Los brazos de Luna - Alfa y Omega

Quiero hablar de los niños marroquíes que estos días han cruzado a nado el mar del Estrecho. Para hacerlo con propiedad, me conviene evocar al niño que he sido. Sus heridas son parte de este adulto que escribe esta columna, décadas más tarde. Quiero decir que la infancia es una etapa fundacional. Cuando estamos en obras, todo ejerce en nosotros una influencia bestial: la hoja de un árbol, al caer en un cemento fresco, quedará estampada igual que la huella de un dinosaurio. Por tanto, no puedo más que compadecerme de esos niños que se han echado al mar convirtiendo sus cuerpos en balsas.

Estos niños nadadores son combustible para la sociedad polarizada, como cualquier otro suceso. Unos emplean su tragedia para exigir más contundencia contra el buenismo progre; otros para cargar contra los insensibles xenófobos de la derecha. Y en medio están ellos, lanzados como misiles por un monarca millonario que vive la mayor parte del tiempo en la capital francesa. Niños abstractos, a los que no conocemos más que por los medios, pero niños al fin y al cabo, para los que estos días trágicos serán cruciales, pues influirán para siempre en sus corazones, que son como el cemento fresco de las aceras en obras.

Al enfrentarme a su tragedia, llego a la conclusión de que el silencio es la mejor respuesta. Un silencio que no es equidistancia ni cobardía, como se empeñará en demostrar cada polo del imán ideológico. Silencio frente al misterio de la maldad de los hombres. La del rey despótico que utiliza las vidas de su pueblo, la de los políticos que hacen gala de su humanidad o que aprovechan la migración para sacar un rédito en las urnas. Me ayuda pensar en Cristo, que sigue respondiendo a esta maldad clavado en una cruz de madera, como los delincuentes. Desangrado, es una respuesta contundente, pero no dedo levantado ni ternura panfletaria.

También ha sido utilizada como arma arrojadiza Luna. Su abrazo a un inmigrante. Su respuesta instintiva frente al dolor no puede ser juzgada como un acto empalagoso o cándido. Es algo más profundo, una pista de lo que nos espera más allá del tiempo. Sin entrar en arenas movedizas de la política o la diplomacia, solo quiero expresar este deseo a propósito de Luna, la voluntaria de Cruz Roja: ojalá todos seamos abrazados cuando crucemos la muerte.