Los cimientos de los futuros sacerdotes
El propedéutico, una de las novedades del nuevo plan de formación de los seminarios, ya está en marcha en un tercio de las diócesis. En Madrid han iniciado el segundo curso
La pandemia ha querido que este año el Día del Seminario se celebre el 8 de diciembre. Y por tanto que coincida, además de con la fiesta de la Inmaculada, con el cuarto aniversario de la promulgación de la Ratio fudamentalis institutionis sacerdotalis, que se traduce como el plan de formación para los futuros sacerdotes. Pero, además, el pasado 28 de noviembre se cumplió un año de la aprobación por parte de la Santa Sede de la Ratio nationalis, la adaptación española del citado plan que se titula Formar pastores misioneros.
Uno de los elementos más visibles de este nuevo proyecto formativo es la creación de un curso, el propedéutico, de iniciación y formación de los candidatos al sacerdocio. «Una etapa indispensable», según el documento elaborado por los obispos españoles, que no debe durar menos de un año ni más de dos. Un curso que ya está en marcha en aproximadamente en un tercio de las diócesis de nuestro país.
La de Madrid es una de ellas. De hecho, este curso ha iniciado la segunda experiencia de esta nueva etapa que, además, tiene sede propia, en la antigua parroquia de Santa María de la Cabeza, muy cerca del seminario. El año pasado participaron de ella ocho chicos, de los que seis continúan su formación en la siguiente etapa, la discipular, mientras que este año el grupo es más numeroso, de 14.
«Los objetivos son la configuración de la vocación de los candidatos y disponer a estos para continuar con la formación sacerdotal», explica a Alfa y Omega José Antonio Álvarez, rector del Seminario Conciliar de Madrid. El sacerdote subraya que esta novedosa etapa tiene cuatro elementos fundamentales: la formación espiritual –la iniciación a la vida de oración–, la fundamentación de la formación cristiana –estudio del Catecismo, de la Sagrada Escritura, del magisterio sobre la vocación sacerdotal…–, la formación humana y el conocimiento personal de los candidatos, y la dimensión comunitaria, esto es, aprender a vivir con otros y conocer la vida diocesana.
Roberto González-Tapia es el formador del propedéutico. Él y un director espiritual viven con los chicos y ejercen de guías en este camino. Explica que en este curso «se descubre a ser cristiano», un cristianismo que «se va dibujando con rasgos de servicio». «Es un tiempo de sentar bases, de ayudarlos a adquirir unas metodologías para que las vayan aplicando en las siguientes etapas», añade.
El balance del camino recorrido, con pandemia de por medio, está siendo muy positivo. «El curso pasado cumplimos lo que pretendíamos. No podemos decir que vaya a ser la experiencia definitiva, pero valió la pena. Los chicos han llegado muy colocados a la siguiente etapa», explica González-Tapia. Y añade: «La vida de este curso es muy interior, muy oculta. Aunque las actividades pastorales se pararon, la situación nos dio la oportunidad de vivir más la comunidad, la oración, los sacramentos, la Eucaristía… El estar encerrados nos ayudó al discernimiento».
En primera persona
Pese a esta situación y a no sufrir como los fieles la limitación de las celebraciones, los chicos no se mantuvieron ajenos a la realidad que vivían muchas personas. De hecho, algunos tuvieron fallecimientos en sus propias familias y pidieron rezar media hora más cada mañana para presentar a Dios todas las intenciones. «Descubres el valor de la oración», afirma Álvaro Simón, seminarista que hizo el propedéutico el curso pasado y ya ha empezado la etapa discipular.
Él, que intuyó la vocación al sacerdocio desde muy pequeño y que ha ido madurándola a lo largo de su vida –también durante la carrera de Historia y el máster de Historia de las Religiones que estudió–, afirma que no entiende cómo podían vivir los jóvenes que entraban en el seminario sin hacer el propedéutico. «Es una etapa en la que profundizas mucho en ti. Te conoces en tus fragilidades y en tu humanidad, porque la vida comunitaria saca lo bueno y lo no tan bueno. Es una propuesta de la Iglesia para convertirte», añade. En este sentido, reconoce que lo cambia todo: «Llegas con una idea de Dios muy personal y aquí aparece la fe desnuda. A los dos meses se te cae todo el decorado».
Simón recurre al Evangelio para definir este tiempo. «Es como estar en Betania, vivir la amistad de Jesús con los hermanos. Como Lázaro, Marta y María. Aquí te conoces a ti mismo y a Dios. Es un año de mucha oración y de aprender a estar. Un año para unir la acción y la contemplación», afirma. Una etapa que va a ser decisiva para su vida sacerdotal, aunque los beneficios ya los ha experimentado ante un duro acontecimiento: la muerte de su padre el pasado mes de septiembre por la COVID-19. «Viendo todo con perspectiva, el Señor me tenía preparado el propedéutico para dar sentido a lo que pasó después. Descubres que Dios no soluciona tus problemas, pero les da sentido», confiesa.
«No sabía rezar»
Carlos Tejedor, de 20 años, entró hace dos meses en el propedéutico tras varios años de discernimiento. «Descubres que un curso más tranquilo y recogido te ayuda a conocer mejor a Dios y a ti mismo. Cada día me gusta más», afirma. Lo que más le ha llamado la atención es ver su vida como una historia de Dios: «Antes era un colega que estaba ahí y con el que me veía de vez en cuando, pero no terminaba de verlo en el día a día. Cuando tienes más tiempo para rezar y entiendes mejor la Sagrada Escritura, de repente te das cuenta de que Dios está contigo las 24 horas y de que no estás solo».
También le sorprendió descubrir que no sabía hacer oración: «A las dos semanas me enteré de que no sabía rezar». En el fondo, reconoce, el propedéutico es solo el inicio: «Llevaba dos años discerniendo y pensaba que ya estaba todo hecho, pero acaba de empezar».
Los días en esta comunidad se suceden al ritmo de la liturgia y las comidas. La mañana comienza con la oración y la Eucaristía y continúa con una formación más intelectual –Biblia, Catecismo, magisterio…–, y con contenidos de tipo humanístico. Las tardes están dedicadas al trabajo personal, a momentos comunitarios de servicio –como la limpieza– o al deporte. También hay hueco –un día a la semana– para una experiencia de caridad y para la pastoral.