras tantas familias, «cinco atendidas dentro del sistema de acogida de la Compañía de Jesús y una de Cáritas». Además de favorecer la integración de los niños, se busca fomentar redes de apoyo que unan a los padres sirios con los profesores y otras familias del colegio. Así, no solo los niños se integran mejor al ritmo escolar sino que «toda la familia adquiere las herramientas y unas estructuras sólidas que facilitan el acceso a la comunidad y la vinculación con ella».