Los años nuevos. Año nuevo, vidas viejas - Alfa y Omega

Los años nuevos. Año nuevo, vidas viejas

Isidro Catela
Una escena del segundo capítulo, que narra el cambio de 2016 a 2017
Una escena del segundo capítulo, que narra el cambio de 2016 a 2017. Foto: Movistar Plus+.

Había mucha expectación creada en torno a la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen (Antidisturbios, El reino, As bestas). Más dura ha sido la caída para algunos de los que nos habíamos hecho tantas ilusiones. A partir de aquí, sin muchos matices, los críticos del asunto nos dividimos en dos: los que la están encumbrando como una obra maestra de la introspección y el abordaje de la psicología de las relaciones humanas y los que, aun reconociendo el talento de Sorogoyen, vemos en Los años nuevos un puñado de vidas jóvenes (sobre todo dos) que son, en realidad, vidas viejas, con poco que contar, que sobreviven flotando en la tristeza y en la insatisfacción y que se terminan por hacer largas como un día sin pan.

Ana (Iria del Río) y Óscar (Francesco Carril) están muy bien en sus papeles de mileniales que transitan entre los 30 y los 40, pero mi problema con la serie es más de fondo que de forma. Ella cumple años el día de Año Nuevo y él, el de Nochevieja. Estos diez fines de año, entre 2015 y 2024, contados en diez capítulos, pretenden ser un retrato generacional, indie, contemplativo, con mucha rutina —apenas sobresaltada—, mucho sexo, mucha banalidad y mucho minimalismo. El retrato cabalga contradicciones por doquier —como diría algún que otro político salido del 15M— y a lo mejor lo que me pasa a mí es que no quiero creer que todo sea tan gris plomizo, que se parte de un presupuesto antropológico donde no somos más que animales a los que nos preocupa nuestra salud mental mientras le ponemos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias, que diría Vázquez de Mella y escribiría Juan Manuel de Prada.

Claro que hay briznas de luz entre tanta oscuridad; que siempre podemos hacer un seriefórum sobre el anhelo de felicidad e infinito que anida en todo corazón humano; pero, en pleno Jubileo dedicado a la esperanza, dedicar más de siete horas a ver esta historia desesperanzadora es un exceso que la mayoría de ustedes pueden evitarse.