Los bancos de alimentos necesitan leche y aceite
El contexto bélico y la inflación han hecho que la cantidad de comida que consiguen estas entidades se reduzca un 9,3 % mientras atienden a más gente que antes de la pandemia
A los bancos de alimentos de España les faltan 18 millones de litros de leche y tres millones de litros de aceite, fundamentales para completar la cesta básica que entregan a sus 1,2 millones de usuarios. De ellos, el 21 % son menores de 15 años y están en edad de crecer. Solían abastecerse de estos productos gracias a la aportación de los propios productores al Fondo de Ayuda Europeo para las Personas Más Desfavorecidas (FEAD). Pero este año las empresas del sector afrontan fuertes pérdidas y no han donado sus excedentes. Ha sido «un impacto importante», reconoce Francisco Greciano, director del gabinete técnico de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL).
Es uno de los síntomas de la difícil situación a la que se enfrentan estas entidades. Comparando el primer semestre de 2023 con el de 2022, «las donaciones de particulares y empresas han caído un 40 %», afirma Greciano. Además, debido a la inflación, el presupuesto de los propios bancos para hacer compra directa les permite adquirir menos productos. Teniendo en cuenta todas las fuentes de suministro, FESBAL ha recaudado hasta ahora un 9,3 % menos que el año pasado. «Los bancos de alimentos reciben comida de la industria, de colectas, de los fondos europeos, de compras propias y de programas de frutas y hortalizas que también financia la UE». El contexto actual, con la confluencia de distintas guerras que han hecho subir de forma generalizada los precios, «afecta en mayor o menor medida a todas estas vías».
«Los almacenes están más vacíos que en estas fechas de 2022» y no ha desaparecido del todo el pico de demanda de la pandemia. En 2020 atendieron a 1,5 millones de personas frente al millón de 2019. El año pasado ya tuvieron que reducir las entregas de 128 a 120 kilos por beneficiario. Este año luchan por mantenerlas en esa cifra.
Meta de 23 millones de kilos
Que lo logren depende en gran medida de la Gran Recogida de Alimentos convocada para los días 24, 25 y 26 de noviembre en 11.500 tiendas y supermercados del país. Año tras año, esta institución se venía fijando objetivos más ambiciosos para su campaña estrella. Pero la situación los ha obligado a «plantearnos igualar la cifra del año pasado teniendo en cuenta que, con el incremento de los precios, a los clientes de las grandes superficies les va a costar más donar». La meta es 23 de millones de kilos, que a los donantes les costarán un 10 % más. Incluso con estas expectativas reducidas, «nuestras previsiones no invitan a pensar que vayamos a alcanzar» esa cantidad, admite Greciano. Si su pesimismo se confirma, se plantearán reducir un poco más la entrega por usuario.
De momento, lo están intentando todo para movilizar a la sociedad. Quieren reunir a 90.000 voluntarios. «Ese sería el primer éxito de la campaña y en lo que nos estamos centrando», cuenta el director del gabinete técnico de FESBAL. «Hemos comprobado que en las tiendas donde hay voluntarios se duplica la recogida». Además, aunque normalmente la Gran Recogida sirve para aprovisionar a los bancos de todo tipo de productos no perecederos, este año han elaborado folletos en los que piden explícitamente leche y aceite. Y mantienen la fórmula que implementaron durante la pandemia de recogida de dinero, que se podrá donar directamente en caja. Esto permite sumar muchas pequeñas cantidades para que los bancos compren lo que más escasea.
Una de las razones de la crisis que vive el sector de la leche y que lo ha llevado a cancelar sus donativos es el impacto en toda la cadena productiva de la inflación unida a la sequía. Javier Perruca es un pequeño agricultor de Calatayud dedicado en parte al cultivo de cereales con los que se elabora pienso para el ganado de las centrales lecheras. La extrema sequía del último año ha provocado que las parcelas de las que cosechaba cuatro o cinco toneladas de cereales por hectárea en 2023 solo le hayan dado 800 kilos.
A ello se suma que «el gasóleo, los abonos y los herbicidas nos cuestan el doble», explica a Alfa y Omega. «Las pérdidas son terribles, cuantas más hectáreas has sembrado más dinero estás perdiendo», lamenta. «El agricultor está muy desilusionado porque no hace más que trabajar; somos autónomos y echamos más horas en más fincas para sacar menos dinero», protesta.
La falta de agua también ha provocado que el calibre de sus frutas sea menor y, aunque sean perfectamente viables, tengan menor salida comercial. Ha podido vender sus ciruelas, pero tiene la pera blanquilla en almacén y cree que sacará por ella lo mismo que cuesta refrigerarla. «La gente quiere lo gordo y bonito, un calibre pequeño es más barato y hay mucha gente que no lo compra», denuncia. La fruta con desperfectos la vende directamente a fabricantes de purés porque nadie la acepta. Y su caso no es el peor. «Hay zonas de España donde no ha habido agua para regar, entonces se ha quedado muy pequeña la cosecha y ni siquiera se ha recogido».